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Año 57 - 1995 Págs. 41-57 [41] APOCALIPSIS Y ... - Revista Biblica

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[52] conocer, como a los dioses de los antiguos pueblos semitas, en el curso previsible de<br />

los acontecimientos naturales. Es verdad, ciertamente, que su campo de acción es la<br />

naturaleza, y por eso “el cielo proclama la gloria de Dios y el firmamento pregona la obra de<br />

sus manos” (Sal 19,2). Pero el conocimiento que nos da la revelación cósmica conduce<br />

únicamente, por así decirlo, a lo exterior de Dios. La trascendencia divina queda de ese modo<br />

afirmada, pero el cosmos no dice nada de su ser más íntimo y personal. Si ya en el plano<br />

humano la interioridad de una persona resulta inaccesible a no ser que se manifieste en sus<br />

gestos y palabras, tanto más la trascendencia divina será una barrera infranqueable para el<br />

entendimiento humano, si Dios mismo no se da a conocer.<br />

En sus aspectos esenciales, esta historia invisible pero real —la historia de la salvación—<br />

comprende tres momentos. En el centro del tiempo está la encarnación del Verbo, la kénosis<br />

del Hijo de Dios, fase central de la historia de la salvación: El Verbo se hizo carne, y puso su<br />

morada entre nosotros (Jn 1,14).<br />

Luego viene el período entre las dos manifestaciones de Cristo —la encarnación y la<br />

parusía— que también desempeña un papel en la historia de la salvación. Porque la salvación<br />

ya ha sido realizada por Cristo, pero la historia del mundo aún no ha completado su curso. Si<br />

Dios ha querido que se dé un intervalo entre la ascensión y la parusía, ese intervalo no puede<br />

ser un hueco insignificante e inútil. Es el tiempo de la Iglesia, tiempo en que el Espíritu ha<br />

sido derramado para que los discípulos de Jesús lleven a cabo la misión evangelizadora y<br />

santificadora que el mismo Señor les ha confiado. Es también el tiempo de la espera, pero no<br />

de pura expectativa, porque cada uno ha recibido uno o muchos talentos para llevar a cabo la<br />

tarea que le ha asignado el dueño de casa (Mc 13,34). Al término de la espera están “el cielo<br />

nuevo y la tierra nueva donde habitará la justicia” (2 Ped 3,13; Ap 21,1). Esta consumación<br />

escatológica, simbolizada en la figura de la “nueva Jerusalén” que baja del cielo y viene de<br />

Dios (Ap 21,2), desautoriza a quienes pretenden consumar la historia haciéndola desembocar,<br />

desde dentro de sí misma y en virtud del esfuerzo humano, en una situación de plena<br />

realización y de perfecta armonía.<br />

Pero, por otra parte, el primer advenimiento de Cristo no es el comienzo de la historia de<br />

la salvación. Antes de él está el tiempo del Antiguo Testamento, es decir, la lenta preparación<br />

evangélica por la que Dios, como dice San Ireneo, “disponía de múltiples maneras al género<br />

humano para alcanzar la salvación”. De esta preparación no estaban excluidos los pueblos<br />

paganos, pero lo esencial de aquel

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