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Un mundo feliz

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horrible. En aquel entonces me trastornó profundamente. Más de lo lógico, lo confieso.<br />

Porque, al fin y al cabo, aquel accidente hubiese podido ocurrirle a cualquiera; y, desde<br />

luego, el cuerpo social persiste aunque sus células cambien. - Pero aquel consuelo<br />

hipnopédico no parecía muy eficaz.<br />

Y el director se sumió en un silencio evocador.<br />

- Debió de ser un golpe terrible para usted - dijo Bernard, casi con envidia.<br />

Al oír su voz, el director se sobresaltó con una sensación de culpabilidad, y recordó<br />

dónde estaba; lanzó una mirada a Bernard, y, rehuyendo la de sus ojos, se sonrojó<br />

violentamente; volvió a mirarle con súbita desconfianza, herido en su dignidad.<br />

- No vaya a pensar - dijo - que sostuviera ninguna relación indecorosa con aquella<br />

muchacha. Nada emocional, nada excesivamente prolongado. Todo fue perfectamente<br />

sano y normal. - Tendió el permiso a Bernard -. No sé por qué le habré dado la lata con<br />

esta anécdota trivial -. Enfurecido consigo mismo por haberle revelado un secreto tan<br />

vergonzoso, descargó su furia en Bernard. Ahora la expresión de sus ojos era francamente<br />

maligna -. Deseo aprovechar esta oportunidad, Mr. Marx - prosiguió - para decirle que no<br />

estoy en absoluto satisfecho de los informes que recibo acerca de su comportamiento en<br />

las horas de asueto. Usted dirá que esto no me incumbe. Pero sí me incumbe. Debo<br />

pensar en el buen nombre de este Centro. Mis trabajadores deben hallarse por encima de<br />

toda sospecha, especialmente los de las castas altas. Los Alfas son condicionados de<br />

modo que no tengan forzosamente que ser infantiles en su comportamiento emocional.<br />

Razón de más para que realicen un esfuerzo especial para adaptarse. Su deber estriba en<br />

ser infantiles, aun en contra de sus propias inclinaciones. Por esto, Mr. Marx, debo<br />

dirigirle esta advertencia - la voz del director vibraba con una indignación que ahora era<br />

ya justiciera e impersonal, viva expresión de la desaprobación de la propia infracción de<br />

las normas del decoro infantil -, si siguen llegando quejas sobre su comportamiento,<br />

solicitaré su transferencia a algún Sub-Centro, a ser posible en Islandia. Buenos días.<br />

Y, volviéndose bruscamente en su silla, cogió la pluma y empezó a escribir.<br />

Esto le enseñará, se dijo. Pero estaba equivocado. Porque Bernard salió de su despacho<br />

cerrando de golpe la puerta tras de sí, crecido, exultante ante el pensamiento de que se<br />

hallaba solo, enzarzado en una lucha heroica contra el orden de las cosas; animado por la<br />

embriagadora conciencia de su significación e importancia individual. Ni siquiera la<br />

amenaza de un castigo le desanimaba; más bien constituía para él un estimulante. Se<br />

sentía lo bastante fuerte para resistir y soportar el castigo, lo bastante fuerte hasta para<br />

enfrentarse con Islandia. Y esta confianza era mayor cuanto que, en realidad, estaba<br />

íntimamente convencido de que no debería enfrentarse con nada de aquello. A la gente no<br />

se la traslada por cosas como aquéllas. Islandia no era más que una amenaza. <strong>Un</strong>a<br />

amenaza sumamente estimulante. Avanzando por el pasillo, Bernard no pudo contener su<br />

deseo de silbotear una canción.<br />

Por la noche, en su entrevista con Watson, su versión de la charla sostenida con el<br />

director cobró visos de heroicidad.<br />

- Después de lo cual - concluyó -, me limité a decirle que podía irse al Pasado sin Fin,<br />

y salí del despacho. Y esto fue todo.<br />

Miró a Helmholtz Watson con expectación, esperando su simpatía, su admiración.<br />

Pero Helmholtz no dijo palabra, y permaneció sentado, con los ojos fijos en el suelo.

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