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ajustada contra el enjaretado, <strong>de</strong> manera que yo <strong>de</strong>bía suspen<strong>de</strong>rme <strong>de</strong> la balsa con la otra<br />
mano para aflojar la presión. Tardé mucho en encontrar <strong>de</strong> don<strong>de</strong> agarrarme fuertemente.<br />
Luego me suspendí a pulso con el brazo izquierdo. La mano <strong>de</strong>recha encontró la hebilla, se<br />
orientó rápidamente y aflojó la correa. Manteniendo la hebilla abierta <strong>de</strong>jé caer <strong>de</strong> nuevo el<br />
cuerpo hacia el fondo, sin soltarme <strong>de</strong> la borda, y en <strong>un</strong>a fracción <strong>de</strong> seg<strong>un</strong>do me sentí libre<br />
<strong>de</strong>l enjaretado. Sentía que me estallaban los pulmones. Con <strong>un</strong> último esfuerzo me agarré<br />
<strong>de</strong> la borda con las dos manos; me suspendí con todas mis fuerzas, todavía sin respirar.<br />
Invol<strong>un</strong>tariamente, con mi peso no logré otra cosa que voltear <strong>de</strong> nuevo la balsa. Y yo volví<br />
a quedar <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> ella.<br />
Estaba tragando agua. La garganta, <strong>de</strong>strozada por la sed, me ardía terriblemente. Pero<br />
apenas si me daba cuenta. Lo importante era no soltar la balsa. Logré sacar la cabeza. Tomé<br />
aire. Me sentí agotado. No creí que tuviera fuerzas para subir por la borda. Pero estaba al<br />
mismo tiempo aterrorizado, metido en el agua que pocas horas antes había visto infestada<br />
<strong>de</strong> tiburones. Seguro <strong>de</strong> que aquel día sería el último esfuerzo que <strong>de</strong>bía hacer en mí vida,<br />
apelé a mis últimos vestigios <strong>de</strong> energía, me suspendí en la borda y caí exhausto en el fondo<br />
<strong>de</strong> la balsa.<br />
No sé cuánto tiempo estuve así, acostado <strong>de</strong> cara al cielo, con la garganta dolorida y los<br />
extremos <strong>de</strong> los <strong>de</strong>dos palpitándome prof<strong>un</strong>damente, en carne viva. Sólo sé que tenía dos<br />
preocupaciones al mismo tiempo: que me <strong>de</strong>scansaran los pulmones y que no se volviera a<br />
voltear la balsa.<br />
El sol <strong>de</strong>l amanecer<br />
Así amaneció mi octavo día en el mar. Fue <strong>un</strong>a mañana tempestuosa. Si hubiera llovido no<br />
hubiera dispuesto <strong>de</strong> fuerzas para recoger el agua. Pero sentía que la lluvia me habría<br />
tonificado. Sin embargo, no cayó ni <strong>un</strong>a gota, a pesar <strong>de</strong> que la humedad <strong>de</strong>l aire era como<br />
<strong>un</strong> an<strong>un</strong>cio <strong>de</strong> la lluvia inminente. El mar seguía picado al amanecer. No se calmó hasta<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las ocho <strong>de</strong> la mañana. Pero entonces salió el sol y el cielo recobró su color azul<br />
intenso.<br />
Completamente agotado me incliné sobre la borda y tomé varios sorbos <strong>de</strong> agua <strong>de</strong> mar.<br />
Ahora sé que es conveniente para el organismo. Pero entonces lo ignoraba, y sólo recurría a<br />
ella cuando me <strong>de</strong>sesperaba el dolor en el cuello. Después <strong>de</strong> siete días sin tomar agua, la<br />
sed es <strong>un</strong>a sensación distinta, es <strong>un</strong> dolor prof<strong>un</strong>do en la garganta, en el esternón y<br />
especialmente <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> las clavículas. Y es la <strong>de</strong>sesperación <strong>de</strong> la asfixia. El agua <strong>de</strong> mar<br />
me aliviaba el dolor.<br />
Después <strong>de</strong> la tormenta el mar amanece azul, como en los cuadros. Cerca <strong>de</strong> la costa se ven<br />
flotar mansamente troncos y raíces, arrancados por la tormenta. Las gaviotas salen a volar<br />
sobre el mar. Esa mañana, cuando cesó la brisa, la superficie <strong>de</strong>l agua se volvió metálica y<br />
la balsa se <strong>de</strong>slizó suavemente en línea recta. El viento tibio me reconfortó el cuerpo y el<br />
espíritu.<br />
Una gaviota gran<strong>de</strong>, oscura y vieja voló sobre la balsa. Entonces no pu<strong>de</strong> dudar <strong>de</strong> que me<br />
encontraba cerca <strong>de</strong> tierra. La gaviota que había capturado <strong>un</strong>os días antes era <strong>un</strong> animal<br />
joven. A esa edad tienen <strong>un</strong> formidable alcance <strong>de</strong> vuelo. Se les pue<strong>de</strong> encontrar a muchas<br />
millas en el interior. Pero <strong>un</strong>a gaviota vieja, gran<strong>de</strong> y pesada como la que volaba sobre la<br />
balsa en mi octavo día era <strong>de</strong> aquellas que no se alejaban cien millas <strong>de</strong> la costa. Me sentí