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Relato de un naufrago.pdf

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distancia constante. A veces me parecía verlos al lado mismo <strong>de</strong> la balsa. Más tar<strong>de</strong> parecía<br />

verlos a dos, a tres kilómetros <strong>de</strong> distancia. Por eso no sentía alegría. Por eso me reafirmé<br />

en mis <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> morir, antes que me volvieran loco las alucinaciones. Volví a mirar hacia<br />

el cielo. Ahora era <strong>un</strong> cielo alto y sin nubes. <strong>de</strong> <strong>un</strong> azul intenso.<br />

A las cuatro y cuarenta y cinco se veían en el horizonte los resplandores <strong>de</strong>l sol. Antes<br />

había sentido miedo <strong>de</strong> la noche, ahora el sol <strong>de</strong>l nuevo día me parecía <strong>un</strong> enemigo. Un<br />

gigantesco e implacable enemigo que venía a mor<strong>de</strong>rme la piel ulcerada, a enloquecerme <strong>de</strong><br />

sed y <strong>de</strong> hambre. Maldije el sol. Maldije el día. Maldije mi suerte que me había permitido<br />

soportar nueve días a la <strong>de</strong>riva en lugar <strong>de</strong> permitir que hubiera muerto <strong>de</strong> hambre o<br />

<strong>de</strong>scuartizado por los tiburones.<br />

Como volvía a sentirme incómodo, busqué el pedazo <strong>de</strong> remo en el fondo <strong>de</strong> la balsa para<br />

recostarme. N<strong>un</strong>ca he podido dormir con <strong>un</strong>a almohada <strong>de</strong>masiado dura. Sin embargo,<br />

buscaba con ansiedad <strong>un</strong> pedazo <strong>de</strong> palo <strong>de</strong>strozado por los tiburones para apoyar la<br />

cabeza.<br />

El remo estaba en el fondo, todavía amarrado a los cabos <strong>de</strong>l enjaretado. Lo solté. Lo ajusté<br />

<strong>de</strong>bidamente a mis espaldas doloridas, y la cabeza me quedó apoyada por encima <strong>de</strong> la<br />

borda. Entonces fue cuando vi claramente, contra el sol rojo que empezaba a levantarse, el<br />

largo y ver<strong>de</strong> perfil <strong>de</strong> la costa.<br />

Iban a ser las cinco. La mañana era perfectamente clara. No podía caber la menor duda <strong>de</strong><br />

que la tierra era <strong>un</strong>a realidad. Todas las alegrías frustradas en los días anteriores la alegría<br />

<strong>de</strong> los aviones, <strong>de</strong> las luces <strong>de</strong> los barcos, <strong>de</strong> las gaviotas y <strong>de</strong>l color <strong>de</strong>l agua, renacieron<br />

entonces atropelladamente, a la vista <strong>de</strong> la tierra.<br />

Si a esa hora me hubiera comido dos huevos fritos, <strong>un</strong> pedazo <strong>de</strong> carne, café con leche y<br />

pan -<strong>un</strong> <strong>de</strong>say<strong>un</strong>o completo <strong>de</strong>l <strong>de</strong>structor- tal vez no me habría sentido con tantas fuerzas<br />

como <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber visto aquello que yo creí que realmente era la tierra. Me incorporé<br />

<strong>de</strong> <strong>un</strong> salto. Vi, perfectamente, frente a mí, la sombra <strong>de</strong> la costa y el perfil <strong>de</strong> los cocoteros.<br />

No veía luces. Pero a mi <strong>de</strong>recha, como a diez kilómetros <strong>de</strong> distancia, los primeros rayos<br />

<strong>de</strong>l sol brillaban con <strong>un</strong> resplandor metálico en los acantilados. Loco <strong>de</strong> alegría, agarré mi<br />

único pedazo <strong>de</strong> remo y traté <strong>de</strong> impulsar la balsa hasta la costa. en línea recta.<br />

Calculé que habría dos kilómetros <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la balsa hasta la orilla. Tenía las manos <strong>de</strong>shechas<br />

y el ejercicio me maltrataba la espalda. Pero no había resistido nueve días -diez con el que<br />

estaba empezando- para ren<strong>un</strong>ciar ahora que estaba frente. a la tierra. Sudaba.<br />

El viento frío <strong>de</strong>l amanecer me secaba el sudor y me producía <strong>un</strong> dolor <strong>de</strong>stemplado en los<br />

huesos, pero seguía remando.<br />

Pero, ¿dón<strong>de</strong> está la tierra?<br />

No era <strong>un</strong> remo para <strong>un</strong>a balsa como aquella. Era <strong>un</strong> pedazo <strong>de</strong> palo. Ni siquiera me servía<br />

<strong>de</strong> sonda para tratar <strong>de</strong> averiguar la prof<strong>un</strong>didad <strong>de</strong>l agua. Durante los primeros minutos,<br />

con la extraña fuerza que me imprimió la emoción, logré avanzar <strong>un</strong> poco. Pero luego me<br />

sentí agotado, levanté el remo <strong>un</strong> instante, contemplando la exuberante vegetación que<br />

crecía frente a mis ojos, y vi que <strong>un</strong>a corriente paralela a la costa impulsaba la balsa hacia<br />

los acantilados.<br />

Lamenté haber perdido mis remos. Sabía que <strong>un</strong>o <strong>de</strong> ellos, entero y no <strong>de</strong>strozado por los<br />

tiburones como el que llevaba en la mano, habría podido dominar la corriente. Por instantes<br />

pensé que tendría paciencia para esperar a que la balsa llegara a los acantilados. Brillaban

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