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La doncella de hielo La doncella de hielo

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Así que en 1886, cuando Cora llegó a Quincy Bay, la señora Harriet Amy Burroughs, <strong>de</strong><br />

acuerdo con la cronología antedicha, <strong>de</strong>bería andar por los doscientos años.<br />

Pero esto, por supuesto, tenía que ser un disparate, como cualquiera que la viera podía<br />

atestiguar. No obstante, muy poca gente llegó a verla en realidad. <strong>La</strong> escuela era dirigida por<br />

un eficiente profesorado compuesto por pedagogos infantiles. <strong>La</strong> señora Burroughs sólo subía<br />

<strong>de</strong>l apartamento, en el sótano, a la anochecida, cuando las tareas administrativas <strong>de</strong>l día<br />

habían concluido. Consecuentemente, en raras ocasiones llegaba a estar en contacto con sus<br />

alumnos.<br />

Cora constituía una excepción.<br />

Eran las once y media, horas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l toque <strong>de</strong> queda oficial. Encendió una vela y<br />

bajó por la escalera trasera hasta la biblioteca para robar un libro: el volumen tercero <strong>de</strong> El<br />

<strong>de</strong>clive y la caída <strong>de</strong>l imperio romano, <strong>de</strong> Gibbon. Había acabado el volumen segundo<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la cena y tenía impaciencia por comenzar el capítulo XLI (500-620 d. C.), que<br />

trataba sobre las conquistas <strong>de</strong> Belisario contra los godos, una época apasionante como pocas,<br />

llena <strong>de</strong> batallas y masacres, que cubrían la extensión <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Constantinopla hasta África.<br />

Se <strong>de</strong>splazó clan<strong>de</strong>stinamente hacia la estancia oscura <strong>de</strong>l pasillo <strong>de</strong>l ala este, pasando la<br />

habitación <strong>de</strong> la costura, el cuarto oscuro para los castigos, el salón semicircular para la<br />

música y el guardarropa <strong>de</strong> profesores (años <strong>de</strong>spués, en la década <strong>de</strong> los veinte, escribiría una<br />

historia corta para la revista Narraciones sobrenaturales, basada en aquellas siniestras<br />

habitaciones. Se llamó: “<strong>La</strong> rotonda <strong>de</strong> la Cosa”). Regresó al pasaje que conducía a la<br />

biblioteca, empujó la puerta y se encontró mirando fijamente a los ojos ardientes <strong>de</strong> una mujer<br />

joven envuelta en un chal blanco. ¡<strong>La</strong> “Cosa” en persona!<br />

Permanecieron allí por un instante, inmóviles cual estatuas en una nave <strong>de</strong> medianoche.<br />

Acto seguido habló la mujer:<br />

— Has cometido una falta — susurró melodiosamente —, los matriculados tienen<br />

prohibido abandonar sus dormitorios <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l anochecer.<br />

— Vine para recoger un libro — replicó Cora, audazmente.<br />

— ¿De veras? Alguna novela prohibida y ver<strong>de</strong>, seguro, <strong>de</strong> Rabelais o <strong>de</strong>l señor Balzac.<br />

— No, señora; un tomo <strong>de</strong> historia.<br />

— Diable! ¡Historia!<br />

— Estoy leyendo la historia <strong>de</strong> la caída <strong>de</strong>l imperio romano y he llegado al siglo V d. C.<br />

— ¡Cuéntame, por favor!<br />

Cora nunca había visto a una dama tan perfectamente bella en toda su vida. <strong>La</strong>s<br />

matronas y jovencitas que se presentaban en sociedad en Beacon Hill, incluso las más<br />

atractivas, su madre por ejemplo, adolecían todas <strong>de</strong> alguna imperfección, les traicionaban sus<br />

narices, ca<strong>de</strong>ras, senos, peinados, embonpoint o lo que fuera. ¡Pero esta aparición que se<br />

cernía ante ella aquí, a la luz <strong>de</strong> la vela, era absolutamente celestial!<br />

— Flavius Amicius Justinianus es el emperador <strong>de</strong>l Este — dijo Cora, mostrando el<br />

volumen segundo —, un borrachín e incompetente acosado por las invasiones y corrompido<br />

por sórdidos vicios. Ha confiado la supervivencia <strong>de</strong>l imperialismo constantinopolitano a un<br />

joven general, Belisario, y este caballero, uno <strong>de</strong> los genios militares mayores <strong>de</strong>l mundo, está<br />

a punto <strong>de</strong> realizar hazañas extraordinarias. Sus proezas se narrarán en toda su extensión en el<br />

volumen tercero.<br />

— ¿Qué parloteo es éste? — dijo la diosa entre carcajadas —. Pareces una monografía.<br />

¡Su voz! ¡Era una sonata! ¡Una rapsodia! ¡Un concerto grosso para violonchelo, oboe,<br />

fagot y tromba cromática! ¡Ah, no parecía <strong>de</strong> Boston! ¡Era seguramente una visitante <strong>de</strong><br />

alguna corte europea, una con<strong>de</strong>sa cuando menos…, una hembra rara y espléndida que había<br />

sido la concubina <strong>de</strong> reyes y ministros!<br />

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