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LA PACIENCIA DE LA ARDILLA<br />
Ya sabía yo que aquello terminaría sacándome de<br />
quicio; todos saben la poca paciencia que tenemos las<br />
ardillas, pero aún así quise ver hasta donde llegaba mi<br />
capacidad de aguante y, por eso, alquilé el agujero de<br />
arriba del árbol donde yo vivía a un pájaro carpintero.<br />
Él era por naturaleza de esos animales que arman<br />
ruido, pero si a eso se le añade que además era baterista,<br />
la cosa se complica más. Sin embargo, como ya he<br />
dicho, quise tantear mi aguante. Y mi aguante se mantuvo<br />
más o menos firme durante un par de meses; luego,<br />
cansada de soportar tanto ruido de tambores, bombos<br />
y platillos, una noche de insomnio que parecía no<br />
acabar nunca, me levanté y subí a cantarle las cuarenta<br />
al dichoso pájaro. Le dije que ya no podía tenerlo como<br />
vecino y que se buscara cuanto antes otro lugar donde<br />
vivir.<br />
Dicho y hecho. A la mañana siguiente, mi inquilino<br />
recogió sus bártulos y su batería, y tomo el vuelo. Y el<br />
silencio volvió al árbol.<br />
Pero la paz sólo duro unos pocos días. Una noche,<br />
mientras estaba inmersa en uno de mis mejores sueños,<br />
me pareció oír el redoble de una batería a lo lejos. Por<br />
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