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Textos críticos - Fundación César Manrique

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24 • CÉSAR MANRIQUE • 1950 - 1957<br />

Aparte del Museo Nacional de Arte Contemporáneo y el Instituto<br />

de Cultura Hispánica, apenas el Ateneo y un puñado de galerías<br />

constituían el frágil tejido sobre el que se proyectaban, en Madrid,<br />

los nuevos acontecimientos artísticos. Entre las salas de arte, es<br />

bien conocido el papel desempeñado por Biosca —acogió los<br />

Salones de los Once—, Buchholz, Clan —promovió la colección<br />

“Artistas nuevos”, dirigida por Mathias Goeritz, que editó un reseñable<br />

Homenaje a Paul Klee— y Fernando Fe, la mayoría librerías<br />

que se hacían acompañar de espacios expositivos.<br />

El 25 de febrero de 1957, se produciría un cambio de gobierno en el<br />

que tomaron un papel destacado miembros del Opus Dei, dispuestos<br />

a encarar el desarrollismo de los sesenta con sus políticas tecnocráticas.<br />

Ese mismo año nacía El Paso, cuya importante aportación<br />

marcaría el arte de la década, eclipsando en buena manera la disparidad<br />

estilística que la caracteriza. Pero la profunda transformación<br />

del arte español, ya volcado hacia la abstracción informal, era<br />

irreversible. En nada se vio afectada por el cese del ministro de<br />

Educación Nacional, que había ratificado y asumido las políticas de<br />

apoyo y asimilación de la nueva sensibilidad. Significativamente,<br />

ese mismo año se inauguraría, en la Sala Negra, promovida por el<br />

propio Museo Nacional de Arte Contemporáneo, la exposición Arte<br />

Otro, que presentaba en nuestro país, con gran repercusión, la pintura<br />

informalista internacional, mientras Jorge Oteiza triunfaba en la<br />

Bienal de São Paulo.<br />

El aprendiz de pintor: los apuntes preliminares<br />

Una vez concluidos, en 1950, los estudios de Bellas Artes en la<br />

Academia de San Fernando, que, cinco años antes, le habían desplazado<br />

desde Lanzarote a Madrid, <strong>César</strong> <strong>Manrique</strong> comienza a<br />

perfilar su manera renovadora inequívocamente a partir de 1952.<br />

Hasta 1958, su producción creativa se inscribe en un período de<br />

tránsito y exploración sujeto a la lógica de la investigación moderna<br />

primero, y de vanguardia, después. Ese año realiza una exposición<br />

individual en el Ateneo de Madrid mostrando una especie de<br />

retículas terrestres, informales —sus tierras ordenadas—, en las que<br />

la materia adquiere presencia notoria, introduciendo así su lenguaje<br />

pictórico vinculado al tropo de las lavas, que desarrollaría por<br />

extenso a partir de 1959. Hasta entonces, no sólo va madurando su<br />

pintura, inmersa en un itinerario de raíz ecléctica, consonante con<br />

el espíritu de la época, sino que, en estos años cruciales, es cuando<br />

se forja su peculiar personalidad polifacética, apegada a la transversalidad<br />

de las prácticas y al desbordamiento de la pintura. Será,<br />

en esta década, cuando aflore su apego al funcionalismo y las artes<br />

aplicadas, al arte volcado en la vida; cuando, de la mano de numerosas<br />

experiencias propiciadas por arquitectos que le encargan<br />

intervenciones murales y ambientaciones, comience a relacionarse<br />

con la dimensión espacial del arte expandido fuera de los límites<br />

del lienzo. <strong>César</strong> <strong>Manrique</strong> se forja en el heroico decenio de los cincuenta<br />

como pintor moderno, pero más allá de la vibrante y colorista<br />

línea de su horizonte pictórico —bien alejado del ascetismo<br />

hispánico—, configura, a contrapelo del rigor y austeridad reinante,<br />

su gusto festivo y sus registros estéticos celebratorios, desinhibidos,<br />

dominados por la pasión por la belleza, por un cierto impulso jovial<br />

y por la pulsión de habitar. Paralelamente, irá también subrayando<br />

la pertenencia de su discurso a la poética de la naturaleza y el paisaje<br />

de Lanzarote, fuente de su imaginario, mientras da sus primeros<br />

pasos en el arte público y esboza su discurso territorial y<br />

turístico.<br />

Si las primeras tentativas como pintor —en los cuarenta de su<br />

Arrecife—, se desenvolvieron bajo el amparo dispar del costumbrismo,<br />

el ascendente de Néstor de la Torre, y la influencia gráfica<br />

de las revistas de la época cristalizadas en escenas exóticas,<br />

modernas o de carácter surrealista, a cuya estilización <strong>Manrique</strong> se<br />

adhirió, pronto, tras el paréntesis académico, se adentraría en la<br />

exploración de las fórmulas renovadoras. Idealizando quizás<br />

aquellos primeros encuentros bisoños en la desolación cultural del<br />

Lanzarote de la posguerra, recordaría años más tarde: “Me fasci-<br />

<strong>César</strong> <strong>Manrique</strong>, Parranda en Tahíche, c. 1942.

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