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La doncella de hielo La doncella de hielo

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Produjo varias narraciones nuevas más para Narraciones sobrenaturales, pero su<br />

espíritu ya no estaba en ello. Se le había acabado la inspiración.<br />

Una <strong>de</strong> sus novelas cortas fue rechazada. Finalmente, <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> escribir. Miró a su<br />

alre<strong>de</strong>dor en busca <strong>de</strong> alguna otra cosa que pudiera hacer.<br />

En el año 39 estuvo trabajando durante dos semanas en un drugstore que abría toda la<br />

noche en Columbus Circle y tres meses <strong>de</strong> acomodador en el teatro St.James (¡Lo abandonó<br />

tras ver a Maurice Evans en Hamlet noventa veces!)<br />

En Lexington, que estaba nada más cruzar la calle, se encontraba la piojosa entrada <strong>de</strong>l<br />

Stuyvesant Club. Creía que era un cabaret o un tabernucho <strong>de</strong> la mafia, ya que se oía el<br />

estruendo <strong>de</strong> la música toda la noche y la acera estaba siempre repleta <strong>de</strong> hombres y mujeres<br />

con ropa <strong>de</strong> noche, que entraban y salían furtivamente. <strong>La</strong> policía hizo allí un par <strong>de</strong> redadas.<br />

Por curiosidad se <strong>de</strong>jó caer una mañana lluviosa para ver qué se cocía en aquel lugar.<br />

Era un casino, una gran y humeante fosa ocupada por celebrida<strong>de</strong>s que echaban los<br />

dados y jugaban al blackjack y a la ruleta. Bajando por las escaleras hacia el ruidoso remolino<br />

<strong>de</strong> humo <strong>de</strong> cigarros y agitación, reconoció a Walter Winchell, Noel Coward, Eddie Cantor,<br />

Fanny Brice, Beatrice Lily, Victor Moore, Ethel Merman, Lynn Fontaine..., todos ellos en<br />

diversas fases <strong>de</strong> clamorosa borrachera nocturna y <strong>de</strong>senfreno.<br />

En un escenario <strong>de</strong> un rincón <strong>de</strong> la sala, cuatro músicos — trompetista, batería,<br />

saxofonista, pianista — tocaban con un ímpetu salvaje melodías <strong>de</strong> espectáculos <strong>de</strong><br />

Broadway.<br />

Pero por encima <strong>de</strong> todo aquello se hallaba el torbellino central <strong>de</strong> la fosa que mantenía<br />

hechizada su atención. Se abrió paso entre la multitud hasta la mesa <strong>de</strong> la ruleta y se quedó<br />

transfigurada, mirando fijamente la rueda. Giraba dando vueltas, vueltas y más vueltas,<br />

transportándola seis décadas hacia atrás a la sala <strong>de</strong> billar <strong>de</strong> papaíto en Beacon Street, en un<br />

viaje <strong>de</strong> regreso a la luz <strong>de</strong>l día, yendo <strong>de</strong> nuevo al Edén <strong>de</strong> los vivos. Perdido, pensó.<br />

Perdido... para siempre... Y lloró.<br />

Un viejo con frac se <strong>de</strong>tuvo frente a ella y frunciendo el ceño, preguntó:<br />

— ¿Qué te pasa, hija? — Su tono era áspero — ¿Cuánto has perdido?<br />

— Todo — le respondió, secándose las lágrimas.<br />

— Deberías haberlo pensado antes. No se pue<strong>de</strong> batir a esa ruóta.<br />

Deslizó una ficha <strong>de</strong> 100 dólares en su mano y se alejó caminando.<br />

Jugó al rojo tres veces y ganó ochocientos dólares. Más tar<strong>de</strong>, momentos antes <strong>de</strong> la<br />

hora <strong>de</strong> cierre, se encontró a sí misma <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la barra, sirviendo a uno <strong>de</strong> aquellos famosos<br />

una bebida.<br />

— Gracias — dijo, <strong>de</strong>volviéndole su ficha — Mi nombre es Cora Dana.<br />

— Bienvenida. Soy Cesare Argoli. Y éste es el señor Benny Goodman.<br />

Se dieron un solemne apretón <strong>de</strong> manos. Cesare le ofreció un cocktail <strong>de</strong> champán. Ella<br />

aceptó.<br />

— ¿Es suyo este lugar, Sr. Argoli? — preguntó.<br />

— Sí. Esta noche nos mantenemos, así que aún es mío. Mañana algún afortunado<br />

súdicióne saltará la banca y me quedaré en la calle.<br />

— Quiero un empleo.<br />

— ¿Qué tipo <strong>de</strong> trabajo?<br />

— <strong>La</strong> mesa <strong>de</strong> la ruleta. Soy croupier<br />

— ¿Tú?<br />

Tanto él como Benny Goodman parpa<strong>de</strong>aron al oírla, estupefactos.<br />

— ¿Tú? ¿Trabajando en garitos <strong>de</strong> juego?<br />

— Sí, en el casino <strong>de</strong> Ba<strong>de</strong>n-Ba<strong>de</strong>n; que no era ningún garito.<br />

— ¿Dón<strong>de</strong> está eso?<br />

— En Alemania, Cesare — explicaba Benny.<br />

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