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La Gaceta del FCE. Diciembre de 2004 - Fondo de Cultura Económica

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ió y se fue para siempre; <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces nadie volvió a abrazarlo<br />

o a darle un beso, salvo Jester, si es que lamerle la cara,<br />

moverle la cola y saltarle encima podían consi<strong>de</strong>rarse los equivalentes<br />

<strong>de</strong> besar o abrazar para un perro. Meshak sabía que<br />

quería a su perro y que Jester lo quería a él, pero nunca habría<br />

pensado que eso fuera caridad.<br />

Los niños a los que su padre recogía en plena carretera o en<br />

las pequeñas al<strong>de</strong>as, pueblos o ciuda<strong>de</strong>s y que metía en su carreta<br />

nunca parecían contentos o agra<strong>de</strong>cidos. Por lo general<br />

eran entregados y recibidos con brusquedad, mal alimentados<br />

y a menudo golpeados. Pensándolo bien, Meshak no podía <strong>de</strong>cir<br />

que ellos, aunque tampoco él, fueran amados. Si eso era<br />

amor, también era negocio. Había dinero que cambiaba <strong>de</strong> manos,<br />

en ocasiones mucho dinero.<br />

Pero Meshak aceptaba que su padre era un hombre bueno y<br />

cristiano porque todo el mundo lo <strong>de</strong>cía. Se le admiraba por la<br />

virtud más cristiana: la caridad.<br />

El cielo empezó a oscurecerse no sólo por la llegada <strong>de</strong> la<br />

noche, sino porque un <strong>de</strong>nso banco <strong>de</strong> nubes moradas y cargadas<br />

<strong>de</strong> lluvia se expandía por todo el firmamento. Una espiral<br />

<strong>de</strong> gaviotas danzaba en círculos sobre la superficie <strong><strong>de</strong>l</strong> río; la<br />

luz nocturna daba a sus blancos vientres un tono plateado.<br />

Unos cuantos leñadores y campesinos se agolparon ansiosamente<br />

junto a la carreta llevando herramientas que necesitaban<br />

afilar, reparar o intercambiar.<br />

Meshak sabía lo que <strong>de</strong>bía hacer. Amarró la puerta <strong>de</strong> lona<br />

<strong>de</strong> la carreta y sacó las ollas y los sartenes, los afiladores para<br />

cuchillos, los ganchos para carne, las tijeras, los ralladores, las<br />

picadoras, los tazones, los comales, los cuchillos y las hachas,<br />

también las baratijas tales como peines y cuentas, bobinas para<br />

máquina <strong>de</strong> coser y algodones, ma<strong>de</strong>jas <strong>de</strong> cuerda, chucherías<br />

y fruslerías. Extendió un retazo gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> lona en un claro al<br />

lado <strong><strong>de</strong>l</strong> camino y puso ahí todo para que pudieran tocar, preguntar<br />

y calcular las condiciones para regatear.<br />

A Meshak le tocaba encargarse <strong>de</strong> las transacciones simples,<br />

<strong>de</strong> manera que, mientras estaba haciendo un cambalache, su<br />

padre empezó a conversar animadamente con un hombre bien<br />

vestido que lo invitó a pasar a su casa <strong>de</strong> campo. No era un caballero<br />

con peluca sino un hombre <strong>de</strong> la parroquia con el cabello<br />

peinado hacia atrás bajo un sombrero <strong>de</strong> ala ancha, pantalones<br />

bombachos <strong>de</strong> lana café y botas <strong>de</strong> cuero.<br />

El cielo se oscurecía cada vez más y las primeras gotas <strong>de</strong><br />

lluvia golpearon el suelo. <strong>La</strong> fila para el transbordador se había<br />

reducido a una carreta <strong><strong>de</strong>l</strong>ante <strong>de</strong> ellos y Meshak ya había vuelto<br />

a empacar todo cuando Otis regresó.<br />

—¡Mete a esos mocosos! —refunfuñó.<br />

Se refería a cinco niños serios, humil<strong>de</strong>mente vestidos, que<br />

caminaban en hilera: una niña y un niño <strong>de</strong> tan sólo tres y cinco<br />

años, firmemente tomados <strong>de</strong> la mano, y el resto —todos<br />

varones— <strong>de</strong> ocho y nueve años. Los niños estaban callados,<br />

como si hubieran nacido sabiendo ahogar sus miedos. Se <strong>de</strong>jaban<br />

conducir como reses por Meshak hacia la parte trasera <strong>de</strong><br />

la carreta.<br />

Cuando se acomodaron, apretujados a los lados <strong><strong>de</strong>l</strong> vehículo,<br />

todo el tiempo callados y observando a su alre<strong>de</strong>dor, Meshak<br />

y Otis empezaron a separar <strong>de</strong> la carreta la recua <strong>de</strong> mulas.<br />

El barquero ya estaba impaciente; miraba ansioso el cielo nublado<br />

y el sol agonizante los conminó a apresurarse.<br />

Otis jaló la rienda hasta por encima <strong>de</strong> las orejas <strong>de</strong> la mula<br />

<strong>de</strong> la carreta y bruscamente trató <strong>de</strong> convencerla <strong>de</strong> subir al<br />

transbordador. El nervioso animal se resistía, temeroso <strong>de</strong> pisar<br />

la bamboleante embarcación, hasta que un agudo chasquido <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

látigo lo hizo saltar a bordo con un chacoloteo <strong>de</strong> cascos. Otis<br />

puso un saco encima <strong>de</strong> la cabeza <strong><strong>de</strong>l</strong> animal para taparle la vista<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> agua que se levantaba. Acababa <strong>de</strong> convencer a la cuarta<br />

mula <strong>de</strong> subir al barco cuando una mujer preguntó en voz baja:<br />

—¿Es usted el hombre <strong>de</strong> Coram?<br />

Meshak volteó. Le sorprendió que su padre reaccionara al<br />

instante, como si ése hubiera sido siempre su nombre. Meshak<br />

no lo había oído nunca. Otis le pasó las riendas a Meshak y dirigiéndose<br />

al barquero gritó:<br />

—El muchacho se ocupará <strong>de</strong> ellas —mientras el joven tomaba<br />

las riendas y apaciguaba a la espantada mula, su padre ya<br />

había saltado a tierra.<br />

No era una sirvienta ni una pizcadora <strong>de</strong> papas, como tantas<br />

otras que habían acudido a él, sino una dama que, a pesar<br />

<strong>de</strong> sus esfuerzos por parecer mo<strong>de</strong>sta y pasar inadvertida, no<br />

podía ocultar sus orígenes. Aunque su refinada voz no la hubiera<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong>atado, el corte y la tela <strong>de</strong> su manto la traicionaron. Su<br />

mirada estaba fija en una canasta que abrazaba con fuerza y que<br />

poco antes colgaba bajo la sombra <strong>de</strong> los árboles ribereños, tratando<br />

<strong>de</strong> que nadie la viera o i<strong>de</strong>ntificara.<br />

<strong>La</strong> transacción fue rápida. Una pesada bolsa <strong>de</strong> dinero pasó<br />

a la valija <strong>de</strong> Otis, quien tomó la canasta con gran<strong>de</strong>s muestras<br />

<strong>de</strong> reverencia y preocupación, como si estuviera dispuesto a<br />

protegerla con su vida. Meshak oyó a la dama proferir un alarido<br />

corto y lastimero que pronto fue ahogado. Otis saltó <strong>de</strong><br />

nuevo a la carreta y empujó el envoltorio hacia los brazos <strong>de</strong><br />

Meshak.<br />

—Pon cara <strong>de</strong> circunstancias —le susurró— hasta que estemos<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> otro lado.<br />

El transbordador se alejó, mientras la mujer permanecía inmóvil<br />

en la orilla sin quitarles la vista <strong>de</strong> encima. Meshak sintió<br />

su mirada clavada en ellos durante todo el camino. Cuando<br />

<strong>de</strong>sembarcaron aún seguía allí.<br />

Traducción <strong>de</strong> Ricardo Rubio y Diana Luz Sánchez.<br />

número 408, diciembre <strong>2004</strong> la<strong>Gaceta</strong> 29

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