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Jünger, Ernst - la tertulia de la granja

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<strong>Ernst</strong> <strong>Jünger</strong> Tempesta<strong>de</strong>s <strong>de</strong> acero<br />

compuesto <strong>de</strong> cien ruidos; seguían tranqui<strong>la</strong>mente posados en <strong>la</strong>s <strong>de</strong>strozadas ramas, por encima <strong>de</strong> <strong>la</strong>s<br />

nubes <strong>de</strong> humo. Durante <strong>la</strong>s pausas era posible oír sus l<strong>la</strong>madas <strong>de</strong> rec<strong>la</strong>mo y sus <strong>de</strong>spreocupados cantos<br />

jubilosos; parecía incluso que <strong>la</strong> o<strong>la</strong> <strong>de</strong> ruidos que los envolvía los excitaba todavía más.<br />

En los instantes en que el tiroteo se recru<strong>de</strong>cía, los hombres <strong>de</strong> guarnición en <strong>la</strong> trinchera se animaban<br />

unos a otros, con frases breves, a estar alerta. En el tramo <strong>de</strong> trinchera que yo abarcaba con <strong>la</strong> vista, <strong>de</strong><br />

cuyos talu<strong>de</strong>s se habían ya <strong>de</strong>sprendido en algunos sitios gran<strong>de</strong>s bloques <strong>de</strong> barro, reinaba una alerta<br />

total. Los fusiles se hal<strong>la</strong>ban insta<strong>la</strong>dos en <strong>la</strong>s aspilleras, con el seguro quitado, y los tiradores examinaban<br />

con atención el humeante terreno que ante ellos se extendía. A veces miraban a <strong>de</strong>recha y a izquierda para<br />

ver si aún se mantenía el contacto; cuando sus ojos tropezaban con un conocido, aquellos hombres<br />

sonreían.<br />

Yo estaba sentado con un camarada en una banqueta <strong>de</strong> barro tal<strong>la</strong>da en el talud <strong>de</strong> <strong>la</strong> trinchera. En una<br />

ocasión crujió el ma<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> <strong>la</strong> aspillera por <strong>la</strong> que estábamos observando; una ba<strong>la</strong> <strong>de</strong> infantería se<br />

incrustó en el barro entre nuestras dos cabezas.<br />

Poco a poco empezó a haber heridos. No era ciertamente posible abarcar con <strong>la</strong> vista lo que ocurría en<br />

<strong>la</strong> maraña <strong>de</strong> <strong>la</strong>s trincheras; pero cada vez resonaba con mayor frecuencia, como un tiro, este grito:<br />

—¡Camilleros!<br />

Esto indicaba que el tiroteo comenzaba a causar efecto. A veces surgía una figura humana que iba<br />

caminando muy <strong>de</strong>prisa; en <strong>la</strong> cabeza, en el cuello o en <strong>la</strong> mano llevaba colocada una venda nueva, que<br />

bril<strong>la</strong>ba <strong>de</strong> lejos, y <strong>de</strong>saparecía en dirección a <strong>la</strong> parte <strong>de</strong> atrás. Era preciso curarse en lugar seguro el<br />

<strong>de</strong>nominado «tiro <strong>de</strong> salón» o «tiro <strong>de</strong> caballero»; según <strong>la</strong> superstición <strong>de</strong> <strong>la</strong> guerra, una herida leve <strong>de</strong><br />

ba<strong>la</strong> era a menudo <strong>la</strong> mensajera que precedía a otra grave.<br />

Kohl, mi camarada, un voluntario, conservaba aquel<strong>la</strong> sangre fría que es peculiar <strong>de</strong> los alemanes <strong>de</strong>l<br />

norte y que parece estar hecha a propósito para situaciones como aquél<strong>la</strong>. Mascaba y daba vueltas,<br />

apretándolo, a un cigarro puro que no había manera <strong>de</strong> encen<strong>de</strong>r; por lo <strong>de</strong>más, su rostro parecía un tanto<br />

adormi<strong>la</strong>do. Un estruendo como <strong>de</strong> mil fusiles resonó a nuestras espaldas, mas ni siquiera entonces perdió<br />

Kohl <strong>la</strong> calma. Pudimos comprobar que los disparos habían prendido fuego al bosque. Gran<strong>de</strong>s l<strong>la</strong>mas<br />

esca<strong>la</strong>ban los árboles chisporroteando. Las preocupaciones que a mí me atormentaban mientras ocurría<br />

todo aquello eran extrañas. Lo que yo sentía era envidia <strong>de</strong> los viejos «leones <strong>de</strong> Perthes», envidia <strong>de</strong> <strong>la</strong>s<br />

experiencias que ellos habían vivido en <strong>la</strong> Marmita <strong>de</strong> <strong>la</strong>s Brujas y <strong>de</strong> <strong>la</strong>s que yo me había visto privado<br />

por causa <strong>de</strong> mi estancia en Recouvrence. Por eso, cuando <strong>la</strong>s «cajas <strong>de</strong> carbón» empezaron a llegar con<br />

especial virulencia hasta el rincón en que nosotros dos nos encontrábamos, preguntaba a veces a Kohl,<br />

que sí había participado en <strong>la</strong> mencionada acción:<br />

—Oye, ¿es ahora como en Perthes?<br />

Con gran <strong>de</strong>cepción mía, Kohl ejecutaba un perezoso movimiento con <strong>la</strong> mano y respondía siempre:<br />

—Aún falta mucho.<br />

Cuando por fin el tiroteo alcanzó tal intensidad que nuestra banqueta <strong>de</strong> barro comenzó a osci<strong>la</strong>r bajo<br />

los estallidos <strong>de</strong> aquellos monstruos negros, volví a aul<strong>la</strong>rle al oído:<br />

—Oye, ¿es ahora como en Perthes?<br />

Kohl era un soldado muy concienzudo. Primero se puso <strong>de</strong> pie, luego giró <strong>la</strong> cabeza en redondo,<br />

examinando lo que ocurría, y al fin aulló, con gran contento mío:<br />

—Ahora es posible que llegue a ser igual.<br />

Esta respuesta me puso loco <strong>de</strong> alegría, pues me confirmaba que aquél era mi primer combate real.<br />

En ese instante surgió un hombre en <strong>la</strong> esquina <strong>de</strong>l elemento <strong>de</strong> trinchera en que nos hallábamos:<br />

—¡Seguirme hacia <strong>la</strong> izquierda!<br />

Comunicamos <strong>la</strong> or<strong>de</strong>n a los <strong>de</strong>más y nos pusimos a caminar a lo <strong>la</strong>rgo <strong>de</strong> <strong>la</strong> posición, que se hal<strong>la</strong>ba<br />

completamente llena <strong>de</strong> humo. Justo entonces acababan <strong>de</strong> llegar los hombres que traían el rancho y sobre<br />

el parapeto humeaban centenares <strong>de</strong> cacero<strong>la</strong>s abandonadas. ¿Quién iba a tener en aquel momento ganas<br />

<strong>de</strong> comer? Al pasar nosotros se apretaban contra el talud los numerosísimos heridos; sus vendas se<br />

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