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Testimonios para la Iglesia Tomo 2 - Iglesia Adventista Agape

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Pág. 18<br />

La Venta de <strong>la</strong> Primogenitura.-<br />

Querido Hno. D: Hace ya tiempo que quería escribirle, pero ha habido tanto trabajo, y ha sido tan cansador,<br />

que no he tenido tiempo ni fuerzas <strong>para</strong> hacerlo. En mi última visión se me mostró su caso. Usted<br />

estaba en una condición crítica. Usted conocía <strong>la</strong> verdad, comprendía cuál era su deber y se regocijaba<br />

en <strong>la</strong> luz de <strong>la</strong> verdad; pero puesto que interfería con sus propósitos mundanales, estaba a punto de<br />

sacrificar <strong>la</strong> verdad y el deber en aras de su propia conveniencia. Estaba considerando su propia ventaja<br />

pecuniaria presente, mientras perdía de vista el eterno peso de gloria. Estaba por hacer un inmenso sacrificio<br />

por <strong>la</strong> perspectiva ha<strong>la</strong>gadora de una ganancia momentánea. Estaba a punto de vender su primogenitura<br />

por un p<strong>la</strong>to de lentejas. Si usted se hubiera apartado de <strong>la</strong> verdad <strong>para</strong> obtener ganancias<br />

terrenales, (36) no habría sido un pecado de ignorancia de su parte, sino una transgresión voluntaria.<br />

Esaú apeteció su p<strong>la</strong>to favorito y sacrificó su primogenitura <strong>para</strong> comp<strong>la</strong>cer el apetito. Una vez que lo<br />

hubo hecho, se dio cuenta de su insensatez, pero no halló lugar <strong>para</strong> el arrepentimiento aunque lo procuró<br />

cuidadosamente y con lágrimas. Hay muchísimos que son como Esaú. Representa a una c<strong>la</strong>se de<br />

personas que tiene una bendición especial y valiosa al alcance de <strong>la</strong> mano: <strong>la</strong> herencia inmortal; una vida<br />

tan perdurable como <strong>la</strong> de Dios, el Creador del Universo; una felicidad inconmensurable y un eterno<br />

peso de gloria; pero que por tanto tiempo han cedido a sus apetitos, pasiones e inclinaciones, que se ha<br />

debilitado su facultad de discernir y apreciar el valor de <strong>la</strong>s cosas eternas.<br />

Esaú experimentaba un deseo especial y dominante por participar de cierto alimento, y había comp<strong>la</strong>cido<br />

por tanto tiempo el yo, que no sentía <strong>la</strong> necesidad de apartarse de ese p<strong>la</strong>to tentador y codiciado.<br />

Pensó en él, sin hacer ningún esfuerzo especial <strong>para</strong> dominar el apetito, hasta que el poder de éste dominó<br />

cualquier otra consideración y lo sojuzgó. Entonces imaginó que sufriría mucha incomodidad, e<br />

inclusive <strong>la</strong> muerte, si no participaba de ese p<strong>la</strong>to especial. Mientras más pensaba en él, más se fortalecía<br />

su deseo, hasta que su primogenitura, que era sagrada, perdió <strong>para</strong> él su valor y su santidad. Pensó<br />

que si <strong>la</strong> vendía, fácilmente <strong>la</strong> podría comprar otra vez. La trocó por su p<strong>la</strong>to favorito, arrullándose con<br />

<strong>la</strong> idea de que podría disponer de el<strong>la</strong> a voluntad, y que podría adquirir<strong>la</strong> de nuevo cuando quisiera. Pero<br />

cuando quiso comprar<strong>la</strong> otra vez, aun con gran sacrificio de su parte, no pudo hacerlo. Entonces se<br />

arrepintió amargamente de su apresuramiento, su insensatez y su locura. Examinó el asunto desde todos<br />

sus ángulos. Procuró el arrepentimiento cuidadosamente y con lágrimas; pero todo fue en vano. Había<br />

despreciado <strong>la</strong> bendición y el Señor se <strong>la</strong> quitó <strong>para</strong> siempre. Usted pensó que si sacrificaba ahora <strong>la</strong><br />

verdad, <strong>para</strong> seguir una conducta de abierta transgresión y desobediencia, no quebrantaría toda restricción<br />

ni se convertiría en un temerario, y en caso de que se frustraran sus esperanzas y expectativas de<br />

ganancia mundanal, podría interesarse de nuevo en <strong>la</strong> verdad y llegar a ser un candidato <strong>para</strong> <strong>la</strong> vida<br />

eterna. Pero se engañó a sí mismo en este (37) asunto. Si hubiera sacrificado <strong>la</strong> verdad <strong>para</strong> obtener ganancias<br />

mundanales, lo habría hecho al costo de su vida eterna.<br />

En <strong>la</strong> parábo<strong>la</strong> de <strong>la</strong> gran cena, nuestro Salvador nos muestra que muchos elegirán el mundo en lugar<br />

de él, y como resultado de ello perderán el Cielo. La invitación llena de gracia de nuestro Salvador fue<br />

despreciada. Se sometió con inmensos sacrificios a trabajos y gastos <strong>para</strong> hacer grandes pre<strong>para</strong>tivos.<br />

Entonces envió su invitación; pero "todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: He comprado<br />

una hacienda, y necesito ir a ver<strong>la</strong>; te ruego que me excuses. Otro dijo: He com<strong>para</strong>do cinco yuntas<br />

de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses. Y otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no<br />

puedo ir" (Luc. 14:18-20). El Señor entonces se aparta de los ricos amantes del mundo, cuyas tierras y<br />

cuyos bueyes y cuyas esposas eran de tan gran valor en su estima como <strong>para</strong> superar <strong>la</strong>s ventajas que<br />

podrían obtener al aceptar <strong>la</strong> invitación llena de gracia que les había extendido de participar de su cena.<br />

El dueño de casa entonces se enojó, y se apartó de los que habían insultado de ese modo <strong>la</strong> abundancia<br />

que les había ofrecido, e invitó a cierta c<strong>la</strong>se de gente que no estaban llenos, que no poseían ni tierras ni<br />

casas, sino que eran pobres y hambrientos, lisiados, rengos y ciegos, pero que podrían apreciar <strong>la</strong> abundancia<br />

ofrecida, y en cambio ofrecerle al Señor sincera gratitud, amor no fingido y devoción.<br />

Pero todavía hay lugar. Se dio entonces <strong>la</strong> orden: "Vé por los caminos y por los val<strong>la</strong>dos, y fuérzalos a<br />

entrar, <strong>para</strong> que se llene mi casa. Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convida-

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