Diversas notas en torno a la época - Universidad Nacional Jorge ...

La Fuerza Armada quedó como la única institución nacional que permaneció
articulada después de la conmoción que arrasó con el Oncenio leguiísta, y fue
utilizada por las derechas a partir de la campaña electoral de 1931. Pero ese
maridaje era en sí anormal y ayuntaba a fuerzas esencialmente heterogéneas.
La institución castrense siguió, por lo demás, un proceso lento y continuo de
maduración y de tecnificación con el apoyo de todos los gobiernos, a la vez que se
independizaba gradualmente de los otros organismos del Estado; proceso cuya
trayectoria no es el momento de señalar aquí.
Ya concluido el odriísmo, muchas cosas, juntas o superpuestas, llevaron a un
viraje. Una de ellas fue la Revolución Cubana, su consolidación y sus tentativas
expansionistas, fenómenos enormemente sorpresivos y desconcertantes para
muchos. Seducidos por el mesianismo que emanaba de La Habana, jóvenes
brillantes, heroicos e infortunados se lanzaron a la aventura de las guerrillas
en el interior del Perú; y tocó al ejército la tarea de combatirlos, empresa que, sin
duda, creó problemas de mala conciencia en quienes la realizaron o en quienes
estuvieron cerca de esta dura represión. El desenmascaramiento espectacular del
Tercer Mundo con todas sus inmensas miserias acercó a América Latina a los
países de África y a los medianos y pequeños de Asia como proletariado externo de
las grandes potencias industriales, pese a nuestros vínculos con Occidente desde el
siglo XVI. Los desniveles de nuestros propios abismos económicos se hicieron
dramáticamente más y más visibles con la proliferación de las que entonces
fueron llamadas "barriadas", frutos del éxodo rural y del crecimiento
demográfico. En la más poderosa clase plutocrática se vio la decidida voluntad de
no ceder privilegios sustanciales y de ello fue ejemplo el proyecto de reforma
agraria suscrito por el Presidente Fernando Belaúnde, convertido en mutilada ley
por el Congreso. Dicha clase hacia 1968, políticamente sólo atinaba a
agazaparse detrás de agrupaciones ajenas (a veces, detrás de más de una), no
tenía doctrina o programa sólidos, salvo el afán de batallar dilatoriamente en
defensa de sus intereses y, muchas veces, hasta carecía de atracción o de
hechizo sobre sus propios vastagos.
La democracia liberal funcionó mal o no funcionó a lo largo de la vida del
Perú republicano. El experimento de 1963-68, con tantas esperanzas inaugurado,
demostró no sólo las fallas de la podrida Constitución de 1933 sino, además,
entre otras cosas, las lacras en la impunidad para el delito por enriquecimiento
ilícito (justo es aquí rendir homenaje a la probidad de Belaúnde, y de algunos de
sus colaboradores más cercanos) y sobre todo, las interferencias del Poder
Legislativo dentro de la acción del Ejecutivo. Nada de ello era nuevo en sí; pero
estaba agravado por las tensiones entonces crecientes.
No es viable, por razones obvias, enjuiciar aquí lo que aconteció el 3 de
octubre de 1968, crisis hegernóníca, fenómeno de carácter rupturista según la
terminología de Gramsci. Los mandos castrenses decidieron encabezar y,
a la vez, orientar audazmente un movimiento que venía fermentando
desde muy abajo y que, de otro modo, hubieran tenido que combatir
tarde o temprano. Optaron por romper radicalmente con la plutocracia
nacional y foránea y, dejando a un lado a las clases medias, tratar de
acercarse al pueblo en un esquema distribucionista, de arriba a abajo,
controlando la incitación al provecho económico de la empresa individual
y también la economía de mercado. Constatemos aquí, asimismo, que
resultó muy fácil destrozar a la derecha económica y que ella ya no
reaparecerá. Ha comenzado el gobierno de los mestizos, fenómeno
antes intermitente o muy compartido.
Grandes y fundamentales cambios han ocurrido y están ocurriendo en
nuestro país, en 1968-75, muchos loables, otros sujetos a minucioso y
estricto examen que ojalá se pueda hacer libremente. El Perú no
volverá a ser el país de antes. Grandes son también los cambios en