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2 - Biblioteca Virtual Universitaria

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Dan Br own Ángeles y demonios<br />

—Por aquí, señor Langdon. —Era una voz casi electrónica. Su acento era rígido y preciso, al igual que<br />

sus facciones severas. Kohler tosió y se secó la boca con un pañuelo blanco, mientras clavaba sus mortecinos<br />

ojos grises en Langdon—. Apresúrese, por favor.<br />

Daba la impresión de que su silla de ruedas saltaba sobre el suelo de baldosas.<br />

Langdon dejó atrás lo que se le antojaron incontables pasillos que nacían del atrio principal. Todos los<br />

corredores bullían de actividad. Los científicos que veían a Kohler parecían sorprenderse, y miraban a<br />

Langdon como si se preguntaran quién debía ser para merecer tan alto honor.<br />

—Me avergüenza admitir —dijo Langdon, con el fin de entablar conversación—, que nunca había oído<br />

hablar del CERN.<br />

—No me sorprende —contestó Kohler con fría eficiencia—. La mayoría de norteamericanos no<br />

consideran a Europa el líder mundial de la investigación científica. Nos ven como un distrito comercial<br />

peculiar. Una percepción extraña, teniendo en cuenta la nacionalidad de hombres como Einstein, Galileo y<br />

Newton.<br />

Langdon no supo muy bien qué contestar. Sacó el fax de su bolsillo.<br />

—¿Este hombre de la fotografía... ?<br />

Kohler le interrumpió con un ademán.<br />

—Aquí no, por favor. Ahora le acompaño a verle. —Extendió la mano—. Quizá debería quedarme<br />

con eso.<br />

Langdon le tendió el fax y guardó silencio.<br />

Kohler torció a la izquierda y entró en un amplio pasillo adornado con premios y menciones. Una<br />

placa de gran tamaño dominaba la entrada. Langdon se detuvo a leer la frase grabada en el bronce.<br />

PREMIO ARS ELECTRONICA<br />

A la Innovación Cultural en la Era Digital<br />

Concedido a Tim Berners Lee y el CERN<br />

por la invención de<br />

INTERNET<br />

Que me aspen, pensó Langdon, mientras leía el texto. Este tipo no estaba bromeando. Langdon siempre<br />

había creído que Internet era un invento norteamericano. Una vez más, sus conocimientos estaban limitados<br />

a la página web de su propio libro y a las ocasionales exploraciones on-line del Prado o del Louvre en su<br />

Macintosh.<br />

—La Red —dijo Kohler. Tosió y volvió a secarse la boca— empezó aquí como una red de<br />

ordenadores internos. Permitía a los científicos de departamentos diferentes compartir los hallazgos diarios<br />

mutuamente. Claro, todo el mundo cree que la Red es tecnología norteamericana.<br />

Langdon le siguió por el pasillo.<br />

—¿Por qué no enmiendan el error?<br />

Kohler se encogió de hombros, como si el tema no le interesara.<br />

—Un malentendido sin importancia sobre una tecnología sin importancia. El CERN es mucho más<br />

grande que una conexión global de ordenadores. Nuestros científicos producen milagros casi a diario.<br />

Langdon dirigió a Kohler una mirada inquisitiva.<br />

—¿Milagros?<br />

La palabra «milagro» no formaba parte del vocabulario empleado en el Fairchild Science Building de<br />

Harvard. Los milagros se dejaban a la Facultad de Teología.<br />

—Parece escéptico —dijo Kohler—. Pensaba que era usted un simbolista religioso. ¿No cree en<br />

milagros?<br />

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