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La doncella de hielo La doncella de hielo

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Pero claro que se acordaba. Era un hombre como <strong>de</strong> cincuenta y pico años, canoso, fofo,<br />

pero pulcro, con el rostro <strong>de</strong> un caimán enriquecido pagado <strong>de</strong> sí.<br />

¡Se trataba <strong>de</strong> Cesare Argoli junior!<br />

Cuando le dijo quien era, ella gritó:<br />

— ¡Oh! —y batió palmas como lo haría una niña. ¡Me has tomado por mi madre! ¡Qué<br />

agradable!<br />

— ¿Tu... madre?<br />

— Sí, soy la hija <strong>de</strong> Cora Dana.<br />

<strong>La</strong> miró <strong>de</strong> hito en hito, <strong>de</strong>sconcertado y sin respiración por el susto.<br />

— ¿Dón<strong>de</strong> está? —preguntó ja<strong>de</strong>ando. Tu madre, ¿qué ha sido <strong>de</strong> ella?<br />

Suspiró e inclinó la cabeza.<br />

— Murió al darme a luz.<br />

El hombre quedó <strong>de</strong>rrumbado. <strong>La</strong> invitó a cenar y oculto tras la carta <strong>de</strong>l menú le mostró<br />

una ficha <strong>de</strong> ruleta <strong>de</strong> cien dólares, unida a una ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> oro que colgaba <strong>de</strong> su grueso<br />

cuello.<br />

— Ella me la dio— susurró. Cuando me fui a la guerra. Estábamos muy enamorados los<br />

dos. Le pedí que se casara conmigo, pero... —Hizo rechinar sus dientes dramáticamente. <strong>La</strong><br />

<strong>doncella</strong> <strong>de</strong> <strong>hielo</strong> —musitó.<br />

— Me contó que había un hombre en Nueva York que la bautizó así.<br />

— ¡No fui yo! —protestaba. ¡No; se trataba <strong>de</strong> F. Scott Fitzgerald, el escritor! También<br />

la amaba. Todos la querían. Noel Coward, Cole Porter, Hemingway, Irving Berlin... Por<br />

cierto, ¿quién es tu padre?<br />

— Su nombre era Logan. Anthony Logan.<br />

— ¡El pianista! No me sorpren<strong>de</strong>. ¿dón<strong>de</strong> está ahora?<br />

— Ha muerto.<br />

— Siento oír eso. Ambos trabajaban para mi padre en el viejo Casino Stuyvesant <strong>de</strong> la<br />

avenida Lexington.<br />

— Sí, ya lo sé. Me lo contó todo respecto <strong>de</strong> Cesare Argoli, el viejo. Y también <strong>de</strong> ti.<br />

— ¿Te habló <strong>de</strong> mí? —dijo con una sonrisa afectada.<br />

— A menudo se preguntaba qué habría sido <strong>de</strong> ti.<br />

— Ahora soy propietario <strong>de</strong> cinco clubs —fanfarroneó, en otros tantos estados.<br />

Cora inmediatamente se agarró a esto.<br />

— Entonces quizá puedas darme un trabajo —rogaba. Yo también soy croupier.<br />

— ¿De verdad?<br />

— Sí, mamá me enseñó todos los secretos <strong>de</strong> la ruleta —dijo, mientras recordaba haber<br />

representado la misma escena con su padre, una mañana lluviosa en Nueva York, hacía casi<br />

cuarenta años. ¡Benny Goodman! —exclamó entre risas.<br />

— ¿Cómo dices?<br />

— Benny Goodman le consiguió el trabajo con tu padre. ¿No lo sabías?<br />

— No.<br />

Tiempo, reflexionó, sal <strong>de</strong> mi mente. Y, naturalmente, él la contrató en aquel mismo<br />

lugar y momento.<br />

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