Nº 46 - De la Palabra
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EL FANTASMA DEL CASINO<br />
Revista La Avispa <strong>Nº</strong><strong>46</strong><br />
Re<strong>la</strong>tos y cuentos<br />
<strong>De</strong> Nunzio Ratto se decía que jugando a los dados y al póquer, dejó en <strong>la</strong> ruina a muchos ricos<br />
y nobles europeos. <strong>De</strong>sde París llegó a Buenos Aires; y cuando todos los jóvenes acomodados<br />
de <strong>la</strong> capital terminaron con sus bolsillos vacíos, decidió <strong>la</strong>rgarse a viajar.<br />
Así llegó al sa<strong>la</strong>dero de Pedro Luro. Se cuenta que compartía con Luro el gusto por el truco,<br />
juego que conoció en los prostíbulos del bajo. En el puerto, todavía cuentan <strong>la</strong> historia del genovés<br />
que arruinó a muchas familias de pescadores.<br />
Hasta que decidió ir por el premio mayor: le jugó a Luro toda su fortuna contra el sa<strong>la</strong>dero. Y<br />
perdió.<br />
Algunos cuentan que escapó a Génova. Otros, que por vergüenza se suicidó, y que su fantasma<br />
recorre los pasillos del Casino.<br />
Y que por resentimiento, o quizás venganza, obliga a que los dados nunca sumen siete; que <strong>la</strong><br />
bo<strong>la</strong> caiga en el número que nadie apostó; que <strong>la</strong>s cartas siempre hagan ganar a <strong>la</strong> banca.<br />
LA BICICLETA PERDIDA<br />
DANIEL BATTISTON<br />
(Mar del P<strong>la</strong>ta) - danielbattiston@gmail.com<br />
No estuvo perdida, se <strong>la</strong> encontró en <strong>la</strong> memoria, en todas <strong>la</strong>s memorias de los habitantes de<br />
Rosario que quisieron ver<strong>la</strong>.<br />
La encontraron los amigos de Cachilo que salieron a buscarlo; <strong>la</strong> madre de Cachilo que guardó<br />
<strong>la</strong> bicicleta como una prolongación de su hijo.<br />
<strong>De</strong> <strong>la</strong> novia de Cachilo, que alguna vez paseó por el Parque Independencia o el Parque Urquiza,<br />
pedaleando en esa bicicleta de leyenda. <strong>De</strong> Raúl García el maestro que <strong>la</strong> tomó prestada y llevó<br />
cuadernos para los pibes de su escuelita Cabín 9; en esos cuadernos escribió: “Existen seres<br />
humanos que soñaron más allá del sol y con un país mejor”.<br />
Vieron <strong>la</strong> bicicleta de Cachilo, los canal<strong>la</strong>s y los leprosos, los gorriones y los actores de conciencia<br />
rosarigasinos.<br />
La vio el negro Fontanarrosa y no puso contener una lágrima. La vio Olmedo desde su banco y<br />
su escultura sobre wheelwright y <strong>la</strong> saludó con tristeza.<br />
La bicicleta solitaria de Cachilo, el muchachito que hace treinta años se dirigió a una cita militante<br />
y nunca más volvió; se lo llevaron los inefables oscuros de <strong>la</strong> muerte.<br />
Pero quedó como testimonio su amiga bicicleta, dibujada en <strong>la</strong>s paredes de Rosario, de San<br />
Martín y de otras ciudades. Está en <strong>la</strong>s canciones, en <strong>la</strong> memoria; todos <strong>la</strong> ven aún. Es <strong>la</strong> bicicleta<br />
perdida de Cachilo, el pibe que no volvió; todos <strong>la</strong> verán menos los que se tapan los ojos.<br />
ROBERTO ROMEO DI VITA