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Soluciones para la triple crisis - Fundación Banco Santander

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ximización de <strong>la</strong> utilidad global no siempre es el resultado «natural»<br />

y «espontáneo» de <strong>la</strong> persecución del beneficio individual.<br />

En <strong>la</strong>s situaciones de «dilema del prisionero», afirma<br />

David Gauthier, «los maximizadores de <strong>la</strong> utilidad supuestamente<br />

racionales se perjudican más de lo que podrían hacerlo<br />

los optimizadores supuestamente irracionales» (Gauthier, 1986,<br />

p. 117). Ello significa que sólo si los actores deciden perseguir<br />

<strong>la</strong> mejor solución global –es decir, el interés común– en vez del<br />

beneficio particu<strong>la</strong>r, podrán lograr también el resultado óptimo<br />

desde el punto de vista individual. En otras pa<strong>la</strong>bras, los ganaderos<br />

de <strong>la</strong> parábo<strong>la</strong> se verán obligados a buscar conjuntamente<br />

cuál es su interés común con el fin de garantizar el resultado<br />

óptimo <strong>para</strong> cada uno.<br />

Como ha seña<strong>la</strong>do Derek Parfit, el «dilema del prisionero», por<br />

fortuna, no suele darse en <strong>la</strong> vida real bajo <strong>la</strong> angustiosa forma<br />

de un problema entre dos agentes incomunicados (Parfit, 2004,<br />

pp. 144-160). Es so<strong>la</strong>mente un modelo que sirve <strong>para</strong> explicar<br />

los problemas de racionalidad inherentes a ciertas situaciones<br />

en <strong>la</strong>s que están involucrados muchos agentes, como son <strong>la</strong><br />

mayoría de los males ecológicos. El «dilema del prisionero» sirve<br />

<strong>para</strong> advertir que <strong>la</strong>s concepciones de <strong>la</strong> racionalidad bajo <strong>la</strong>s<br />

cuales guiamos nuestras acciones pueden, en muchos casos, resultar<br />

contraproducentes. En efecto, numerosas situaciones de<br />

<strong>la</strong> vida real demandan de nosotros que adoptemos disposiciones,<br />

hábitos y estilos de vida que pueden parecer irracionales<br />

desde el punto de vista estratégico de individuos maximizadores<br />

del beneficio privado, puesto que exigen de nosotros <strong>la</strong> rea -<br />

lización de un «sacrificio» altruista. Pero en realidad dicho<br />

«sacrificio» deja de contemp<strong>la</strong>rse como tal cuando se analizan<br />

los problemas desde una perspectiva más amplia de <strong>la</strong> racionalidad,<br />

como es <strong>la</strong> racionalidad ecológica (Riechmann, 2009,<br />

cap. 2). La racionalidad ecológica permite a los agentes sociales<br />

ponderar factores que <strong>la</strong> racionalidad estratégica propia de los<br />

enfoques economicistas expulsa del análisis. Concretamente, <strong>la</strong><br />

racionalidad ecológica devuelve el sistema económico al lugar<br />

del que nunca debió salir: <strong>la</strong> biosfera y sus complejas re<strong>la</strong>ciones<br />

ecosistémicas en <strong>la</strong>s que se subsume <strong>la</strong> actividad de los seres<br />

humanos, re<strong>la</strong>ciones que el <strong>para</strong>digma de <strong>la</strong> racionalidad<br />

económica no permite siquiera captar.<br />

Otro defecto fundamental de <strong>la</strong> parábo<strong>la</strong> de Hardin es el hecho<br />

de que los agentes involucrados son incapaces de establecer<br />

comunicación alguna entre ellos, lo que les impide prescribir<br />

autónomamente normas que restrinjan el acceso al pastizal.<br />

Este error es una consecuencia de <strong>la</strong> reduccionista concepción<br />

del ser humano manejada por el modelo de <strong>la</strong> racionalidad estratégica;<br />

a saber, un ente maximizador del beneficio privado<br />

que no se preocupa por los asuntos públicos y que, en todo<br />

caso, considera a éstos tan sólo como elementos subsidiarios<br />

de sus intereses particu<strong>la</strong>res (Ovejero, 2002). Debido a ello resulta<br />

tan absurda <strong>la</strong> imagen proyectada por Hardin de unos ganaderos<br />

que se cruzan a diario en el camino que conduce a un<br />

prado cada vez más atestado de vacas sin entab<strong>la</strong>r un diálogo<br />

que les permita, al menos, ser conscientes de <strong>la</strong> perniciosa dinámica<br />

en <strong>la</strong> que se han enredado.<br />

Privatización y regu<strong>la</strong>ción estatal<br />

Hardin sólo concebía dos formas de evitar <strong>la</strong> destrucción de<br />

los bienes de libre acceso: mediante su «privatización» o a través<br />

de <strong>la</strong> regu<strong>la</strong>ción estatal, aunque prefería <strong>la</strong> primera alternativa.<br />

Las dos opciones se han convertido en <strong>la</strong>s vías convencionales<br />

<strong>para</strong> establecer políticas ambientales pero, en muchos<br />

casos, lejos de resolver los problemas, contribuyen a su agravamiento,<br />

con lo que debería evitarse contemp<strong>la</strong>r<strong>la</strong>s como panaceas<br />

o soluciones mi<strong>la</strong>grosas.<br />

Para defender <strong>la</strong> privatización de los bienes de libre acceso suele<br />

argumentarse que estipu<strong>la</strong>r derechos de propiedad sobre un<br />

recurso conlleva una utilización responsable por parte de su<br />

propietario. La sobreexplotación de los bienes de libre acceso<br />

se explicaría por <strong>la</strong> falta de incentivos <strong>para</strong> su conservación, incentivos<br />

que sí existen cuando quien realiza <strong>la</strong> explotación es al<br />

mismo tiempo el dueño del recurso, quien sufrirá de forma inmediata<br />

los costes de una posible sobreexplotación. Pero este<br />

argumento fal<strong>la</strong> ante <strong>la</strong> complejidad de <strong>la</strong> mayoría de los problemas<br />

ecológicos, mostrando que no hay una re<strong>la</strong>ción de necesidad<br />

entre propiedad privada y explotación sostenible.<br />

Cuadernos de Sostenibilidad y Patrimonio Natural Nº 19

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