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La Gaceta del FCE. Diciembre de 2004 - Fondo de Cultura Económica

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verdad; a fin <strong>de</strong> cuentas uno sobrevive asido a esas pequeñas<br />

certidumbres y uno medra hasta que piensa haber comprendido<br />

algo. Sin embargo, no se trata <strong>de</strong> eso, <strong>de</strong> meros espectros<br />

cotidianos, sino <strong>de</strong> la Verdad. Entonces, <strong>de</strong> nuevo, ¿cuál?<br />

<strong>La</strong> respuesta más sensata peca <strong>de</strong> tautológica: la <strong>de</strong> cada poema.<br />

En consecuencia, hay tantas verda<strong>de</strong>s como poemas. ¿Con-<br />

clusión? Que, por ejemplo, todo <strong>de</strong>pen<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong> la repetición <strong>de</strong> una serie <strong>de</strong> metáforas.<br />

Según Borges hay sólo unas<br />

cuantas, y éstas se reparten a lo largo <strong>de</strong><br />

muchos poemas; lo cual podría colocarlas<br />

bajo la tutela <strong>de</strong> lo inevitable. Así, la<br />

continua imagen <strong><strong>de</strong>l</strong> mar, <strong><strong>de</strong>l</strong> río, <strong><strong>de</strong>l</strong> árbol, <strong>de</strong> la muerte,<br />

etcétera, muestra el resultado <strong>de</strong> una <strong>de</strong>ducción; es un atributo<br />

objetivo y no un simple código literario. Por consiguiente, la<br />

función <strong>de</strong> la poesía sería la que le <strong>de</strong>signó Aristóteles: poner<br />

por <strong><strong>de</strong>l</strong>ante las correspon<strong>de</strong>ncias invisibles. “<strong>La</strong> poesía<br />

—<strong>de</strong>claró— es más filosófica y doctrinal que la historia, por<br />

cuanto… consi<strong>de</strong>ra las cosas en general.” Valéry, por su parte,<br />

señaló que el poeta era <strong>de</strong>masiado inteligente para ser filósofo:<br />

pero he ahí los extremos <strong>de</strong> otra batalla. En todo caso, se podría<br />

recurrir a un sistema extravagante y sacar una especie <strong>de</strong> promedio<br />

<strong>de</strong> las metáforas más pertinaces. Innegablemente, habría<br />

un régimen <strong>de</strong> constancia. <strong>La</strong> innumerable poesía, en este sentido,<br />

pa<strong>de</strong>ce una fatalidad (o es culpable <strong>de</strong> una elección): la historia<br />

que cuenta resulta muy parecida a la que contó en su poema<br />

inicial. ¿Por qué no va a equivaler eso, si no a una verdad, al<br />

menos a un conocimiento? O, citando a Borges: “¿por qué los<br />

poetas <strong>de</strong> todo el mundo y todos los tiempos habrían <strong>de</strong> recurrir<br />

al mismo conjunto <strong>de</strong> metáforas, cuando existen tantas<br />

combinaciones posibles?” Artificio aparte, podría respon<strong>de</strong>rse<br />

que, a diferencia <strong>de</strong> lo que concibe la poética, los poemas existen<br />

menos en el mundo <strong>de</strong> las muchas combinaciones que en el<br />

estricto círculo <strong>de</strong> la poesía (no imagino que pueda adjudicársele<br />

otra figura geométrica) y que cada nuevo poema es una aceptación<br />

o una crítica <strong>de</strong> la fábula <strong>de</strong> su origen. Pero eso quizá sea<br />

también una metáfora que, a su vez, es otra metáfora que, a su<br />

vez… y <strong>de</strong> ahí hasta el radical <strong><strong>de</strong>l</strong>irio <strong>de</strong> una poética.<br />

Mi instinto me lleva a <strong>de</strong>sconfiar <strong>de</strong> las teorías que engendran<br />

laberintos. <strong>La</strong> mayor parte <strong>de</strong> las poéticas que conozco<br />

(sobre todo las <strong>de</strong> estirpe francesa) son fórmulas fantásticas <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

encierro, <strong>de</strong> las que uno extrañamente no sale por la vía <strong>de</strong> los<br />

Fue la con<strong>de</strong>na <strong>de</strong> Mallarmé, pues a<br />

pesar <strong>de</strong> sus doctrinas <strong><strong>de</strong>l</strong> misterio,<br />

él siempre aspiró a algo tan sencillo<br />

como la colaboración humana<br />

poemas. Sin embargo, nada resuelve el dilema <strong>de</strong> que la poesía<br />

sí crea misterios que parecen ocultar alguna verdad. Tal vez<br />

una inconsciente manía teológica lleva a concebir esa creación<br />

como la prueba <strong>de</strong> que hubo ahí “rastro <strong>de</strong> dioses” y entonces<br />

al “misterio” se le conce<strong>de</strong>n dotes sagradas. No <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser perturbador<br />

que un misterio “calificado”, por <strong>de</strong>cirlo así, pueda<br />

divagar hacia la literatura y que incluso<br />

uno aprenda a imitarlo y repetirlo. Algún<br />

efecto tendrá eso en la fe o en la lectura.<br />

A fin <strong>de</strong> cuentas, casi todos los dioses<br />

—al menos los más persistentes—<br />

están escritos y hacer otro —escribirlo—<br />

ha <strong>de</strong> ser una gran tentación. <strong>La</strong> poesía —o el poeta— cae a<br />

menudo en ella y en la trampa máxima <strong>de</strong> ir anulando su propia<br />

autoría. Dentro <strong>de</strong> ese hueco don<strong>de</strong> “alguien” se contempla<br />

como una secuela <strong><strong>de</strong>l</strong> <strong>de</strong>stino, <strong>de</strong> las palabras o <strong>de</strong> cualquier<br />

otra fuerza empecinadamente incorpórea surge la creencia peculiar<br />

<strong>de</strong> que ningún “yo” sería capaz <strong>de</strong> producir tal efecto, y<br />

una religión plagada <strong>de</strong> imágenes y casi carente <strong>de</strong> dudas.<br />

Pero vuelvo a las <strong>de</strong>finiciones: el poema es lo que se inventa<br />

para saber lo que no se sabe. ¿Y qué hay <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> un poema?<br />

En el mejor <strong>de</strong> los casos otro poema y siempre un lector<br />

perfecto que se somete a una experiencia única: el reconocimiento<br />

<strong>de</strong> algo olvidado que conoció alguna vez. Lo cual es<br />

otra hipótesis, un eslabón para otra poética. Retomo entonces<br />

mi estribillo predilecto: la poesía es cada poema y cada poema<br />

es el principio. No hay conclusión. <strong>La</strong> verdad platónicamente<br />

(es <strong>de</strong>cir, poéticamente) se pier<strong>de</strong> por rozarse con tantas paradojas.<br />

O es eso: una adivinanza o un contrasentido, válida porque<br />

no se entien<strong>de</strong>. <strong>La</strong> finita variedad <strong>de</strong> trucos provoca vértigo.<br />

Quizás a ello obe<strong>de</strong>zca la otra obsesión <strong>de</strong> la poesía: que al<br />

final o en medio o en alguna parte la espera el silencio. Y que<br />

se escribe para callar.<br />

Valga la perogrullada: se escuchan mejor las palabras cuando<br />

se enuncian con un trasfondo <strong>de</strong> silencio. ¿Qué es lo que calla?<br />

Siempre yo, siempre tú, siempre ellos; pero antes <strong>de</strong> Mallarmé jamás<br />

la página. Su silencio fue el más blanco <strong>de</strong> todos, una superficie,<br />

un lugar don<strong>de</strong> —treta <strong>de</strong> por medio— siguen sonando las<br />

pausas <strong><strong>de</strong>l</strong> ojo: un paisaje níveo en el papel que canceló, tal como<br />

quiso Mallarmé, el “brutal espejismo” <strong><strong>de</strong>l</strong> mundo. Con Un<br />

tiro <strong>de</strong> dados le creció un esqueleto al silencio, como si los versos<br />

fueran los espacios negros en una radiografía. Lo aterrador, otra<br />

vez, es la treta: la poesía tan efectista que procrea el trance más<br />

quieto <strong>de</strong> su muerte. Aunque también, para obviar las infracciones<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> artificio, se podría postular que ésas son las alternativas<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> género: el poema callado o el resonante y, en medio, el que<br />

ata ambos cabos. Sospecho que los a<strong>de</strong>ptos <strong><strong>de</strong>l</strong> silencio tien<strong>de</strong>n<br />

a sentirse más cerca <strong>de</strong> una latitud esencial. Pero quizá simplemente<br />

son más cándidos y confían <strong>de</strong>masiado en lo que oyen: la<br />

nada sorda y su recreación <strong>de</strong> un sentido. El peligro radica en<br />

hablar <strong><strong>de</strong>l</strong> silencio: en confeccionar una i<strong>de</strong>ología elocuente<br />

acerca <strong>de</strong> la negación. De eso Mallarmé sí fue culpable.<br />

¿De qué más? Seguramente <strong>de</strong> creer menos en sus poemas<br />

que en sus i<strong>de</strong>as, <strong>de</strong> divulgarlas como si hubieran sido las mascotas<br />

predilectas <strong>de</strong> una campaña que excluía las pobres pruebas<br />

cuantificadas en un verso. El discernimiento que tuvo para las<br />

trampas <strong>de</strong> la poesía le faltó a la hora <strong>de</strong> examinar sus hipótesis;<br />

ahí se mostró crédulo y menos diestro: convirtió su poética en<br />

una especie <strong>de</strong> política y, a diferencia <strong>de</strong> sus poemas, ese lastre<br />

abstracto fue infinitamente transferible: el vicio <strong>de</strong> la sagrada in-<br />

10 la<strong>Gaceta</strong> número 408, diciembre <strong>2004</strong>

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