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correctamente, a pesar <strong>de</strong> que, según nos dijo, n<strong>un</strong>ca había estado en <strong>un</strong> país <strong>de</strong> lengua<br />
castellana.<br />
Ese día, como casi todos los sábados, estábamos en ese café al aire libre don<strong>de</strong> solo había<br />
judíos y marineros colombianos. En <strong>un</strong>a tarima <strong>de</strong> tabla bailaba la misma mujer <strong>de</strong> todos<br />
los sábados. Tenla el vientre <strong>de</strong>snudo y el rostro cubierto por <strong>un</strong> velo, como las bailarinas<br />
árabes <strong>de</strong> las películas. Nosotros, aplaudíamos y tomábamos cerveza enlatada. El más<br />
alegre <strong>de</strong> todos era Massey Nasser, el <strong>de</strong>pendiente judío <strong>de</strong>l almacén <strong>de</strong> Mobile, que nos<br />
vendió ropa fina y barata a todos los marineros colombianos.<br />
No sé cuánto tiempo estuve así, embotado, con la alucinación <strong>de</strong> la fiesta <strong>de</strong> Mobile. Sólo<br />
sé que <strong>de</strong> pronto di <strong>un</strong> salto en la balsa y estaba atar<strong>de</strong>ciendo. Entonces vi, como 1 a cinco<br />
metros <strong>de</strong> la balsa, <strong>un</strong>a enorme tortuga amarilla con <strong>un</strong>a cabeza atigrada y <strong>un</strong>os fijos e<br />
inexpresivos ojos como dos gigantescas bolas <strong>de</strong> cristal, que me miraban espantosamente.<br />
Al principio creí que era otra alucinación y me senté en la balsa, aterrorizado. El<br />
monstruoso animal, que medía como cuatro metros <strong>de</strong> la cabeza a la cola, se h<strong>un</strong>dió cuando<br />
me vio mover, <strong>de</strong>jando <strong>un</strong> rastro <strong>de</strong> espuma. Yo no sabía si era realidad o fantasía. Y<br />
todavía no me atrevo a <strong>de</strong>cir si era realidad o fantasía, a pesar <strong>de</strong> que durante breves<br />
minutos vi nadar aquella gigantesca tortuga amarilla <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la balsa, llevando fuera <strong>de</strong>l<br />
agua su espantosa y pintada cabeza <strong>de</strong> pesadilla. Sólo sé que -fuera realidad o fuera<br />
fantasía- habría bastado con que tocara la balsa para que la hubiera hecho girar varias veces<br />
sobre sí misma.<br />
La tremenda visión me hizo recobrar el miedo. Y en ese instante el miedo me reconfortó.<br />
Agarré el pedazo <strong>de</strong> remo, me senté en la balsa y me preparé para la lucha, con ese<br />
monstruo o con cualquier otro que tratara <strong>de</strong> voltear la balsa. Iban a ser las cinco.<br />
P<strong>un</strong>tuales, como siempre, los tiburones estaban saliendo <strong>de</strong>l mar a la superficie.<br />
Miré al lado <strong>de</strong> la balsa don<strong>de</strong> anotaba los días y conté ocho rayas. Pero recordé que no<br />
había anotado la <strong>de</strong> aquel día. La marqué con las llaves, convencido <strong>de</strong> que sería la última,<br />
y sentía <strong>de</strong>sesperación y rabia ante la certidumbre <strong>de</strong> que me resultaba más difícil morir que<br />
seguir viviendo. Esa mañana había <strong>de</strong>cidido entre la vida y la muerte. Había escogido la<br />
muerte, y sin embargo seguía vivo, con el pedazo <strong>de</strong> remo en la mano, dispuesto a seguir<br />
luchando por la vida. A seguir luchando por lo único que ya no me importaba nada.<br />
La raíz misteriosa<br />
En medio <strong>de</strong> aquel sol metálico, <strong>de</strong> aquella <strong>de</strong>sesperación, <strong>de</strong> aquella sed que por primera<br />
vez empezaba a ser insoportable, me sucedió <strong>un</strong>a cosa increíble: en el centro <strong>de</strong> la balsa,<br />
enredada entre los cabos <strong>de</strong> la malla, había <strong>un</strong>a raíz roja, como esas raíces que machacan en<br />
Boyacá para hacer color, y cuyo nombre no recuerdo. No sé <strong>de</strong>s<strong>de</strong> cuándo estaba allí.<br />
Durante mis nueve días en el mar no había visto <strong>un</strong>a brizna <strong>de</strong> hierba en la superficie. Y,<br />
sin embargo, sin que supiera cómo, aquella raíz estaba allí, enredada en los cabos <strong>de</strong> la<br />
malla, como otro an<strong>un</strong>cio inequívoco <strong>de</strong> la tierra que no veía por ningún lado.<br />
Tenía como 30 centímetros <strong>de</strong> longitud. Hambriento, pero ya sin fuerzas para pensar en mi<br />
hambre, mordí <strong>de</strong>spreocupadamente la raíz. Me supo a sangre. Soltaba <strong>un</strong> aceite espeso y<br />
dulce que me refrescó la garganta. Pensé que tenía sabor <strong>de</strong> veneno. Pero seguí comiendo,<br />
<strong>de</strong>vorando el pedazo <strong>de</strong> palo retorcido, hasta cuando no quedó ni <strong>un</strong>a astilla.<br />
Cuando terminé <strong>de</strong> comer no me sentí más aliviado. Se mi ocurrió que aquello era <strong>un</strong>a rama<br />
<strong>de</strong> olivo, porque me acordé <strong>de</strong> la historia sagrada: cuando Noé echó a volar la paloma el