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39.<br />

LA PACIENCIA DE LA ARDILLA<br />

Ya sabía yo que aquello terminaría sacándome de<br />

quicio; todos saben la poca paciencia que tenemos las<br />

ardillas, pero aún así quise ver hasta donde llegaba mi<br />

capacidad de aguante y, por eso, alquilé el agujero de<br />

arriba del árbol donde yo vivía a un pájaro carpintero.<br />

Él era por naturaleza de esos animales que arman<br />

ruido, pero si a eso se le añade que además era baterista,<br />

la cosa se complica más. Sin embargo, como ya he<br />

dicho, quise tantear mi aguante. Y mi aguante se mantuvo<br />

más o menos firme durante un par de meses; luego,<br />

cansada de soportar tanto ruido de tambores, bombos<br />

y platillos, una noche de insomnio que parecía no<br />

acabar nunca, me levanté y subí a cantarle las cuarenta<br />

al dichoso pájaro. Le dije que ya no podía tenerlo como<br />

vecino y que se buscara cuanto antes otro lugar donde<br />

vivir.<br />

Dicho y hecho. A la mañana siguiente, mi inquilino<br />

recogió sus bártulos y su batería, y tomo el vuelo. Y el<br />

silencio volvió al árbol.<br />

Pero la paz sólo duro unos pocos días. Una noche,<br />

mientras estaba inmersa en uno de mis mejores sueños,<br />

me pareció oír el redoble de una batería a lo lejos. Por<br />

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