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Año 57 - 1995 Págs. 41-57 [41] APOCALIPSIS Y ... - Revista Biblica

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[42] su inexorable camino. El surgimiento y desarrollo de la vida es un breve intermedio en un<br />

planeta casi insignificante, y la especie humana, a partir de Copérnico, ya no tiene el derecho a<br />

atribuirse la importancia cósmica que pudo arrogarse en otras épocas. Más aún: a pesar de sus<br />

triunfos y conquistas, está condenada a desaparecer en un futuro incierto, por falta de agua, de<br />

aire o de calor. Bertrand Russell ha expresado esta visión pesimista con el sello inconfundible<br />

de su estilo: “El hombre es el producto de causas cuya finalidad él mismo desconoce; su<br />

origen, su crecimiento, sus esperanzas, sus miedos, sus amores y sus creencias, son el<br />

resultado de una accidental acumulación de átomos. Ningún fuego, ningún heroísmo, ninguna<br />

intensidad de sentimientos o de pensamiento pueden hacer durar la vida individual más allá de<br />

la tumba; toda la labor de las edades, toda la piedad, toda la inspiración, la brillantez de<br />

mediodía del genio humano, están destinadas a la extinción en la vasta muerte del sistema<br />

solar, y el templo entero de las realizaciones humanas debe inevitablemente ser enterrado bajo<br />

los escombros de un universo en ruinas —todas estas cosas, aunque todavía sean un tanto<br />

discutibles, es casi seguro que son ciertas y que ninguna filosofía que las rechace podría seguir<br />

existiendo. Solamente dentro de lo fatal de estas verdades, solamente sobre el firme<br />

fundamento de esta obstinada desesperanza, puede construirse con seguridad el habitáculo del<br />

alma.<br />

Declaraciones de tono nihilista se encuentran también, y con cierta insistencia, en la obra<br />

de Borges. Estas declaraciones están muchas veces en boca de sus personajes, y en tales casos<br />

es difícil discernir hasta qué punto expresan una opinión personal o son el intento de explorar<br />

con fines estéticos las posibilidades literarias de algunos temas filosóficos. Es sabido, en<br />

efecto, que resulta ingenuo atribuir al autor los rasgos con que se presenta el narrador, como<br />

si este no fuera otra cosa que la sombra del autor proyectada en el texto. Pero si el autor y el<br />

narrador son instancias distintas, nunca deja de establecerse entre ellos alguna relación, según<br />

el mismo Borges lo reconoce, por ejemplo, al hablar de Chesterton. Como católico creyente,<br />

dice Borges, Chesterton pensaba que el mero hecho de ser es tan prodigioso que ninguna<br />

pesadumbre podría hacemos renunciar a una especie de gratitud cósmica. Pero sus textos<br />

narrativos lo revelan como un auténtico monstruorum artifex y un tejedor de pesadillas, y esto<br />

autoriza a sospechar que había en él algo secreto y profundo que propendía al espanto.<br />

Esta audaz interpretación puede ser objeto de discusión y disensión. De hecho, Borges<br />

define “el mundo de Kafka” como “un

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