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Le ¡Dios juzgará a los Jueces!<br />
ge ee<br />
Con el rostro lívido, la mirada vaga,<br />
contraídos los labios por una sonrisa<br />
estúpida y cínica, Emilio Gaudot está<br />
sentado en el banquillo de los acusados<br />
ante el Tribunal de una capital de departamento,<br />
no lejos de París.<br />
Encima de los jueces, dominando la<br />
sala, extiende sus brazos la imagen de<br />
Cristo crucificado, visión apacible en<br />
aquel pretorio, cuya atmósfera infestan<br />
los miasmas del vicio y del crimen.<br />
Los jueces ocupan sus sitiales; los<br />
jurados están en su puesto. Después de<br />
las diligencias de costumbre, el presidente,<br />
dirigiéndose al procesado, le<br />
dice:<br />
—Gaudot, habéis asesinado a Rosina<br />
Minié, para robarle dos francos; creíais,<br />
sin duda, encontrar en su casa mayor<br />
suma de dinero: de lo contrario, no hubiéseis<br />
cometido vuestro crimen...<br />
—...¡Qué sé yo!<br />
El presidente.—iCórno! ¿No lo sabéis?<br />
Gaudot. —No... Una vieja más o menos,<br />
¿qué importa? Yo trabajo a cualquier<br />
precio.<br />
El presidente.—Vuestro cinismo indignaría<br />
a los mismos cafres. Cuando<br />
se piensa que sólo tenéis diecisiete<br />
arios y que lleváis ya sobre la conciencia<br />
el peso de tan enormes delitos, se<br />
pregunta uno en qué escuela de infamia<br />
habéis aprendido todos los secretos del<br />
mal.<br />
Ga udol —Señor presidente, eso se<br />
aprende por sí solo.<br />
El presidente.— Confesáis, pues, que<br />
son exactas todas las circunstancias<br />
enumeradas en el acta de acusación?<br />
Gaudot.—Estoy dispuesto a confesar<br />
todo lo que queráis. Me tienen sin cuidado<br />
y encuentro altamente ridículas<br />
esas fórmulas curialescas.<br />
El presidente.—Los señores jurados<br />
apreciarán vuestra actitud. El abogado<br />
defensor tiene la palabra.<br />
Saint Apper (defensor de Gau<br />
-dot).<br />
—Señores, mi tarea es muy sencilla,<br />
porque el acusado lo ha confesado<br />
todo. Es inútil, pues, defenderle; no<br />
veo para él ninguna esperanza de misericordia.<br />
Por consiguiente, seré breve.<br />
Pero si la justicia le pide cuenta de<br />
su crimen, permitichne que a mi vez<br />
pida yo cuenta a la justicia de su fallo.<br />
¿Cuál será? Lo ignoro. Mas, sea el que<br />
fuere, sépase que hay aquí alguien más<br />
culpable que el reo. Yo os denuncio a<br />
ese culpable, o mejor dicho, yo os acuso<br />
a esos culpables: sois vosotros, serio<br />
res que me escucháis; vosotros, que representáis<br />
a la sociedad, a esa sociedad<br />
obligada a castigar las faltas que su<br />
incuria y corrupción no han sabido prevenir.<br />
(Movimiento de asombro en el<br />
auditorio). Delante de mí veo y saludo<br />
a Cristo crucificado. Aquí está, en<br />
nuestro pretorio; aquí, donde citáis a la<br />
barra al criminal. ¿Por qué no está<br />
también en la escuela, allí donde llamáis<br />
al niño para instruirle? ¿Por qué<br />
castigar bajo la mirada de Dios, cuando<br />
no lo necesitáis para formar las almas?<br />
¿Por qué ha tenido Gaudot que<br />
venir a este sitio para contemplar por<br />
primera vez la imagen del Mártir del<br />
Gólgota ? ¿Por qué no ha podido verla<br />
en frente de los bancos de la escuela?<br />
Con seguridad que hubiera evitado el<br />
banco de infamia en que hoy se sienta.<br />
¿Quién le ha dicho jamás que hay un<br />
Dios, una justicia futura? ¿Quién le ha<br />
hablado de su alma, del respeto a su<br />
prójimo, del amor a sus hermanos?<br />
¿Cuándo se le ha enseriado el precepto<br />
de la ley de Dios que dice: «No matarás?»<br />
Esa alma ha sido abandonada a<br />
sus malos instintos; ese joven ha vivido<br />
como una fiera en el desierto; solo, en<br />
medio de esta sociedad que va a herir<br />
al tigre, cuando lo que debió haber hecho<br />
en tiempo oportuno era cortarle las<br />
garras y calmar su fiereza.<br />
Gaudot escucha con estupor, con una<br />
especie de triunfo a ese defensor que<br />
dice cosas tan nuevas para él, y un<br />
rayo de satisfacción brilla en sus ojos<br />
cuando Mr. Saint Apper, concluye diciendo:<br />
—Sí; yo os acuso a vosotros, señores;<br />
a vosotros, hombres civilizados, que no<br />
sois más que bárbaros; moralistas que<br />
propagáis el ateísmo y la pornografía a<br />
Conocido es, y muy estimado en los<br />
medios culturales de Chile, el Reverendo<br />
P. Fr. Miguel L. Ríos, Mercedario,<br />
Profesor y Ministro durante muchos<br />
arios del «Colegio San Pedro<br />
Nolasco», de Santiago; su competencia<br />
en asuntos pedagógicos, es unánimemente<br />
reconocida.<br />
El ario 1929 formó parte de la Comisión<br />
de Directores de Colegios particulares<br />
que formuló el proyecto del Reglamento<br />
de la enseñanza particular<br />
secundaria, articulándola en armonía<br />
con la enseñanza oficial. Y en el mismo<br />
ario asistió como representante de<br />
los Colegios Mercedarios la magna<br />
Asamblea Pedagógica, que en la últi..<br />
ma quincena de agosto y primera de<br />
— 453 —<br />
toda orquesta. ¡Y luego os asombráis<br />
de que os conteste con el crimen y la<br />
degradación más horribles!... Condenad<br />
a mi cliente; estáis en vuestro derecho;<br />
pero yo... yo os acuso a vosotros y<br />
cumplo con mi deber.<br />
Mr. Saint Apper se sienta; la sala no<br />
puede ocultar la emoción que la domina,<br />
y prorrumpe en aplausos que el<br />
presidente se apresura a reprimir.<br />
Los jurados se retiran a deliberar, y<br />
contestan afirmativamente a todas las<br />
preguntas.<br />
En consecuencia, Gaudot, a pesar de<br />
sus pocos arios, es condenado a la pena<br />
de muerte.<br />
—¡Dios juzgará a los jueces! -exclamó<br />
el abogado, puesto en pie y<br />
con el brazo extendido hacia el Cristo.<br />
(«La Croix du Midi ).<br />
Necesidad de la psicología del niño en<br />
Pedagogía<br />
septiembre tuvo lugar en Santiago con<br />
el fin de unificar e intensificar la enseñanza<br />
oficial secundaria.<br />
En 1930 hizo un viaje a la Argentina,<br />
comisionado por el Gobierno chileno,<br />
para visitar los Institutos y enterarse<br />
de sus instalaciones, etc., y comisionado,<br />
asimismo, por el Arzobispo de San<br />
tiago para que estudiase «las vinculaciones<br />
que tiene la enseñanza secundaria<br />
particular con la oficial» en la República<br />
del Plata.<br />
Finalmente, en la Semana Educacional<br />
de enseñanza secundaria particular,<br />
celebrada en Santiago de Chile<br />
en septiembre del pasado ario, desempeñó<br />
un brillante papel como ponente<br />
de diversos temas tratados en