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Un mundo feliz

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sumamente dolorosa. Por la causa que fuera (y las murmuraciones acerca de la mezcla de<br />

alcohol en su dosis de sucedáneo de sangre probablemente eran ciertas, porque un<br />

accidente siempre es posible), el físico de Bernard apenas era un poco mejor que el del<br />

promedio de Gammas. Era ocho centímetros más bajo que el patrón Alfa, y<br />

proporcionalmente menos corpulento. El contacto con los miembros de las castas<br />

inferiores le recordaba siempre dolorosamente su insuficiencia física. Yo soy yo, y<br />

desearía no serlo. La conciencia que tenía de sí mismo era muy aguda y dolorosa. Cada<br />

vez que se descubría a sí mismo mirando horizontalmente y no de arriba abajo a la cara<br />

de un Delta, se sentía humillado. ¿Le trataría aquel ser con el respeto debido a su casta?<br />

La incógnita lo atormentaba. No sin razón. Porque los Gammas, los Deltas y los<br />

Epsilones habían sido condicionados de modo que asociaran la masa corporal con la<br />

superioridad social. De hecho, un débil prejuicio hipnopédico en favor de las personas<br />

voluminosas era universal. De ahí las risas de las mujeres a las cuales hacía<br />

proposiciones, y las bromas de sus iguales entre los hombres. Las burlas le hacían sentirse<br />

como un forastero; y, sintiéndose como un forastero, se comportaba como tal, cosa que<br />

aumentaba el desprecio y la hostilidad que suscitaban sus defectos físicos. Lo cual, a su<br />

vez, acrecentaba su sensación de soledad y extranjería. <strong>Un</strong> temor crónico a ser desairado<br />

le inducía a eludir la compañía de sus iguales, y a mostrarse excesivamente consciente de<br />

su dignidad en cuanto se refería a sus inferiores.<br />

¡Cuán amargamente envidiaba a hombres como Henry Foster y Benito Hoover!<br />

Perezosamente, o así se lo pareció a él, y a regañadientes, los mellizos sacaron su<br />

avión a la azotea.<br />

- ¡De prisa! - dijo Bernard, irritado.<br />

<strong>Un</strong>o de los dos hombres lo miró. ¿Era una especie de bestial irrisión lo que Bernard<br />

captó en aquellos ojos grises sin expresión?<br />

- ¡De prisa! - gritó más fuerte.<br />

Y en su voz sonó una desagradable ronquera.<br />

Subió al avión y, un minuto después, volaba en dirección Sur, hacia el río.<br />

Las diversas Oficinas de Propaganda y la Escuela de Ingeniería Emocional se<br />

albergaban en un mismo edificio de sesenta plantas, en Fleet Street. En los sótanos y en<br />

los pisos bajos se hallaban las prensas y las redacciones de los tres grandes diarios<br />

londinenses: El Radio Horario, el periódico de las clases altas, la Gazeta Gamma, verde<br />

pálido, y El Espejo Delta, impreso en papel caqui y exclusivamente con palabras de una<br />

sola sílaba. Después venían las Oficinas de Propaganda por Televisión, por Sensorama, y<br />

por Voz y Música Sintéticas, respectivamente: veintidós pisos de oficinas. Encima de<br />

éstos se hallaban los laboratorios de investigación y las salas almohadilladas en las cuales<br />

los Escritores de Pistas Sonoras y los Compositores Sintéticos realizaban su delicada<br />

labor. Los dieciocho pisos superiores estaban ocupados por la Escuela de Ingeniería<br />

Emocional.<br />

Bernard aterrizó en la azotea de la Casa de la Propaganda y se apeó de su aparato.<br />

- Llama a Mr. Helmholtz Watson - ordenó al portero Gamma-Más - y dile que Mr.<br />

Bernard Marx le espera en la azotea.<br />

Se sentó y encendió un cigarrillo.<br />

Helmholtz Watson estaba escribiendo cuando le llegó el mensaje.

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