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12(1932) - OdeMIH

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Le ¡Dios juzgará a los Jueces!<br />

ge ee<br />

Con el rostro lívido, la mirada vaga,<br />

contraídos los labios por una sonrisa<br />

estúpida y cínica, Emilio Gaudot está<br />

sentado en el banquillo de los acusados<br />

ante el Tribunal de una capital de departamento,<br />

no lejos de París.<br />

Encima de los jueces, dominando la<br />

sala, extiende sus brazos la imagen de<br />

Cristo crucificado, visión apacible en<br />

aquel pretorio, cuya atmósfera infestan<br />

los miasmas del vicio y del crimen.<br />

Los jueces ocupan sus sitiales; los<br />

jurados están en su puesto. Después de<br />

las diligencias de costumbre, el presidente,<br />

dirigiéndose al procesado, le<br />

dice:<br />

—Gaudot, habéis asesinado a Rosina<br />

Minié, para robarle dos francos; creíais,<br />

sin duda, encontrar en su casa mayor<br />

suma de dinero: de lo contrario, no hubiéseis<br />

cometido vuestro crimen...<br />

—...¡Qué sé yo!<br />

El presidente.—iCórno! ¿No lo sabéis?<br />

Gaudot. —No... Una vieja más o menos,<br />

¿qué importa? Yo trabajo a cualquier<br />

precio.<br />

El presidente.—Vuestro cinismo indignaría<br />

a los mismos cafres. Cuando<br />

se piensa que sólo tenéis diecisiete<br />

arios y que lleváis ya sobre la conciencia<br />

el peso de tan enormes delitos, se<br />

pregunta uno en qué escuela de infamia<br />

habéis aprendido todos los secretos del<br />

mal.<br />

Ga udol —Señor presidente, eso se<br />

aprende por sí solo.<br />

El presidente.— Confesáis, pues, que<br />

son exactas todas las circunstancias<br />

enumeradas en el acta de acusación?<br />

Gaudot.—Estoy dispuesto a confesar<br />

todo lo que queráis. Me tienen sin cuidado<br />

y encuentro altamente ridículas<br />

esas fórmulas curialescas.<br />

El presidente.—Los señores jurados<br />

apreciarán vuestra actitud. El abogado<br />

defensor tiene la palabra.<br />

Saint Apper (defensor de Gau<br />

-dot).<br />

—Señores, mi tarea es muy sencilla,<br />

porque el acusado lo ha confesado<br />

todo. Es inútil, pues, defenderle; no<br />

veo para él ninguna esperanza de misericordia.<br />

Por consiguiente, seré breve.<br />

Pero si la justicia le pide cuenta de<br />

su crimen, permitichne que a mi vez<br />

pida yo cuenta a la justicia de su fallo.<br />

¿Cuál será? Lo ignoro. Mas, sea el que<br />

fuere, sépase que hay aquí alguien más<br />

culpable que el reo. Yo os denuncio a<br />

ese culpable, o mejor dicho, yo os acuso<br />

a esos culpables: sois vosotros, serio<br />

res que me escucháis; vosotros, que representáis<br />

a la sociedad, a esa sociedad<br />

obligada a castigar las faltas que su<br />

incuria y corrupción no han sabido prevenir.<br />

(Movimiento de asombro en el<br />

auditorio). Delante de mí veo y saludo<br />

a Cristo crucificado. Aquí está, en<br />

nuestro pretorio; aquí, donde citáis a la<br />

barra al criminal. ¿Por qué no está<br />

también en la escuela, allí donde llamáis<br />

al niño para instruirle? ¿Por qué<br />

castigar bajo la mirada de Dios, cuando<br />

no lo necesitáis para formar las almas?<br />

¿Por qué ha tenido Gaudot que<br />

venir a este sitio para contemplar por<br />

primera vez la imagen del Mártir del<br />

Gólgota ? ¿Por qué no ha podido verla<br />

en frente de los bancos de la escuela?<br />

Con seguridad que hubiera evitado el<br />

banco de infamia en que hoy se sienta.<br />

¿Quién le ha dicho jamás que hay un<br />

Dios, una justicia futura? ¿Quién le ha<br />

hablado de su alma, del respeto a su<br />

prójimo, del amor a sus hermanos?<br />

¿Cuándo se le ha enseriado el precepto<br />

de la ley de Dios que dice: «No matarás?»<br />

Esa alma ha sido abandonada a<br />

sus malos instintos; ese joven ha vivido<br />

como una fiera en el desierto; solo, en<br />

medio de esta sociedad que va a herir<br />

al tigre, cuando lo que debió haber hecho<br />

en tiempo oportuno era cortarle las<br />

garras y calmar su fiereza.<br />

Gaudot escucha con estupor, con una<br />

especie de triunfo a ese defensor que<br />

dice cosas tan nuevas para él, y un<br />

rayo de satisfacción brilla en sus ojos<br />

cuando Mr. Saint Apper, concluye diciendo:<br />

—Sí; yo os acuso a vosotros, señores;<br />

a vosotros, hombres civilizados, que no<br />

sois más que bárbaros; moralistas que<br />

propagáis el ateísmo y la pornografía a<br />

Conocido es, y muy estimado en los<br />

medios culturales de Chile, el Reverendo<br />

P. Fr. Miguel L. Ríos, Mercedario,<br />

Profesor y Ministro durante muchos<br />

arios del «Colegio San Pedro<br />

Nolasco», de Santiago; su competencia<br />

en asuntos pedagógicos, es unánimemente<br />

reconocida.<br />

El ario 1929 formó parte de la Comisión<br />

de Directores de Colegios particulares<br />

que formuló el proyecto del Reglamento<br />

de la enseñanza particular<br />

secundaria, articulándola en armonía<br />

con la enseñanza oficial. Y en el mismo<br />

ario asistió como representante de<br />

los Colegios Mercedarios la magna<br />

Asamblea Pedagógica, que en la últi..<br />

ma quincena de agosto y primera de<br />

— 453 —<br />

toda orquesta. ¡Y luego os asombráis<br />

de que os conteste con el crimen y la<br />

degradación más horribles!... Condenad<br />

a mi cliente; estáis en vuestro derecho;<br />

pero yo... yo os acuso a vosotros y<br />

cumplo con mi deber.<br />

Mr. Saint Apper se sienta; la sala no<br />

puede ocultar la emoción que la domina,<br />

y prorrumpe en aplausos que el<br />

presidente se apresura a reprimir.<br />

Los jurados se retiran a deliberar, y<br />

contestan afirmativamente a todas las<br />

preguntas.<br />

En consecuencia, Gaudot, a pesar de<br />

sus pocos arios, es condenado a la pena<br />

de muerte.<br />

—¡Dios juzgará a los jueces! -exclamó<br />

el abogado, puesto en pie y<br />

con el brazo extendido hacia el Cristo.<br />

(«La Croix du Midi ).<br />

Necesidad de la psicología del niño en<br />

Pedagogía<br />

septiembre tuvo lugar en Santiago con<br />

el fin de unificar e intensificar la enseñanza<br />

oficial secundaria.<br />

En 1930 hizo un viaje a la Argentina,<br />

comisionado por el Gobierno chileno,<br />

para visitar los Institutos y enterarse<br />

de sus instalaciones, etc., y comisionado,<br />

asimismo, por el Arzobispo de San<br />

tiago para que estudiase «las vinculaciones<br />

que tiene la enseñanza secundaria<br />

particular con la oficial» en la República<br />

del Plata.<br />

Finalmente, en la Semana Educacional<br />

de enseñanza secundaria particular,<br />

celebrada en Santiago de Chile<br />

en septiembre del pasado ario, desempeñó<br />

un brillante papel como ponente<br />

de diversos temas tratados en

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