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penetra entonces por la cerradura, yo<br />
no sé si por ceremonia, pues con un<br />
ligero empujón no quedara de la puerta<br />
más que unas cuantas astillas por<br />
el suelo; y aparecieron los claustros<br />
bañados de luz, como una dulce sonrisa<br />
en labios de un moribundo. La<br />
banda de música resonó entonces en<br />
las bóvedas como la trompeta del juicio<br />
final que viniera a despertar a los<br />
benditos cuerpos de aquellos hospitalarios<br />
agustinos que allí en paz descansan.<br />
Mil y mil clases de pájaros en<br />
desordenada bandada se dieron a escapar.<br />
Uno de los sacerdotes más valientes<br />
y esforzados, llamado Fray Modesto,<br />
fué el primero en subir al<br />
claustro alto y tras él toda la comitiva<br />
que no era pequeña; el piso estaba todo<br />
desencuadernado, hundido la mayor<br />
parte e intransitable todo él; allá, al<br />
final del ala de enfrente, apareció el<br />
vano de una puerta que por su negrura<br />
parecía ser la de un calabozo; nuestro<br />
fraile, con no pequeña habilidad,<br />
logró llegar al fin del ala que conduce<br />
por la parte del patio, a lo que hoy es<br />
noviciado, y penetrando por la puerta<br />
se encontró en un pasillo derrumbado<br />
en los dos extremos y algún<br />
tanto conservado en el centro; era<br />
largo y bastante ancho, lleno de tejas<br />
rotas y tablas podridas. Se asomó a<br />
una de sus ventanas y a su vista se<br />
ofreció uno de los más hermosos valles<br />
de que Galicia se jacta, lleno de<br />
vida y frondosidad; dos ríos que allá<br />
bajo se juntan en uno, le riegan por<br />
sus dos extremos laterales y se extienden<br />
al centro por medio de acequias;<br />
unas montañas altas y pobla<br />
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das le circuyen por sus tres partes,<br />
formando las paredes gigantescas de<br />
aquel inmenso coliseo, no sembrado<br />
de arena como lo estuviera un romano,<br />
sino exuberante de vegetación.<br />
Nuestro héroe se retiró emocionada<br />
de la ventana, alabando a Dios que<br />
tales cosas se dignó crear para recreo<br />
del hombre. Se dirigió luego al lugar<br />
de su partida; allí, subiendo unos carcomidos<br />
peldaños se internó en otro<br />
pasillo mucho más sombrío que el<br />
anterior y más peligroso; era el que<br />
hoy llaman de «Los padres», donde<br />
por mucho tiempo habían de comer<br />
sus ligeras refecciones sentados en el<br />
suelo.<br />
Tal era el estado en que se hallaba<br />
el antiguo monasterio agustino de la<br />
villa de Sarria, benévolamente cedido<br />
a los mercedarios por el ilustrísimo<br />
señor Murua. Su restauración, tal<br />
como hoy se halla y que puede admirar<br />
el visitante, se debió a la abnegación<br />
de los religiosos y a la generosidad<br />
y caridad cristianas de aquellos<br />
buenos sarrianos; todos ofrecían algo<br />
de sus haberes, unos víveres, otros<br />
tabla, quiénes ropas, quiénes tejas, etcétera,<br />
etc.<br />
Pero volvamos a nuestra historia.<br />
Eran las siete de la tarde Una tranquilidad<br />
absoluta reinaba ya en el<br />
convento. La noche se aproximaba a<br />
grandes pasos. Fray Modesto, rendido<br />
ya por el cansancio, se retiraba a<br />
descansar un momento a uno de aquellos<br />
salones, que hoy es librería,<br />
cuando por la escalera principal oyó<br />
unos pasos indecisos, acompañados<br />
del caer pausado de un bastón; se<br />
asomó a la baranda de piedra del pasilfo<br />
por ver lo que pasaba, y observó<br />
que un anciano subía perezosamente<br />
sus peldaños; era el buen viejo que ya<br />
vimos en la estación y luego en el camino,<br />
tan preocupado.<br />
La primera idea que cruzó por la<br />
mente del fraile, fué la de ver ante sí<br />
a un señor de aquellos de la Edad<br />
Media que regresara a su casa después<br />
de una excursión guerrera. Se<br />
apresuró a bajar en su ayuda, y saludándolo<br />
cortésmente, le ofreció su<br />
brazo y le condujo con la atención<br />
más cariñosa a donde él antes se<br />
dirigía; con unas tablas carcomidas<br />
de aquellas que en tanta abundancia<br />
había por todas partes, hizo una<br />
especie de asiento en el balcón de<br />
piedra que da al camino, y le rogó se<br />
sentase, lo cual hizo el viejo sin tardanza.<br />
El sol, próximo a ocultarse, bañó<br />
de claridad aquellos dos rostros tan<br />
distintos y tan iguales; el uno, cercano<br />
a extinguirse; el otro, gozando<br />
de la plenitud de la vida; tan noble el<br />
uno, tan amante y bondadoso el otro.<br />
Hubo un momento de silencio en el<br />
que los dos se miraron, mirada que<br />
en el fraile significaba la ansiedad de<br />
conocer al que tenía ante sí; y en el<br />
viejo la del que pide perdón por alguna<br />
osadía. Por fin el fraile rompió<br />
aquel premioso silencio preguntándole:<br />
—¿Habitaba usted acaso este lugar<br />
desierto?<br />
—No, dijo el viejo; yo vine aquí<br />
sólo por saber el destino del convento;<br />
siempre me preocupó, y hoy, viéndoles<br />
entrar a ustedes, presumí que<br />
sería para habitarlo, y entré por Saber<br />
si era cierto mi presentimiento.<br />
—Cierto es, contestó el fraile. Los<br />
Mercedarios, a instancias del señor<br />
Obispo de Lugo y del Ayuntamiento<br />
sarriano, venimos a reedificarlo.<br />
No prosiguió el buen fraile su relación,<br />
pues viendo que su interlocutor<br />
no entendía eso de Mercedarios, con<br />
la viveza que le era característica,<br />
desabrochóse la dulleta y le mostró<br />
aquel hábito blanco como el armiño,<br />
por si así los conocía. Dos lágrimas<br />
rodaron entonces por las mejillas<br />
pálidas del viejo; su cara se animó<br />
extrañamente y sus ojos brillaron<br />
heridos por un rayo del sol muriente.<br />
El fraile le miraba medio enternecido,<br />
medio asustado; después de una pequeña<br />
pausa empezó el viejo esta<br />
relación entrecortada, que yo transcribo<br />
fielmente según la oí, de labios<br />
del mismo fraile:<br />
— Hace ya setenta años... era yo<br />
chiquillo de diez todavía y servía<br />
de monaguillo en esta iglesia a los<br />
Agustinos... Desde entonces un presentimiento,<br />
o mejor un fantasma,<br />
serio, tranquilo, monacal, bañado de<br />
luz y blancura.., se posesionó de mi<br />
ensoñadora mente, asegurándome<br />
que él y los suyos serian quienes yo<br />
vería ocupar el Monasterio y ganar<br />
para Cristo con su vida ejemplar a<br />
muchas ovejas descarriadas de la<br />
casa de Israel... Y continuö con los<br />
ojos arrasados en lágrimas y levantados<br />
al cielo: y ahora, señor, he<br />
aquí que mis ojos han visto a tus<br />
siervos. Y, cual otro Simeón, acabó:<br />
Muera tu siervo en paz.<br />
FR, CÁNDIDO GONZÁLEZ<br />
Monasterio de Poyo, XI-<strong>1932</strong>.