REVISTA DIALOGANDO - ISER Nº2 - 2014

La admisibilidad de la acción jurídica de la objeción no surge primariamente de la
naturaleza de la conducta pretendida por el objetor (aunque sí ha de tomarse en
cuenta), sino del hecho que su pretensión se origina en el agravio a la conciencia. La
perspectiva jurídica que la admite está valorando a la persona del ciudadano en su
integridad de interioridad y exterioridad.
5. Actuar con parresía
El objetor es un ciudadano que emerge en su contexto con un protagonismo
sobresaliente. No es un antisocial ni un trasgresor, ni de por sí un revolucionario o
un desestabilizador del ordenamiento legal. Pero, en cuanto exterioriza el carácter
absoluto de un principio moral, encarna en sí ese mismo carácter en un dinamismo
de identificación por la asunción del principio moral como rector de su propia vida
personal.
El marco de la objeción sigue siendo el ordenamiento vigente, no es contra
legem, pero se inscribe en una búsqueda de mayor realización de justicia. Ésta es
buscada por la intervención de la racionalidad de los sujetos obligados en una
apertura voluntaria de su interioridad.
La elaboración de las leyes puede haber incluido algunos modos de participación
ciudadana. Sin embargo siempre permanece el caso singular. Es la persona del
objetor la que levanta en público su voz para que tenga lugar social la integridad de
su conformidad interior y exterior en la convivencia social.
En la antigüedad griega la libertad tenía un sentido estrictamente político y no
pertenecía a todos. Entre quienes la detentaban sólo algunos podían ejercer la
llamada parresía, una crítica social que expresa la verdad con honestidad y aún con
riesgo de reacciones negativas de parte del poder. Detrás suyo, como respaldo,
existía un proceso de liberación que no sólo excluía la esclavitud, sino que implicaba
una solidez económica y una trayectoria social respetable.
El cristianismo y el estoicismo han llevado la cuestión de la libertad a la
interioridad del hombre y la han universalizado. El desarrollo de la filosofía y la
teología cristiana han puesto en el centro esta condición propia de la persona. Son
sus conquistas las que permiten una mirada de la libertad que trasciende lo político y
pone lo jurídico a su servicio.
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