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Documentación<br />
Haz que hoy se haga de nuevo realidad<br />
que “hay un solo pan: por eso,<br />
aun siendo muchos, un solo cuerpo<br />
somos”». Según Pablo, la palabra<br />
acerca de la Iglesia como Cuerpo de<br />
Cristo no es una comparación cualquiera,<br />
sino que supera con creces<br />
cualquier comparación. «¿Por qué me<br />
persigues?». Continuamente Cristo<br />
nos atrae al interior de su Cuerpo,<br />
edifica su Cuerpo partiendo del centro<br />
eucarístico, que es según Pablo el<br />
centro de la existencia cristiana, en<br />
virtud del cual todos y cada uno pueden<br />
experimentar de manera completamente<br />
personal: «Me amó y se entregó<br />
a sí mismo por mí».<br />
Quisiera concluir con una palabra<br />
tardía de San Pablo: una exhortación a<br />
Timoteo desde la cárcel, ante la muerte.<br />
«Soporta conmigo los sufrimientos<br />
por el Evangelio», le dice el Apóstol a<br />
sus discípulo (2 Tm 1, 8). Esta palabra,<br />
puesta al final de los caminos recorridos<br />
por el Apóstol como un testamento,<br />
remite al inicio de su misión.<br />
Cuando, tras su encuentro con el Resucitado,<br />
Pablo se hallaba ciego en su<br />
alojamiento de Damasco, Ananías recibió<br />
el encargo de visitar al temido<br />
perseguidor y de imponerle las manos<br />
para que recobrara la vista. La objeción<br />
de Ananías de que aquel Saulo<br />
era un peligroso perseguidor de cristianos<br />
tuvo como respuesta: Este me<br />
es un instrumento de elección que lleve<br />
mi nombre ante los gentiles y los<br />
reyes. «Yo le mostraré todo lo que<br />
tendrá que padecer por mi nombre»<br />
(Hch 9, 15s). El encargo del anuncio y<br />
la llamada a padecer por Cristo son<br />
indisociables. La llamada a convertirse<br />
en maestro de las gentes es, contemporánea<br />
e intrínsecamente, una llamada<br />
al sufrimiento en la comunión con<br />
Cristo, que nos redimió mediante su<br />
pasión. En un mundo en el que la<br />
mentira se hace fuerte, la verdad se<br />
paga con el sufrimiento. Quien pretende<br />
esquivar el sufrimiento, mantenerlo<br />
alejado de sí, mantiene alejada<br />
la propia vida con toda su grandeza;<br />
no puede ser servidor de la verdad ni,<br />
por ende, de la fe. No hay amor sin<br />
sufrimiento: sin el sufrimiento de la<br />
renuncia a sí mismo, de la transformación<br />
y de la purificación del yo con<br />
vistas a la libertad auténtica. Donde<br />
no hay nada para lo que valga la pena<br />
sufrir, la misma vida acaba perdiendo<br />
su valor. La Eucaristía —el centro de<br />
nuestro ser cristiano— se basa en el<br />
sacrificio de Jesús por nosotros; nació<br />
del sufrimiento del amor, que en la<br />
cruz tuvo su cima. De ese amor que se<br />
entrega vivimos nosotros. El nos da<br />
valor y fortaleza para sufrir con Cristo<br />
y por él en este mundo, sabiendo que<br />
precisamente así nuestra vida se vuelve<br />
grande, madura y verdadera. A la<br />
luz de todas las cartas de San Pablo<br />
vemos hasta qué punto se cumplió,<br />
en su camino de maestro de las gentes,<br />
la profecía hecha a Ananías en el<br />
momento de su llamada: «Yo le mostraré<br />
todo lo que tendrá que padecer<br />
por mi nombre». Su sufrimiento lo<br />
24 Número 3.424 ■ 26 de julio de 2008<br />
hace creíble como maestro de verdad<br />
que no busca el interés propio, la propia<br />
gloria, la satisfacción personal,<br />
sino que se consagra a aquél que nos<br />
amó y que se entregó a sí mismo por<br />
nosotros.<br />
En este momento, damos gracias al<br />
Señor por haber llamado a Pablo,<br />
convirtiéndolo en luz de las gentes y<br />
maestro de todos nosotros y le rogamos:<br />
Danos hoy también testigos de<br />
la Resurrección, alcanzados por tu<br />
amor y capaces de traer la luz del<br />
Evangelio a nuestro tiempo. San Pablo,<br />
ruega por nosotros. Amén. ■<br />
(Original italiano procedente del archivo<br />
informático de la Santa Sede;<br />
traducción de ECCLESIA)<br />
San Pablo, forjador<br />
del fundamento católico<br />
de la Iglesia ecuménica<br />
Homilía del Patriarca Ecuménico Bartolomé I<br />
en las Primeras Vísperas de la solemnidad<br />
de los apóstoles San Pedro y San Pablo, celebradas en la<br />
Basílica de San Pablo Extramuros de Roma (28-6-2008)<br />
antidad, amado hermano en Cristo y vosotros todos, fieles en el Señor: Anima-<br />
Sdos por una alegría llena de solemnidad, nos hallamos reunidos para la oración<br />
de las Vísperas en este antiguo y espléndido templo de San Pablo Extramuros, en<br />
presencia de numerosos y devotos peregrinos venidos del mundo entero para la<br />
gozosa inauguración oficial del <strong>Año</strong> de San Pablo, el Apóstol de las Gentes.<br />
La conversión radical y el kérygma apostólico de Saulo de Tarso «sacudieron» la<br />
historia en el sentido literal de la palabra y forjaron la propia identidad de la cristiandad.<br />
Aquel gran hombre influyó profundamente en Padres clásicos de la Iglesia<br />
como San Juan Crisóstomo en Oriente y San Agustín de Hipona en Occidente.<br />
Aunque nunca se encontró personalmente con Jesús de Nazaret, San Pablo recibió<br />
directamente el Evangelio «por revelación de Jesucristo» (Ga 1, 11-12).<br />
Este sagrado lugar extramuros resulta indudablemente harto indicado para<br />
conmemorar y celebrar a un hombre que estableció una alianza entre la lengua<br />
griega y la mentalidad romana de su tiempo, despojando a la cristiandad, de una<br />
vez por todas, de toda restricción mental, y forjando para siempre el fundamento<br />
cristiano de la Iglesia ecuménica.<br />
Hacemos votos por que la vida y las cartas de San Pablo sigan siendo para nosotros<br />
fuente de inspiración para que todas las gentes obedezcan a la fe en Cristo<br />
(cf. Rm 16, 27). ■<br />
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