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La doncella de hielo La doncella de hielo

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CAPÍTULO 8<br />

Bajó <strong>de</strong>l autobús en la avenida Holland. Un organillero estaba apostado en la esquina,<br />

señalando al cielo.<br />

— Allí hay uno — chilló<br />

Se formó un nutrido corro <strong>de</strong> gente.<br />

— ¿Qué es eso? — preguntó alguien — ¡Un murciélago! — gritó, señalando— ¡Ahí va<br />

otro!<br />

Cora siguió caminando al tiempo que reía. Se empezaba a sentir mucho mejor, sin saber<br />

por qué. ¡Sí, y también ella! Era su corazón. Volvía a su tiempo <strong>de</strong> triple compás <strong>de</strong> baile,<br />

impulsando la sangre <strong>de</strong>l marinero por su cerebro. ¡Y su cerebro! ¡Ah! ¡Algo estaba<br />

sucediendo allí! Podía sentir el funcionamiento mental. Aún no estaba segura <strong>de</strong> qué<br />

calculaba, pero ya llegaría a saberlo. ¡Debía ser algo, algo sensacional! Por eso estaba riendo<br />

<strong>de</strong> buena gana. ¡Fantástico y... gigantesco!<br />

Caminó hacia la estrecha puerta metálica en la parte trasera <strong>de</strong> la torre Titán, apretó el<br />

botón y habló por la ranura.<br />

— Cora Dane... Dana, quiero <strong>de</strong>cir<br />

¡Dios mío! ¡Había usado uno <strong>de</strong> sus seudónimos para Historias sobrenaturales!<br />

Se abrió la puerta y allí estaba Eddie, sosteniendo un 45.<br />

— ¡Entra rápido! — le dijo bruscamente.<br />

¿A qué viene tanta prisa?<br />

¡Los murciélagos!<br />

Pasó por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él y cerró la puerta <strong>de</strong> golpe.<br />

— No hay ningún murciélago, Eddie — le dijo<br />

Se la quedó mirando fijamente.<br />

— Eso es lo que tú crees — le espetó — Si fueras italiana, no dirías lo mismo —<br />

Deslizó el arma en la pistolera bajo su esmoquin — En mi país <strong>de</strong> origen...<br />

— Ya<br />

No le interesaba la sabiduría popular sobre murciélagos <strong>de</strong> aquellas tierras. Bajó al<br />

tocador, colgó su abrigo lo<strong>de</strong>n en el armario y se quitó las botas. Tras <strong>de</strong>snudarse, se puso su<br />

vestido plateado <strong>de</strong> noche.<br />

— ¡Hola, Cora! — Peg, la chica <strong>de</strong> los cigarrillos, se acercó a toda prisa.— ¡Llego<br />

tar<strong>de</strong>! ¡Tenía miedo <strong>de</strong> salir <strong>de</strong>l coche! ¡El cielo estaba lleno <strong>de</strong> murciélagos! ¿No los viste?<br />

— No<br />

— Yo tampoco. — Se quitó el vestido echándolo a un lado y se introdujo retorciéndose<br />

en su traje negro <strong>de</strong> malla.— Pero un chico en la calle dijo que dos <strong>de</strong> ellos han atacado a un<br />

rabino en una sinagoga en la avenida Dag Hammarskjold. Lo que hacen es mor<strong>de</strong>rte en la<br />

yugular y... ¡Oye, cierra esa ventana!<br />

Atravesó la habitación corriendo y cerró la ventana. Cora la observaba, envidiando su<br />

cuerpo alto y <strong>de</strong>lgado. ¡Peg siempre pesaba cinco kilos menos <strong>de</strong> los que le correspondían!<br />

Subieron al Casino. Aún no habían abierto. Todo el personal subalterno a su alre<strong>de</strong>dor<br />

parecía amargado y exhausto. Peg se dirigió a la barra para recoger su ban<strong>de</strong>ja <strong>de</strong> cigarrillos.<br />

Cora se sentó junto a la ruleta y saludó con un movimiento <strong>de</strong> cabeza a los encargados <strong>de</strong> la<br />

planta. <strong>La</strong> mesa se hallaba tapada por una larga cubierta <strong>de</strong> plástico. Tiraron <strong>de</strong> ella, la<br />

plegaron y se la llevaron.<br />

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