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2 - Biblioteca Virtual Universitaria

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Dan Br own Ángeles y demonios<br />

—Da igual. Gracias por tu ayuda.<br />

Cerró el walkie-talkie y se humedeció los labios.<br />

Teniendo en cuenta el pequeño tamaño de la cámara de vídeo y el hecho de que era inalámbrica, el<br />

técnico sabía que la cámara 86 podía transmitir desde cualquier lugar dentro del recinto, fuertemente<br />

vigilado, un conjunto de treinta y dos edificios diferentes que abarcaban un radio de un kilómetro. La única<br />

pista consistía en que, al parecer, habían emplazado la cámara en un lugar a oscuras. Eso tampoco servía de<br />

mucho, por supuesto. El complejo albergaba incontables lugares oscuros: cuartos de mantenimiento,<br />

conductos de calefacción, cobertizos de jardinería, guardarropas, incluso un laberinto de túneles<br />

subterráneos. Podían tardar semanas en localizar la cámara 86.<br />

Pero ése es el menor de mis problemas, pensó.<br />

Pese al dilema planteado por la desaparición de la cámara, había otro problema aún más inquietante.<br />

El técnico miró la imagen que estaba transmitiendo la cámara perdida. Era un objeto inmóvil. Un aparato de<br />

aspecto moderno, que no se parecía a nada que el técnico hubiera visto nunca. Estudió la pantalla electrónica<br />

parpadeante que tenía en la base. Si bien el guardia había sido sometido a un riguroso entrenamiento que le<br />

preparaba para situaciones similares, notó que su pulso se aceleraba. Se dijo que debía dominar su pánico.<br />

Tenía que existir una explicación. El objeto parecía demasiado pequeño para representar un peligro<br />

importante. No obstante, su presencia en el interior del complejo era preocupante. Muy preocupante, en<br />

realidad. Precisamente hoy, pensó.<br />

La seguridad siempre era prioritaria para su patrón, pero hoy, más que cualquier otro día de los últimos<br />

doce años, la seguridad era de suprema importancia. El técnico contempló el objeto durante largo rato, y<br />

percibió el rugido de una tormenta lejana.<br />

Después, sudoroso, marcó el número de su superior.<br />

17<br />

Muy pocos niños podían decir que recordaban el día que conocieron a su padre, pero Vittoria Vetra era<br />

uno de ellos. Tenía ocho años de edad, vivía donde siempre, el Orfanotrofio di Siena, un orfanato católico<br />

cerca de Florencia, abandonada por padres que no llegó a conocer. Aquel día estaba lloviendo. Las monjas<br />

la habían llamado dos veces para que fuera a cenar, pero como siempre, fingió no oírlas. Estaba tumbada en<br />

el patio, mirando las gotas de lluvia. Las sentía estrellarse sobre su cuerpo... Intentaba adivinar dónde caería<br />

la siguiente. Las monjas la llamaron de nuevo, con la amenaza de que la neumonía conseguiría que una niña<br />

de una tozudez insufrible sintiera mucha menos curiosidad por la naturaleza.<br />

No puedo oíros, pensó Vittoria.<br />

Estaba empapada hasta los huesos cuando el joven sacerdote salió a buscarla. No le conocía. Era nuevo.<br />

Vittoria suponía que la agarraría y la metería dentro. Pero no fue así. En cambio, ante su asombro, se tumbó<br />

a su lado, y empapó su hábito en un charco.<br />

—Dicen que haces muchas preguntas —dijo el joven.<br />

Vittoria frunció el ceño.<br />

—¿Es malo preguntar?<br />

El joven rió.<br />

—Supongo que no.<br />

—¿Qué haces aquí?<br />

—Lo mismo que tú, preguntándome por qué cae la lluvia.<br />

—¡No me estoy preguntando por qué cae! ¡Ya lo sé!<br />

40

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