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26<br />
convertirse en un zorro en busca de presa?<br />
He aquí pues los pensamientos de Deacon.<br />
NUEVE<br />
Debía de ser real, pero parecía falso. Un pequeño<br />
bosque de grandes árboles, que la nieve<br />
no había rozado. Sus troncos eran grandes<br />
y llenos de muescas, creciendo en una copa<br />
abultada de verde. ¿Cómo era posible?<br />
Se acercó a ellos y empezó a notar el calor.<br />
¿Qué clase de sol escondía la espesura? ¿Qué<br />
mente terrible había imaginado tal juego?<br />
Entonces, alguien le encontró y la soledad<br />
de Deacon el perdido concluyó con la mirada<br />
hermosa y los labios tiernos de una mujer.<br />
Ella era el sol.<br />
DIEZ<br />
¿Cómo había llegado allí? ¿Qué clase de<br />
magia era esa? ¿Ella también estuvo perdida<br />
hasta que encontró el refugio? ¿Qué escondía<br />
la mujer de cabellos verdes, piel tersa y morena,<br />
cuerpo desnudo?<br />
Él quería saberlo todo.<br />
ONCE<br />
La dama le sonreía y él supo que si había<br />
vivido era por aquel momento.<br />
Ella abrió sus brazos en un gesto que lo reclamaba<br />
en cuerpo y en alma.<br />
No hubo palabras, pero Deacon se entregó<br />
a ella, con la mirada perdida en la desconocida<br />
(qué hermosos ojos verdes).<br />
Pareció eterna la breve distancia que los<br />
separaba, pero cuando llegó a la dama, él sintió<br />
el calor de los árboles verdosos gracias a<br />
un sol propio con labios de mujer.<br />
Entonces, la dama y él se fundieron en un<br />
abrazo. Literalmente, en cuerpo y alma.<br />
Las caricias pasaron de ser delicadas a ser<br />
duras y Deacon empezó a toser. Sentía una<br />
presión en el cuello. Ella le alzaba con una<br />
fuerza indecible… Y jamás tuvo el beso por el<br />
que suspiraba.<br />
Lo que pensó en ese preciso instante fue<br />
que parecía haber vivido eso antes.<br />
CARLOS J. EGUREN HERNÁNDEZ<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
DOCE<br />
Cuentan los aldeanos, que muchos años<br />
atrás, un hombre perdió la razón en la nieve.<br />
Lo habían exiliado por sus crímenes.<br />
Narran que se encaramó a un árbol y se<br />
ahorcó. Sin embargo, aquel no fue su fin, porque<br />
a lo mejor, su dolor fue tan grande que se<br />
merecía algo peor.<br />
Dicen que cada noche de ventisca, su fantasma<br />
yerra por el mundo, olvidando su fatal<br />
destino y riega los árboles con su sangre y su<br />
muerte.<br />
Condenado a repetirlo por toda la eternidad.<br />
Aprendió la gran verdad que se escondía a<br />
simple vista: ¡qué altos crecen los árboles que<br />
se alimentan de sangre!<br />
Carlos J. Eguren<br />
@Carlos_Eguren