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Las anteriores consideraciones apuntan hacia una relevante contradicción en<br />

el pensamiento de Schmitt. En efecto, por una parte, Schmitt define lo “político”<br />

por el grado de intensidad del antagonismo, que puede hacerse radical en cualquier<br />

ámbito de la existencia; por otra parte, sin embargo, Schmitt cuestiona aquéllas<br />

guerras presuntamente hechas por motivos idealistas precisamente porque son intensas en<br />

grado extremo, y por ello, sostiene, “van más allá de lo político”. Sólo hay dos<br />

opciones: O bien abandonamos el ingrediente de la intensidad del antagonismo<br />

como componente clave de la definición de lo político, o bien admitimos que esas<br />

guerras que “degradan al enemigo” siguen siendo políticas. Schmitt, no obstante,<br />

no admite esta paradoja en su pensamiento, que se deriva de su absoluto rechazo y<br />

desprecio por el liberalismo, una visión del mundo que a su modo de ver impide un<br />

compromiso serio con valores absolutos, capaces de conducir a la decisión<br />

existencial frente al “otro”, el enemigo. De hecho, Schmitt pareciera decirnos que<br />

que las guerras hechas en nombre del liberalismo son una farsa, una impostura<br />

teológica. Si bien es entonces cierto que Schmitt señala como un logro, vigente por<br />

un tiempo en Europa, la limitación de la guerra, la renuncia a criminalizar al<br />

adversario y la relativización de la hostilidad, su interés no es humanitario sino<br />

político: la idea de un enemigo absoluto es, insiste, una idea no política; son los<br />

pacifistas los que, una vez que decretan la guerra como algo “anormal”, se ven<br />

forzados a considerar como fuera del género humano a aquéllos a quienes tienen<br />

algún día que combatir. Por ello las guerras totales, argumenta Schmitt, son<br />

desatadas por los idealistas y liberales, que hasta ese entonces creyeron en la<br />

posibilidad de eliminar la guerra, y por los marxistas, que desean también eliminarla<br />

luego de una guerra civil global que abrirá las puertas a una sociedad perfecta, por<br />

lo tanto a una sociedad sin distinción de amigos y enemigos. La limitación de la<br />

guerra que procura Schmitt es también una forma de hacer permanente la<br />

posibilidad del conflicto.<br />

Es en razón de ese propósito central, de su objetivo existencial —la<br />

necesidad del conflicto perpetuo y el imperativo de la decisión—, que Schmitt<br />

dirige su cuestionamiento hacia lo que considera una falla medular en Hobbes.<br />

Ciertamente, Hobbes percibió al ser humano como peligroso y beligerante. Como<br />

ya vimos antes, Schmitt reconoció en Hobbes un pensador político admirable y<br />

fundamental, y así lo planteó en su Concepto de lo Político, ensayo que acá he<br />

citado en varias ocasiones, publicado inicialmente en 1927 y luego corregido en<br />

1932. En esa primera aproximación a Hobbes, Schmitt resaltó como logro clave del<br />

filósofo inglés el restablecimiento de la relación entre protección y obediencia<br />

como sustento del orden político. Sin embargo, en un más extenso trabajo sobre el<br />

filósofo inglés, publicado en 1938, obra en extremo reveladora y de gran<br />

importancia para el estudio de Schmitt, este último desarrolla una singular crítica a<br />

un pensador a quien continúa reconociendo como un “gran maestro”. Aquí<br />

Schmitt argumenta que la grieta crucial en la obra de Hobbes se encuentra en que<br />

no logró “poner al descubierto de manera segura y cierta al enemigo, y, en cambio,<br />

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