2 - Biblioteca Virtual Universitaria
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Dan Br own Ángeles y demonios<br />
¿Dormir? Hay mejores maneras de relajarse...<br />
Sus antepasados le habían transmitido el apetito por los placeres hedonistas. Sus antepasados se habían<br />
deleitado con el hachís, pero él prefería un tipo de gratificación diferente. Se enorgullecía de su cuerpo, una<br />
máquina letal bien engrasada que, pese a su herencia, se negaba a contaminarse con narcóticos. Había<br />
desarrollado una adicción más nutricia que las drogas, que le brindaba una recompensa mucho más sana y<br />
satisfactoria.<br />
El hassassin aceleró el paso, cada vez más impaciente. Llegó a una puerta como tantas otras y tocó el<br />
timbre. Se abrió una mirilla en la puerta, y dos ojos castaños le estudiaron. Después, la puerta se abrió.<br />
—Bienvenido —dijo la elegante mujer. Le guió hasta una sala de estar, amueblada con gusto y apenas<br />
iluminada. El aire estaba impregnado de perfume caro e intenso. Le entregó un álbum de fotografías—.<br />
Cuando se haya decidido, llame al timbre.<br />
La mujer desapareció.<br />
El hassassin sonrió.<br />
Cuando se sentó en el mullido diván y colocó el álbum de fotos sobre su regazo, sintió que su apetito<br />
carnal se despertaba. Aunque su pueblo no celebraba la Navidad, imaginó que así debía de sentirse un niño<br />
cristiano, sentado ante un montón de regalos, a punto de descubrir los prodigios que contenían. Abrió el<br />
álbum y examinó las fotos. Toda una vida de fantasías sexuales le devolvió la mirada.<br />
Marisa. Una diosa italiana. Fogosa. Una Sofía Loren en joven.<br />
Sachiko. Una geisha japonesa. Flexible como un junco. Experta, sin duda.<br />
Kanara. Una impresionante visión negra. Musculosa. Exótica.<br />
Examinó todo el álbum dos veces y eligió. Apretó un botón de la mesa contigua. Un minuto después,<br />
la mujer que le había recibido reapareció. El hombre indicó su selección. Ella sonrió.<br />
—Sígame.<br />
Después de pactar las condiciones económicas, la mujer hizo una llamada telefónica en voz baja.<br />
Esperó unos minutos, y luego le guió por una escalera de mármol sinuosa hasta un lujoso vestíbulo.<br />
—Es la puerta dorada del final —dijo—. Tiene gustos caros.<br />
Pues claro, pensó él. Soy un connaisseur.<br />
El hassassin recorrió el pasillo como una pantera que anticipara una larga comida aplazada. Cuando<br />
llegó a la puerta, sonrió para sí. Ya estaba entreabierta... Como para darle la bienvenida. Empujó la hoja, y la<br />
puerta se abrió sin ruido.<br />
Cuando vio su elección, supo que había elegido bien. Era justo lo que había solicitado... Desnuda,<br />
tumbada sobre la espalda, los brazos atados a los postes de la cama con gruesos cordones de terciopelo.<br />
Cruzó la habitación y recorrió con un dedo oscuro el abdomen marfileño. Anoche cometí un asesinato,<br />
pensó. Tú eres mi recompensa.<br />
11<br />
— ¿Satánico? —Kohler se secó la boca y se removió, inquieto—. ¿Esto es el símbolo de una secta<br />
satánica?<br />
Langdon paseó por la habitación para entrar en calor.<br />
—Los Illuminati eran satanistas, pero no en el sentido moderno.<br />
Langdon se apresuró a explicar que casi todo el mundo imaginaba a los satanistas como monstruos<br />
adoradores del diablo, pero la historia demostraba que eran hombres cultos que se alzaban como adversarios<br />
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