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Labuerda - Revista El Gurrión

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Mayo de 2010 • <strong>Labuerda</strong><br />

y la consabida alternativa de pagar<br />

una burrada en un establecimiento<br />

de turismo rural, pues continuar<br />

más adelante después de los treinta<br />

y cinco kilómetros que se habría<br />

recorrido, era algo poco deseable.<br />

EXTRAVIARSE EN UN<br />

MUNDO CIRCULAR<br />

Al alba salí de<br />

Silleda. Yo, la primera. Yo,<br />

la más lanzada. Desafiando a<br />

la oscuridad con el ojo de mi<br />

linterna frontal, con las seis de<br />

la mañana recién estrenadas…<br />

Y amaneció, como no podía<br />

ser de otro modo salvo que<br />

hubiera sobrevenido el fin del<br />

mundo. Y apagué el frontal.<br />

Y proseguí confiada por una<br />

pista que desembocaba en un<br />

pueblo, San Martiño, cuyo<br />

nombre en diminutivo resumía<br />

lo limitado de su extensión.<br />

Revisión de mis hojas<br />

con la ruta. San Martiño no<br />

figuraba en ellas. Con razón,<br />

hacía un rato que habían<br />

desaparecido de mi vista las<br />

flechas y vieiras que marcaban<br />

el camino. Pocos informantes<br />

hallé y, además, nadie fue<br />

preciso en la respuesta. A todo<br />

eso súmese la dificultad para mí de<br />

entender el idioma gallego hablado<br />

con la rapidez y naturalidad de<br />

quien lo domina desde varias<br />

generaciones atrás, posiblemente<br />

con localismos al margen de la<br />

oficialidad… Quizás aquello de San<br />

Martiño me supusiera cinco o seis<br />

kilómetros de propina a la etapa más<br />

larga de aquella peregrinación.<br />

Al día siguiente, tras una<br />

noche en la última litera disponible<br />

–me la habría reservado alguna<br />

meiga buena, apiadada por mis<br />

vicisitudes para llegar a Olveiroa-,<br />

la disyuntiva de ir directamente a<br />

Muxía ahorrando así una jornada, o<br />

llegar a Fisterra. La segunda opción<br />

era la recomendada en todos los<br />

foros previamente visitados por<br />

internet. Así, aunque la mañana<br />

anunciaba lluvia, la decisión estaba<br />

tomada: a Fisterra, a ver la puesta<br />

de sol.<br />

Victoria Trigo ante la Torre de Hércules, 18-09-09<br />

BAÑAR LA MIRADA DE<br />

OCÉANO<br />

En Corcubión la lluvia se<br />

hizo realidad. A la salida del bar<br />

donde me obsequié con un bocadillo<br />

de jamón, la grata visión del mar,<br />

que ya había sucedido un rato antes<br />

–imposible expresar la emoción de<br />

bañar la mirada en el océano, en ese<br />

momento en que al recuerdo acuden<br />

sedientas las vivencias acumuladas<br />

desde Sevilla, tierra adentro,<br />

atravesando de sur a norte las<br />

soledades extremeñas, salmantinas<br />

y zamoranas hasta llegar a Galiciaquedó<br />

obligada a refugiarse bajo<br />

la capa pluvial. Fue un chubasco<br />

intenso pero breve, casi un aplauso<br />

de bienvenida que me condujo al<br />

paseo marítimo donde pude hacer<br />

alguna foto.<br />

Ya estaba en la Costa<br />

de la Morte. Ya podía retornar a<br />

aquella experiencia de visitarla en<br />

diciembre de 2002, con el chapapote<br />

del Prestige sellando de negro<br />

las playas y las ilusiones y con<br />

aquellos voluntarios tenaces<br />

y generosos, dispuestos a<br />

resucitar aquel territorio.<br />

En Fisterra la tarde se<br />

decantó a favor del sol. Fue<br />

el mejor premio que podía<br />

encontrar para degustar el<br />

hito del kilómetro cero en<br />

las proximidades del faro.<br />

Después de recoger el diploma<br />

llamado “la finisterrana” que<br />

acreditaba mi llegada a la<br />

Costa da Morte, fui al cabo<br />

Finisterre de los primeros<br />

conocimientos memorizados<br />

de geografía y allí, en un<br />

recogimiento apenas alterado<br />

por algún click de mi cámara,<br />

recordé a mis familiares<br />

fallecidos –mi tía más<br />

inolvidable habría cumplido<br />

años en ese 16 de septiembrey<br />

también del mundo de<br />

los vivos, a mi hija –fotografié la<br />

muñequita que me regaló para que<br />

llevara colgada de la mochila-, a<br />

mis padres, a los amigos que me<br />

apoyan cuando las cosas pintan mal<br />

y con todos ellos, me zambullí en<br />

la puesta de sol. Así, escribí estos<br />

pensamientos en mi libreta: “Veo<br />

al sol extender su camino para que<br />

el día se duerma. Veo su alfombra<br />

flotar sobre el océano. Yo escribo<br />

mi nombre en ese lienzo y juego<br />

a ser inmortal. Luego, la mar se lo<br />

traga”.<br />

– 22 –

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