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Pdf Nº8 (0) - Ánima Barda

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llegado hasta Erustes para deshacerse de los<br />

malos momentos y volver a empezar.<br />

Volver a empezar. Eso fue lo que se repitió<br />

durante los primeros días, quizás los más difíciles<br />

de afrontar. Irina se dedicó a limpiar<br />

la casa de arriba a abajo, a excepción del<br />

desván, con el que no quería encontrarse tan<br />

pronto. Pensó en remodelar algunos cuadros<br />

y ceniceros estropeados que había encontrado<br />

en la despensa; incluso se atrevió a dar<br />

cuerda a un reloj de cuco y a colgarlo de la<br />

pared. Poco a poco, el polvo desapareció y el<br />

frío fue solo un invasor ocasional en los días<br />

más crudos.<br />

Un día, el teléfono móvil sonó. Irina se irguió<br />

desde la otra punta de la casa y avanzó<br />

dando grandes zancadas hacia él. En la pantalla<br />

se veía reflejado el nombre de Hugo, su<br />

novio. O el que fue su novio antes de que decidiera<br />

huir.<br />

Se dejó caer en el sofá débilmente y esperó<br />

a que la melodía acabara. Después, con manos<br />

temblorosas, lo agarró y borró todas sus<br />

llamadas. También los números de la libreta<br />

de direcciones y los mensajes. Lo manoseó<br />

durante un rato, inmersa en el recuerdo borroso<br />

del juicio que organizaron contra ella.<br />

El museo Perkins había encontrado siete<br />

billetes de avión en su taquilla, coincidiendo<br />

con varios días en los que no había acudido al<br />

trabajo. Las esculturas precolombinas que el<br />

museo colocaba semanas después procedían<br />

del mismo destino, y tanto su agencia como la<br />

oficina habían testificado que era ella, Irina<br />

Maldívar, la que había efectuado tales viajes.<br />

Por supuesto, todo era mentira. Esas pruebas<br />

habían sido modificadas; los testigos,<br />

comprados; y el museo, sobornado al temerse<br />

en apuros fiscales. ¿Qué podía hacer el Sr.<br />

Mendoza preso del miedo? ¿Admitir su culpa<br />

y despedir a Matías y a Alonso, los verdaderos<br />

promotores de su angustia? “No”, se dijo<br />

Irina. “Ellos le dieron un nombre. Alguien a<br />

quien culpar. Y él aceptó”.<br />

¿Por qué huyes, entonces?, parecía preguntar<br />

la casa desde algún lugar, la única dispuesta<br />

a darle cobijo. Irina miró en derredor,<br />

OJO DE PIEDRA<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

sintiendo otra vez esa mirada delatora. Por<br />

la ventana, más allá de la lluvia vespertina,<br />

la luz de la farola iluminaba un rostro mal<br />

perfilado, rocoso y casi destruido. Se aproximó<br />

hasta la puerta de la terraza y corrió la<br />

cortina para verlo mejor. Era una pequeña<br />

escultura de piedra, la figura de un hombre<br />

arrodillado mirando al cielo. Durante un instante,<br />

Irina pensó que se había movido. Súbitamente<br />

envalentonada, salió al exterior y<br />

llegó hasta ella, sorprendida de encontrarla<br />

tras las ramas de un sauce llorón. No había<br />

reparado en su existencia hasta aquella noche.<br />

—Es una gárgola —sentenció para sí misma<br />

más tarde. Rozó la superficie mojada con<br />

la yema de los dedos, recorriendo su torso mellado<br />

y el contorno de unas alas puntiagudas<br />

de su espalda. El trayecto terminó en sus ojos<br />

de piedra, resquebrajados en diminutas grietas.<br />

La gárgola no le miraba, pero ella podía<br />

sentir una extraña fuerza a su alrededor—.<br />

¿Quién eres?<br />

Irina se agachó para apartar el musgo que<br />

vivía en la base de la escultura. Oxidada en<br />

diferentes tonos de naranja encontró una<br />

placa pequeña y rectangular que rezaba lo<br />

siguiente:<br />

«Allí donde se halle el guardián, habrá algo<br />

que proteger; allá donde exista un secreto,<br />

habrá alguien dispuesto a desvelarlo».<br />

Inquieta, Irina se arrebujó en su chaqueta<br />

y volvió dentro de casa.<br />

Eleazar Herrera<br />

@Sparda_<br />

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