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tripartita del estado nacionalsocialista. El Estado constituye la parte política estática;<br />
el Movimiento, el elemento político dinámico; y el Pueblo es, en principio, el sector<br />
no-político que vive a la sombra protectora de las decisiones propiamente políticas.<br />
En esta nueva teoría, el Estado habría dejado de tener el monopolio de las<br />
decisiones políticas a favor del elemento dinámico de la trinidad nacionalsocialista.<br />
En el segundo de los trabajos mencionados, El Führer protege el derecho,<br />
publicado en el año 1934, Schmitt interpreta la Noche de los Cuchillos largos, en la<br />
que los fieles de Hitler eliminaron a Röhm y a cuatro mil miembros de la SA, como<br />
una de esas situaciones excepcionales (Ernstfallen) que ya había teorizado en textos<br />
anteriores, y ante las cuales al poder soberano se le imponía la necesidad de llevar a<br />
cabo una decisión vigorosa. El Führer aparece, conforme a esta interpretación,<br />
como el juez supremo y, al mismo tiempo, como ejecutor de una ley que se<br />
identifica con sus actos y resoluciones; y en última instancia, como el decisor<br />
último, el auténtico soberano llamado a restablecer el orden jurídico violentado.<br />
En todo caso, es muy probable que no se equivoquen quienes afirman que<br />
Schmitt no fue nunca un nazi convencido y que su compromiso con el<br />
nacionalsocialismo fue resultado, sobre todo, de un error de táctica política. Sí es<br />
cierto, sin embargo, que Schmitt había estado asociado desde muy temprano a los<br />
círculos de ese nuevo nacionalismo alumbrado al calor de las trincheras de la<br />
Primera Guerra Mundial, y al que ya nos hemos referido en otras ocasiones con el<br />
nombre de konservative Revolution. Y no debe olvidarse que es precisamente en<br />
estos círculos en los que se forman las principales apoyaturas teóricas del discurso<br />
del nacionalsocialismo triunfante, por poco feliz que fuese la situación de algunos<br />
de sus más destacados animadores bajo la tiranía de Hitler. Schmitt, como otros<br />
muchos revolucionario-conservadores, pudo haber visto en el nacionalsocialismo<br />
hitleriano una simple salida autoritaria a la indecisión de la República de Weimar y a<br />
las nefastas consecuencias del Diktat de Versalles, pero su implicación –siquiera en<br />
los primeros momentos- en el Régimen fue nítida. Algunos se arrepintieron<br />
demasiado tarde, otros no lo harían nunca.<br />
Tales precisiones previas tienen su importancia por cuanto cierto<br />
revisionismo actual pretende rescatar a determinados autores de derecha radical o<br />
revolucionaria que, aparentemente, no habrían estado contaminados por la<br />
enfermedad hitleriana –o mussoliniana, según los casos-, con el fin de reconstruir<br />
un discurso neofascista seriamente dañado tras la derrota de las Fuerzas del Eje en<br />
la Segunda Guerra Mundial. Schmitt, Heidegger, Jünger o Niekisch fueron, si no<br />
nazis, sí fascistas, por más que representantes de tendencias derrotadas dentro de la<br />
gran familia del fascismo. El compromiso –y las notabilísimas aportaciones de<br />
todos estos autores con el discurso fascista no resta un ápice de mérito a su<br />
producción teórica y literaria, ni exime, desde luego, del estudio y la discusión de<br />
sus trabajos. Acostumbrados al nazi de opereta de la propaganda de los vencedores,<br />
hemos dado en pensar que tales producciones eran indignas de ser tenidas en<br />
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