Diario de una Bandera-Comandante Franco - Zona Nacional
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Apenas había reposo para aquella generación heroica. En cada <strong>una</strong> <strong>de</strong> las tareas militares se<br />
acrecentaba el riesgo, y todas ellas eran como cilicios. Por sen<strong>de</strong>ros polvorientos o por veredas retorcidas y<br />
pedregosas iba la breve columna <strong>de</strong> soldados amparando un convoy, encaminándose al relevo <strong>de</strong> <strong>una</strong><br />
pequeña guarnición, o explorando vaguadas sombrías y montes difíciles. Ardía el cielo con un sol<br />
implacable y quemaban la piel las ráfagas <strong>de</strong>l viento que venía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los lejanos arenales <strong>de</strong>l sur. Parecía<br />
mortal el silencio <strong>de</strong>l paisaje; pero más mortal podía ser un silbido, o un «maullido» -dirá el<br />
<strong>Comandante</strong> <strong>de</strong> la Primera Ban<strong>de</strong>ra- que rasgaba la soledad. Era <strong>una</strong> bala salida <strong>de</strong> aquel peñasco en<br />
que se quebraba la línea <strong>de</strong>l horizonte. Todo estaba como al acecho, listo para saltar sobre la columna<br />
abrasada <strong>de</strong> sed. Delante <strong>de</strong> los soldados, erguido como un alfil, marchaba el oficial, con su pistolilla al<br />
cinto, con su gorra colorada o su gorrillo cuartelero. Iba cubierto <strong>de</strong> polvo y vibrante <strong>de</strong> ensueños. ¿Su<br />
paga? Magra y estudiantil. ¿Su juego con la vida? Consistía en ponerlo todo al pleno <strong>de</strong> la muerte; <strong>de</strong><br />
<strong>una</strong> muerte que podía aparecer súbitamente en la llanura incan<strong>de</strong>scente o en el aduar <strong>de</strong> la colina.<br />
¡Cuántas veces, al caer la tar<strong>de</strong>, cuatro camilleros <strong>de</strong>volverían a la posición principal el cadáver <strong>de</strong> un<br />
doncel iluminado <strong>de</strong> heroísmo; carne primaveral, fuerte y gozosa hacía <strong>una</strong>s horas, que, al morir, nos<br />
legaba un espíritu inmortal, vencedor <strong>de</strong> la muerte!<br />
Y así un día, y otro, y cien más, y mil <strong>de</strong> añadidura. Sin <strong>de</strong>scanso apenas; sin término a la<br />
vista; sin plazo ni cancelación. Polvo, sudor y hierro, como <strong>de</strong> las campañas <strong>de</strong>l Cid se ha dicho en verso<br />
español. De las que también se ha escrito, en verso francés, que estaban tejidas <strong>de</strong> honor y <strong>de</strong> madrigales;<br />
porque «bravura y cortesía andan juntas cuando son auténticas», y no hay maneras más <strong>de</strong>licadas en la<br />
historia <strong>de</strong> las humanas distinciones que las que fueron codificadas entre cotas, escudos y guanteletes.<br />
Bravura y cortesía son hijas <strong>de</strong>l honor, y el honor es para los capitanes <strong>de</strong> nuestra estirpe la luz<br />
que muestra los caminos <strong>de</strong>l <strong>de</strong>ber. He aquí la clave y el lema: por el honor, al <strong>de</strong>ber.<br />
Distinguen algunos autores entre honor y honra diciendo que el primero es <strong>una</strong> cualidad que<br />
impulsa al hombre a conducirse con arreglo a las más elevadas normas morales, y que la segunda se<br />
refiere a la estima y respeto <strong>de</strong>bidos a nuestra propia dignidad. Tal distinción me parece sobremanera<br />
alambicada y artificiosa; pero aun cuando la admitiéramos como rigurosamente verda<strong>de</strong>ra, habríamos <strong>de</strong><br />
concluir que tanto el honor como la honra son cualida<strong>de</strong>s constantes <strong>de</strong> la personalidad española, al<br />
punto que con escuchar o leer cualquiera <strong>de</strong> las dos palabras enten<strong>de</strong>mos al punto y <strong>de</strong> <strong>una</strong> vez lo que las<br />
dos significan.<br />
El culto <strong>de</strong>l honor y el mantenimiento <strong>de</strong> la honra, jamás <strong>de</strong>smentidos en el Ejército español,<br />
llevaban a éste como <strong>de</strong> la mano a <strong>de</strong>scubrir en Marruecos, sin error posible, los <strong>de</strong>beres más <strong>de</strong>licados y<br />
difíciles. Por el honor, al <strong>de</strong>ber. Gran consigna <strong>de</strong> vida, a diario acrisolada por aquellos oficiales, que<br />
iban solos, <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> su convoy trajinante o <strong>de</strong> su columna <strong>de</strong> soldados, por las llanuras polvorientas y<br />
por los sen<strong>de</strong>ros pedregosos, bajo un sol <strong>de</strong> fuego y entre silbidos <strong>de</strong> balas.<br />
«Quand mon honneur y va, rien m'est précieux» -dice el Cid <strong>de</strong> Corneille. Podríamos<br />
traducir libremente estas palabras diciendo: «Cuando mi honor está en juego, ¿qué me importa lo<br />
<strong>de</strong>más?»<br />
Se ha dicho <strong>de</strong> los españoles que «ponemos el honor por encima <strong>de</strong>l <strong>de</strong>ber». Acaso sea exacta esta<br />
atribución, pero entiendo que no suce<strong>de</strong> así por vana preferencia o por retórica vanagloria, sino que en la<br />
historia <strong>de</strong> nuestro Pueblo y <strong>de</strong> nuestro Ejército, el honor aparece sobre el <strong>de</strong>ber como la luz sobre el<br />
cuadro, para iluminarlo <strong>de</strong> modo que mejor muestre su belleza.<br />
En esto <strong>de</strong> subrayar realida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> España es útil, muchas veces, repasar textos extranjeros; y<br />
así, creo que fue Stendhal quien dijo que «el pueblo español ignora toda <strong>una</strong> serie <strong>de</strong> pequeñas verda<strong>de</strong>s,<br />
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