Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
empezaba a pensar en <strong>un</strong> peligro. Ese pensamiento me inf<strong>un</strong>día renovadas fuerzas para<br />
resistir.<br />
En la mañana <strong>de</strong> mi quinto día, estuve dispuesto a <strong>de</strong>sviar la dirección <strong>de</strong> la balsa, por<br />
cualquier medio. Se me ocurrió que si continuaba en dirección a la brisa, llegaría a <strong>un</strong>a isla<br />
habitada por caníbales. En Mobile, en <strong>un</strong>a revista cuyo nombre he olvidado, leí el relato <strong>de</strong><br />
<strong>un</strong> náufrago que fue <strong>de</strong>vorado por los antropófagos. Pero no era en ese relato en lo que<br />
pensaba. Pensaba en "El Marinero Renegado", <strong>un</strong> libro que leí en Bogotá, hace dos años.<br />
Esa es la historia <strong>de</strong> <strong>un</strong> marinero que durante la guerra, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que su barco chocó<br />
contra <strong>un</strong>a mina, logró nadar hasta <strong>un</strong>a isla cercana. Allí permanece 24 horas,<br />
alimentándose <strong>de</strong> frutas silvestres, hasta cuando lo <strong>de</strong>scubren los caníbales, lo echan en <strong>un</strong>a<br />
olla <strong>de</strong> agua hirviendo y lo cuecen vivo. Comencé a pensar instantáneamente en esa isla. Ya<br />
no podía imaginarme la costa sino como <strong>un</strong> territorio poblado <strong>de</strong> caníbales. Por primera vez<br />
durante mis cinco días <strong>de</strong> soledad en el mar, mi terror cambió <strong>de</strong> dirección: ahora no tenía<br />
tanto miedo al mar como a la tierra.<br />
Al medio día estuve recostado en la borda, aletargado por el sol, el hambre y la sed. No<br />
pensaba en nada. No tenía sentido <strong>de</strong>l tiempo ni <strong>de</strong> la dirección. Traté <strong>de</strong> ponerme en pie,<br />
para probar las fuerzas, y tuve la sensación <strong>de</strong> que no podía con mi cuerpo.<br />
"Este es el momento", pensé. Y, en realidad, me pareció que ese era el momento más<br />
temible <strong>de</strong> todos los que nos había explicado el instructor: el momento <strong>de</strong> amarrarse a la<br />
balsa. Hay <strong>un</strong> instante en que ya no se siente la sed ni el hambre. Un momento en que no se<br />
sienten ni los implacables mordiscos <strong>de</strong>l sol en la piel ampollada. No se piensa. No se tiene<br />
ning<strong>un</strong>a noción <strong>de</strong> los sentimientos. Pero aún no se pier<strong>de</strong>n las esperanzas. Todavía queda<br />
el recurso final <strong>de</strong> soltar los cabos <strong>de</strong>l enjaretado y amarrarse a la balsa. Durante la guerra<br />
muchos cadáveres fueron encontrados así, <strong>de</strong>scompuestos y picoteados por las aves, pero<br />
fuertemente amarrados a la balsa.<br />
Pensé que todavía tenía fuerzas para esperar hasta la noche sin necesidad <strong>de</strong> amarrarme. Me<br />
rodé hasta el fondo <strong>de</strong> la balsa, estiré las piernas y permanecí sumergido hasta el cuello<br />
varias horas. Al contacto <strong>de</strong>l sol, la herida <strong>de</strong> la rodilla empezó a dolerme. Fue como si<br />
hubiera <strong>de</strong>spertado. Y como sí ese dolor me hubiera dado <strong>un</strong>a nueva noción <strong>de</strong> la vida.<br />
Poco a poco, al contacto <strong>de</strong>l agua fresca, fui recobrando las fuerzas. Entonces sentía <strong>un</strong>a<br />
fuerte torcedura en el estómago y el vientre se me movió, agitado por <strong>un</strong> rumor largo y<br />
prof<strong>un</strong>do. Traté <strong>de</strong> soportarlo, pero me fue imposible.<br />
Con mucha dificultad me incorporé, me <strong>de</strong>sabroché el cinturón, me <strong>de</strong>sajusté los pantalones<br />
y sentí <strong>un</strong> gran<strong>de</strong> alivio con la <strong>de</strong>scarga <strong>de</strong>l vientre. Era la primera vez en cinco días. Y por<br />
primera vez en cinco días los peces, <strong>de</strong>sesperados, golpearon contra la borda, tratando <strong>de</strong><br />
romper los sólidos cabos <strong>de</strong> la malla.<br />
Siete gaviotas<br />
La visión <strong>de</strong> los peces, brillantes y cercanos, me revolvía el hambre. Por primera vez sentí<br />
<strong>un</strong>a verda<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>sesperación. Por lo menos ahora tenía <strong>un</strong>a carnada. Olvidé la extenuación,<br />
agarré <strong>un</strong> remo y me preparé a agotar los últimos vestigios <strong>de</strong> mis fuerzas con <strong>un</strong> golpe<br />
certero en la cabeza <strong>de</strong> <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los peces que saltaban contra la borda, en <strong>un</strong>a furiosa<br />
rebatifia. No sé cuántas veces <strong>de</strong>scargué el remo. Sentía que en cada golpe acertaba, pero<br />
esperaba inútilmente localizar la presa. Allí había <strong>un</strong> terrible festín <strong>de</strong> peces que se