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12(1932) - OdeMIH

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penetra entonces por la cerradura, yo<br />

no sé si por ceremonia, pues con un<br />

ligero empujón no quedara de la puerta<br />

más que unas cuantas astillas por<br />

el suelo; y aparecieron los claustros<br />

bañados de luz, como una dulce sonrisa<br />

en labios de un moribundo. La<br />

banda de música resonó entonces en<br />

las bóvedas como la trompeta del juicio<br />

final que viniera a despertar a los<br />

benditos cuerpos de aquellos hospitalarios<br />

agustinos que allí en paz descansan.<br />

Mil y mil clases de pájaros en<br />

desordenada bandada se dieron a escapar.<br />

Uno de los sacerdotes más valientes<br />

y esforzados, llamado Fray Modesto,<br />

fué el primero en subir al<br />

claustro alto y tras él toda la comitiva<br />

que no era pequeña; el piso estaba todo<br />

desencuadernado, hundido la mayor<br />

parte e intransitable todo él; allá, al<br />

final del ala de enfrente, apareció el<br />

vano de una puerta que por su negrura<br />

parecía ser la de un calabozo; nuestro<br />

fraile, con no pequeña habilidad,<br />

logró llegar al fin del ala que conduce<br />

por la parte del patio, a lo que hoy es<br />

noviciado, y penetrando por la puerta<br />

se encontró en un pasillo derrumbado<br />

en los dos extremos y algún<br />

tanto conservado en el centro; era<br />

largo y bastante ancho, lleno de tejas<br />

rotas y tablas podridas. Se asomó a<br />

una de sus ventanas y a su vista se<br />

ofreció uno de los más hermosos valles<br />

de que Galicia se jacta, lleno de<br />

vida y frondosidad; dos ríos que allá<br />

bajo se juntan en uno, le riegan por<br />

sus dos extremos laterales y se extienden<br />

al centro por medio de acequias;<br />

unas montañas altas y pobla<br />

— 468 —<br />

- 469 —<br />

das le circuyen por sus tres partes,<br />

formando las paredes gigantescas de<br />

aquel inmenso coliseo, no sembrado<br />

de arena como lo estuviera un romano,<br />

sino exuberante de vegetación.<br />

Nuestro héroe se retiró emocionada<br />

de la ventana, alabando a Dios que<br />

tales cosas se dignó crear para recreo<br />

del hombre. Se dirigió luego al lugar<br />

de su partida; allí, subiendo unos carcomidos<br />

peldaños se internó en otro<br />

pasillo mucho más sombrío que el<br />

anterior y más peligroso; era el que<br />

hoy llaman de «Los padres», donde<br />

por mucho tiempo habían de comer<br />

sus ligeras refecciones sentados en el<br />

suelo.<br />

Tal era el estado en que se hallaba<br />

el antiguo monasterio agustino de la<br />

villa de Sarria, benévolamente cedido<br />

a los mercedarios por el ilustrísimo<br />

señor Murua. Su restauración, tal<br />

como hoy se halla y que puede admirar<br />

el visitante, se debió a la abnegación<br />

de los religiosos y a la generosidad<br />

y caridad cristianas de aquellos<br />

buenos sarrianos; todos ofrecían algo<br />

de sus haberes, unos víveres, otros<br />

tabla, quiénes ropas, quiénes tejas, etcétera,<br />

etc.<br />

Pero volvamos a nuestra historia.<br />

Eran las siete de la tarde Una tranquilidad<br />

absoluta reinaba ya en el<br />

convento. La noche se aproximaba a<br />

grandes pasos. Fray Modesto, rendido<br />

ya por el cansancio, se retiraba a<br />

descansar un momento a uno de aquellos<br />

salones, que hoy es librería,<br />

cuando por la escalera principal oyó<br />

unos pasos indecisos, acompañados<br />

del caer pausado de un bastón; se<br />

asomó a la baranda de piedra del pasilfo<br />

por ver lo que pasaba, y observó<br />

que un anciano subía perezosamente<br />

sus peldaños; era el buen viejo que ya<br />

vimos en la estación y luego en el camino,<br />

tan preocupado.<br />

La primera idea que cruzó por la<br />

mente del fraile, fué la de ver ante sí<br />

a un señor de aquellos de la Edad<br />

Media que regresara a su casa después<br />

de una excursión guerrera. Se<br />

apresuró a bajar en su ayuda, y saludándolo<br />

cortésmente, le ofreció su<br />

brazo y le condujo con la atención<br />

más cariñosa a donde él antes se<br />

dirigía; con unas tablas carcomidas<br />

de aquellas que en tanta abundancia<br />

había por todas partes, hizo una<br />

especie de asiento en el balcón de<br />

piedra que da al camino, y le rogó se<br />

sentase, lo cual hizo el viejo sin tardanza.<br />

El sol, próximo a ocultarse, bañó<br />

de claridad aquellos dos rostros tan<br />

distintos y tan iguales; el uno, cercano<br />

a extinguirse; el otro, gozando<br />

de la plenitud de la vida; tan noble el<br />

uno, tan amante y bondadoso el otro.<br />

Hubo un momento de silencio en el<br />

que los dos se miraron, mirada que<br />

en el fraile significaba la ansiedad de<br />

conocer al que tenía ante sí; y en el<br />

viejo la del que pide perdón por alguna<br />

osadía. Por fin el fraile rompió<br />

aquel premioso silencio preguntándole:<br />

—¿Habitaba usted acaso este lugar<br />

desierto?<br />

—No, dijo el viejo; yo vine aquí<br />

sólo por saber el destino del convento;<br />

siempre me preocupó, y hoy, viéndoles<br />

entrar a ustedes, presumí que<br />

sería para habitarlo, y entré por Saber<br />

si era cierto mi presentimiento.<br />

—Cierto es, contestó el fraile. Los<br />

Mercedarios, a instancias del señor<br />

Obispo de Lugo y del Ayuntamiento<br />

sarriano, venimos a reedificarlo.<br />

No prosiguió el buen fraile su relación,<br />

pues viendo que su interlocutor<br />

no entendía eso de Mercedarios, con<br />

la viveza que le era característica,<br />

desabrochóse la dulleta y le mostró<br />

aquel hábito blanco como el armiño,<br />

por si así los conocía. Dos lágrimas<br />

rodaron entonces por las mejillas<br />

pálidas del viejo; su cara se animó<br />

extrañamente y sus ojos brillaron<br />

heridos por un rayo del sol muriente.<br />

El fraile le miraba medio enternecido,<br />

medio asustado; después de una pequeña<br />

pausa empezó el viejo esta<br />

relación entrecortada, que yo transcribo<br />

fielmente según la oí, de labios<br />

del mismo fraile:<br />

— Hace ya setenta años... era yo<br />

chiquillo de diez todavía y servía<br />

de monaguillo en esta iglesia a los<br />

Agustinos... Desde entonces un presentimiento,<br />

o mejor un fantasma,<br />

serio, tranquilo, monacal, bañado de<br />

luz y blancura.., se posesionó de mi<br />

ensoñadora mente, asegurándome<br />

que él y los suyos serian quienes yo<br />

vería ocupar el Monasterio y ganar<br />

para Cristo con su vida ejemplar a<br />

muchas ovejas descarriadas de la<br />

casa de Israel... Y continuö con los<br />

ojos arrasados en lágrimas y levantados<br />

al cielo: y ahora, señor, he<br />

aquí que mis ojos han visto a tus<br />

siervos. Y, cual otro Simeón, acabó:<br />

Muera tu siervo en paz.<br />

FR, CÁNDIDO GONZÁLEZ<br />

Monasterio de Poyo, XI-<strong>1932</strong>.

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