La Gaceta del FCE. Diciembre de 2004 - Fondo de Cultura Económica

cimiento de causa (recuérdese que De la Colina vivió en Cuba
en los primeros años de la revolución castrista y que salió de
ahí muy poco después de que el Che Guevara propusiera
“aquello de que Latinoamérica se convirtiera en un Vietnam,
en dos, en tres, muchos Vietnams, me pareció monstruoso,
porque era como decir: que la gente sufra, que a la gente la torturen
y gaseen y ametrallen y bombardeen, para que empiece
a desear inevitablemente la revolución. Eso era una mística,
claro, pero una mística maquiavélica y perversa. Y me vacuné
del Che y de los místicos revolucionarios. Pero que quede claro,
eso no va no con los personajes de mi cuento [‘Manuscrito
encontrado debajo de una piedra’], que son unos ingenuos, no
unos místicos ni unos Maquiavelos de la revolución: son unos
ilusos que ven la guerrilla como una posibilidad de gloria y de
grandeza personal, más que de conquista de poder.” 1
Pero ha sido, además de un escritor admirable y un lector
pertinaz e inquisitivo, curioso y curiosísimo, un hombre valiente
que no ha tenido miedo de andar a pie por las calles de
la literatura y portarse como un peatón de lo más decente en
medio de las mentiras bilingües, los pretextos partidarios y las
conciencias ávidas de autosatisfacción, la servidumbre voluntaria,
satisfecha o insatisfecha. Un minero, un gambusino del fait
divers (véase por ejemplo su memorable página sobre la cotorrita
de Winston Churchill).
“Escritor en estado puro”, ha dicho Alejandro Rossi; yo
añadiría: “escritor en estado lúdico”, “jugador verbal en estado
de continua disponibilidad”, atento siempre a la responsabilidad
del juego, a la limpieza deportiva de la ceremonia literaria.
Esa voluntad lúdica le abre las puertas del gran libro del mundo
y lo insta a mirar y descifrar —como quería Baudelaire—
cada uno de sus símbolos, lo invita a reconocer (en el sentido
en que se identifica a un hijo) las huellas de la literatura (esos
otros sellos de la carne) en donde se presentan: y uno de esos
espacios es ¿quién lo puede negar? la bohemia, el ámbito cantinero
y, para decirlo con Eduardo Lizalde, los climas tabernarios
y eróticos donde la guerra de los cuerpos y el ineludible arte
de amar y desamar vuelven a la fuente castálida del humor y
la saliva, la voz y el verso. La vertiente
callejera subraya en el talante de este Pepe
Ludens 2 el aliento lírico de su respiración.
Los relatos y cuentos de José de la
Colina —desde Ven, caballo gris, La lucha
con la pantera y El Espíritu Santo hasta
Tren de historias, El álbum de Lilith, En-
tonces y Muertes ejemplares— están iluminados por la luz de la
ensoñación y de la poesía, y, si toda su narrativa parece escrita
bajo el lema de una “defensa de la poesía”, su escritura narrativa,
híbrida de ensayo y periodismo, oralidad y traducción, parece
traer a cuento sabrosos resabios y reversos del Poema Mayor
de donde derivan todos los poemas. La idea de la prosa en
De la Colina es compleja: es lírica y es prosaica, es cómica y es
juguetona, elegante y sencilla como un juego infantil en el que
1 J. L. Ontiveros, “Entrevista con José de la Colina. El cuento, las
nínfulas y lo sagrado”, Casa del Tiempo, p. x.
2 Cabe aquí invitar al lector a repasar el libro clásico del holandés
Johan Huizinga —originalmente publicado por el fce— Homo ludens,
traducción de Eugenio Ímaz, Biblioteca 30 Aniversario de Alianza
Editorial, Madrid, 1998.
José de la Colina no es en modo
alguno una rara avis de la literatura
hispánica. Es un cuentista de raza
y encarna el alma encantada del
niño en el mundo que sabe contar
su maravilla
siempre se dice la verdad del arte. “La tumba india” no sólo es
un cuento magistral: es una metáfora sobre la escritura y su
verdad.
El modo en que José de la Colina practica el oficio de periodista
y en que combina la atención al interlocutor, la experiencia
literaria adquirida (es decir la memoria de lo leído, lo
oído y lo escrito) y la agilidad dizque improvisada del que sabe
salir del paso como puede y quiere lo sitúan como uno de los
más entusiastas y certeros animadores de la conversación literaria
en esta capital del mundo hispanoparlante que es la mexicana
megalópolis a la que él llama con neologismo cómico
Esmógico City.
La conversación privada, como se sabe, no fue hasta bien
entrado el renacimiento objeto de normalización ni de instituciones
retóricas: antes, la retórica se había enderezado a codificar
los modos de la persuasión judicial y forense y a subrayar
y poner pautas a los ejercicios de la retórica pública. Pero a
partir del renacimiento, y en particular en los salones franceses
de los siglos xvii y xviii, se introduce un modo de comunicación
oral singular donde ya no sólo se trata de persuadir al otro
mediante argumentos infalibles sino, entre otras cosas, de
atraerlo y arrebatarlo, suspender su ánimo y fascinarlo. El gobierno
de esa nueva oralidad coincide con el desarrollo de la
novela y el cuento y con el descubrimiento y la traducción de
los cuerpos narrativos orientales inspirados
por el demonio de las muñecas rusas
caníbales (dixit Luigi Amara): la fábula
en que se van devorando las narraciones
unas a otras. Surge en ese
horizonte la figura singular del cuentista
improvisador, capaz de sacar casi de la
nada un extenso relato que observa características
o leyes específicas, como es el caso del poeta y
cuentista evocado por Alexander Serguei Puchkin en su cuento
“Las noches de Cleopatra” —Tcharski—, a su vez inspirado
en la figura del poeta-improvisador polaco Adam Mickiewitz.
O como es el caso de Corinne ou l’Italie, la narradora-improvisadora
evocada en su novela por Madame de Staél. El tema del
improvisador cuya acción desaforada puede rayar en locura
echa a andar la discusión en torno a las virtudes del talento innato
enfrentadas al conocimiento adquirido mediante la práctica
del oficio. Éste precisamente es uno de los trabajos expuestos
por De la Colina en la emblemática fábula titulada “El arte
de Croconas”. José de la Colina no es en modo alguno una
rara avis de la literatura hispánica. Es un cuentista de raza y encarna
el alma encantada del niño en el mundo que sabe contar
su maravilla.
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