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La Gaceta del FCE. Diciembre de 2004 - Fondo de Cultura Económica

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lagro <strong>de</strong> su voz rozaba ese más allá. Me siento más tranquila.<br />

Existe un <strong>de</strong>spués, y lo conocen.<br />

¿Cuántas veces, a partir <strong>de</strong> entonces, repetiré esas palabras<br />

a los míos, entusiasmándome al llegar al final, <strong>de</strong>spués <strong><strong>de</strong>l</strong> enredo<br />

<strong>de</strong> su filiación, gracias a esa ilusión, saboreando <strong>de</strong> antemano<br />

la impresión que causaré, tal y como yo la experimenté<br />

bajo el árbol <strong>de</strong> ceiba? <strong>La</strong> inquietud <strong>de</strong> nuestros pueblos, y<br />

nuestra fragilidad, esta noción tan bella e insostenible <strong>de</strong> nuestra<br />

precariedad, no tenía ninguna posibilidad frente a ese más<br />

allá al que po<strong>de</strong>mos aspirar adorando al niño que acaba <strong>de</strong> dormirse<br />

en los brazos <strong>de</strong> esta mujer, cuyo rostro no muestra angustia,<br />

al contrario <strong>de</strong> nuestros dioses mortales.<br />

Estoy asombrada por lo que acabo <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir. Basta con<br />

comportarse bien para vivir una segunda vez. No me da tiempo<br />

<strong>de</strong> acostumbrarme a eso ni <strong>de</strong> darle su justo valor al alcance<br />

<strong>de</strong> esta alianza. Nos bautizan a manera <strong>de</strong> ejemplo, <strong><strong>de</strong>l</strong>ante<br />

<strong>de</strong> todos, incluso <strong>de</strong> los nuestros. Somos las veinte primeras<br />

cristianas <strong>de</strong> la Nueva España frente al capitán barbado, sentado<br />

arriba, en el estrado, al pie <strong><strong>de</strong>l</strong> templo blanco. Nos asignan<br />

a cada una un nombre en castellano. El mío fue Marina, la <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

color <strong><strong>de</strong>l</strong> agua <strong><strong>de</strong>l</strong> mar inmenso. Una vez convertidas, nos to-<br />

El hombre <strong>de</strong> Coram<br />

Jamila Gavin<br />

Hemos tomado el primer capítulo <strong>de</strong> Sinfonía <strong>de</strong> Coram<br />

como ejemplo <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las más recientes colecciones<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> <strong>FCE</strong>. Dirigida a un público juvenil, la serie A Través <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

Espejo está integrada por novelas ágiles y a veces crueles<br />

en las que los lectores hallaran buena prosa e intrincadas<br />

tramas. Quien lea estas páginas no podrá más que correr<br />

en busca <strong><strong>de</strong>l</strong> ejemplar que le permita conocer los avatares<br />

<strong>de</strong> Meshak, el misterioso protagonista <strong>de</strong> una historia<br />

que transcurre en la Inglaterra <strong><strong>de</strong>l</strong> siglo XVIII<br />

—¡Arriba, Meshak! ¡Levántate, flojo inútil! —al oír la ruda voz<br />

los perros empezaron a ladrar—. ¿Qué no ves que uno <strong>de</strong> los canastos<br />

<strong>de</strong> esa mula se está cayendo? Ése no, tarado —continuó<br />

la voz mientras el muchacho saltaba apenado <strong>de</strong> la carreta y se<br />

abalanzaba precipitadamente hacia los sobrecargados animales—.<br />

El otro, allá, el quinto <strong>de</strong> atrás. Ése, muchacho tonto. No<br />

sé cómo me fue a tocar un hijo como tú. No se necesita tener<br />

ojos en la espalda para darse cuenta <strong>de</strong> que la carga <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las<br />

mulas se estaba cayendo. ¿Qué es lo que tienes en la cabezota?<br />

Un hombre y su hijo <strong>de</strong>jaban atrás el bosque con una carreta<br />

y una recua <strong>de</strong> seis mulas. Se dirigían a Paso <strong>de</strong> Framilo<strong>de</strong>s<br />

para tomar el transbordador que los llevaría al otro lado <strong><strong>de</strong>l</strong> río<br />

Severn y así seguir su camino hacia la ciudad <strong>de</strong> Gloucester.<br />

—No me explico por qué no te he abandonado. Dale gracias<br />

al cielo <strong>de</strong> que el llamado <strong>de</strong> la sangre sea tan fuerte. Amárrala<br />

bien, ya no quiero más contratiempos. ¡Tenemos el tiempo<br />

justo para alcanzar el transbordador antes <strong>de</strong> que anochezca!<br />

Otis Gardiner, ven<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> cacharros, milusos y empresa-<br />

ca ser chingadas. No encuentro otro término. No lo llamo violación,<br />

como muchas otras mujeres. Sino chingada por el soldado<br />

a quien Cortés me ofrece públicamente. Bautizar a una<br />

mujer les otorga el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> consi<strong>de</strong>rarla disponible cuantas<br />

veces lo requieran.<br />

Fui el receptáculo <strong>de</strong> Puertocarrero.<br />

Un hombre <strong>de</strong> ojos saltones, brazos cortos y patizambo. Me<br />

repugna. Me or<strong>de</strong>na que le siga. Se <strong>de</strong>svía hacia una casa vacía.<br />

Me toma por los cabellos, me obliga a voltearme, me arrastra<br />

hacia la pared y nos quedamos <strong>de</strong> pie. No puedo moverme. Mi<br />

nariz se roza contra la piedra al ritmo <strong>de</strong> sus empellones. Me<br />

penetra como lo hacen los perros. Eyacula con rapi<strong>de</strong>z. Pero<br />

no lo suficiente como para que no me duela todo el cuerpo durante<br />

muchos días, a causa <strong><strong>de</strong>l</strong> metal <strong>de</strong> su coraza.<br />

Así fue el segundo día que pasé con ellos.<br />

Luego me dormí bajo el árbol <strong>de</strong> ceiba, al lado <strong>de</strong> mis compañeras,<br />

acurrucada junto a una raíz. Y soñaba y fantaseaba con<br />

ese pequeño paraíso, con la dulzura <strong>de</strong> ese paraíso y la dicha <strong>de</strong><br />

saber que tengo el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> ir allá.<br />

Traducción <strong>de</strong> Leticia Hülsz Picone, revisada por Juan Goytisolo.<br />

rio lisonjero, no paraba <strong>de</strong> hablar. Era un distintivo que no todos<br />

veían. Podía ser tan atractivo, tan encantador, tan dulce al<br />

hablar… Era un hombre todavía joven, <strong>de</strong> ojos cafés, gran<strong>de</strong>s<br />

y llamativos, y cabello castaño rojizo que le daba hasta los<br />

hombros y que peinaba hacia atrás, <strong>de</strong>jando al <strong>de</strong>scubierto su<br />

amplio y bien <strong><strong>de</strong>l</strong>ineado ceño. Podía hacer trueque con la pata<br />

trasera <strong>de</strong> un burro, sobre todo si el burro era una mujer. Coqueteando<br />

con las viudas, bromeando con los caballeros y haciendo<br />

trucos <strong>de</strong> magia con los niños, podía convencer a un<br />

cliente <strong>de</strong> soltar el doble <strong>de</strong> dinero y hacer que se fuera creyendo<br />

que había hecho un excelente trato.<br />

Meshak apretaba las correas a la panza <strong>de</strong> la mula. No prestaba<br />

atención a los débiles quejidos como <strong>de</strong> gato que salían <strong>de</strong><br />

los sacos y trataba <strong>de</strong> no mirar la cara burlona <strong><strong>de</strong>l</strong> hombre al<br />

que llamaba padre. Des<strong>de</strong> el pescante, Otis escudriñaba la carreta<br />

cubierta y le chasqueaba el látigo al muchacho. Jester, el<br />

perro flaco cruza <strong>de</strong> galgo y mastín, seguía discretamente a<br />

Meshak entre las mulas, mientras éste trataba <strong>de</strong> compensar su<br />

falta <strong>de</strong> cuidado revisando minuciosamente los canastos. Los<br />

<strong>de</strong>más perros, atados a la carreta con pedazos <strong>de</strong> cuerda, ladraban<br />

enloquecidos, brincando y girando en un frenético intento<br />

por <strong>de</strong>satarse. No se calmaron hasta que Meshak y Jester regresaron<br />

a la carreta.<br />

Meshak era un muchacho <strong>de</strong>smañado. A sus catorce años ya<br />

había rebasado en estatura a su padre y seguía creciendo. Pero<br />

parecía estar hecho <strong>de</strong> retazos: el cuerpo <strong>de</strong>sparejado, la cabeza<br />

gran<strong>de</strong>, las orejas <strong>de</strong>masiado salientes, los labios nunca cerrados<br />

completamente. Siempre limpiaba su nariz catarrienta<br />

con una manga. Sus brazos y piernas pendían <strong>de</strong> su cuerpo,<br />

número 408, diciembre <strong>2004</strong> la<strong>Gaceta</strong> 27

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