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12(1932) - OdeMIH

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(4,1 ;-4<br />

Las miradas de Jesús<br />

-4 r<br />

Y dirigiendo una mirada a los<br />

que estaban sentados alrededor<br />

de él, dijo: «Ved aquí a mi Madre<br />

y a mis hermanos.»<br />

(S. Marc. Cap. III, vers. 34.)<br />

Aquella noche, María no sabía cómo<br />

zafarse del compromiso de asistir con<br />

su madre y hermanas a aquella gran<br />

«Fiesta de Caridad» que daba su vecina<br />

la baronesa de L... En vano su<br />

madre la pintaba con ponderativa palabra<br />

las bellezas del jardín donde<br />

debía verificarse la verbena, los nombres<br />

conocidísimos de las que debían<br />

asistir, los preciosos trajes que había<br />

podido admirar (en secreto), gracias<br />

a la amabilidad de la modista.., y el<br />

gran aliciente de que muchos puestos<br />

estarían servidos por celebridades del<br />

arte...; las había encantadoras, y ahí<br />

podrían verlas de cerca, hablarlas y<br />

hasta copiar algunas de sus toilettes,<br />

que eran estupendas.<br />

A María le repugnaba todo aquello;<br />

precisamente había oído a un célebre<br />

misionero tronar contra estas fiestas<br />

farisáicas, pero desobedecer a su madre<br />

la dolía mucho...<br />

Esta la había preparado un traje<br />

que, según ella, debía llamar la atención,<br />

y dada la delicada belleza de<br />

María, sería tal vez una de las más<br />

bonitas en la fiesta; tal vez esto daría<br />

ocasión para que se declarara aquel<br />

diplomático, algo mala cabeza, jugador<br />

empedernido, pero buen mozo y<br />

rico, que andaba tras ella.<br />

A María le desagradaba la fiesta, el<br />

traje, el diplomático, y pensaba con<br />

espanto en la triste suerte de la mujer<br />

que se viera unida a aquel brillante<br />

vicioso, cuyos escándalos eran la<br />

crónica diaria de los salones.<br />

Terminaba la comida. María, silenciosa,<br />

no se atrevía a levantar la vista<br />

del plato, veía las manecillas de su<br />

lindo reloj de pulsera avanzar con una<br />

rapidez aterradora. ¿Cómo negarse<br />

rotundamente a vestirse para la fiesta?<br />

Ya lo había intentado y la cólera<br />

de su madre la había intimidado.<br />

El criado recogía las migas del<br />

mantel con un corvo cepillo de plata,<br />

cuando otro criado entró con un sobre<br />

cerrado colocado en repujada bandejita<br />

que presentó a María; ésta lo tomó<br />

con secreta esperanza al reconocer la<br />

letra.<br />

—Es de Maria Ventura—dijo elevando<br />

sus azules pupilas hasta su madre,<br />

que respondió desabridamente:<br />

—¡Qué embajada enviará esa santurrona!<br />

Como si no se diera cuenta del<br />

tono poco benévolo de la señora, María<br />

leyó a media voz:<br />

«Maria muy querida: Mañana tempranito<br />

iremos a buscarte en el auto<br />

para ir a nuestro Sagrario. Espero<br />

que obtendrás de tu madre el permiso<br />

deseado, pues va a ser una excursión<br />

muy hermosa y que dará mucha gloria<br />

a Dios.<br />

Hasta mañana. Te abraza cariñosemente,<br />

María Ventura.<br />

P. D.—Estate dispuesta a las seis,<br />

pues ya sabes que el viaje es larguito.»<br />

Los grandes ojos de María se fijaron<br />

interrogativos en su madre que<br />

replicó ásperamente.<br />

—Contesta que es imposible, que<br />

se pasen sin tí, que estás comprometida<br />

para la fiesta de la baronesa.<br />

— ¡Oh, mamá! - replicó con dulce<br />

firmeza la joven —. No han esperado<br />

contestación; y, además, yo por ir a<br />

una fiesta, no falto a mi Sagrario. Tú<br />

misma me acabas de decir que si<br />

tuviera una razón fundada para no<br />

asistir a esa fiesta, me dejarías en<br />

casa... Ahora ya hay un motivo y un<br />

motivo poderoso; permíteme, pues,<br />

que me quede en casa.<br />

1.<br />

La madre de María comprendió que<br />

era inútil discutir; si se empeñaba en<br />

llevar a la joven a la fiesta, terminaría<br />

por llorar y se pondría impresentable,<br />

así es que se levantó violentamente y<br />

dando un empujón a la silla que rodó<br />

hasta el trinchero, dijo encolerizada:<br />

—Haz lo que quieras! Pero bien<br />

podían todos esos frailes y curas enseñarte<br />

a ser más obediente con tu<br />

madre.<br />

María no replicó; respiró como si le<br />

quitaran un gran peso de encima y<br />

subió corriendo a su habitación.<br />

A las seis en punto del día siguiente<br />

y al oir el toque de la bocina del auto,<br />

bajaba María con su librito de devociones<br />

en la mano, cruzándose con su<br />

madre y hermanas que volvían de la<br />

«Fiesta Benéfica», pálidas, ojerosas,<br />

desteñido el carmín de sus labios, en<br />

fin, en un estado deplorable.<br />

Al ver a María que fresca y lozana<br />

¡Hijito de mi alma:<br />

Anoche un sueño terrible<br />

me hizo asistir al horrible<br />

martirio de tu agonía!<br />

Y aunque parezca locura<br />

decir que lo haya mayor,<br />

de otro rnäs grande o peor<br />

sufrí la horrenda tortura.<br />

¡Tremendas cosas soñé"!<br />

Soñé que el hijo querido<br />

diónie sin pena al olvido<br />

y apostató de su fe.<br />

Y presa de horrible espanto<br />

te vi desertar, hijito,<br />

de ese colegio bendito<br />

donde se aprende a ser santo.<br />

Como arista al desierto<br />

los huracanes lanzaron,<br />

tus crímenes te arrojaron<br />

a un mar sin cielo y sin puerto.<br />

-- 471 —<br />

como una rosa se disponía a salir, su<br />

hermana corrió a ella:<br />

—No sabes - dijo confidencialmente<br />

a su oído y con aire de triunfo—, el diplomático<br />

se me ha declarado..., dice<br />

que como nos parecemos tanto, nos<br />

confunde a veces...; pero que yo soy<br />

mucho más a propósito para brillar en<br />

los salones.., que tú eres un poco<br />

«Obscura».<br />

María sonrió, besó a su hermana y<br />

corrió al auto cuya bocina sonaba<br />

repetidamente; y mientras su madre y<br />

hermanas se metían rendidas en el<br />

lecho, ella dejaba volar su espíritu<br />

hasta aquel Sagrario, en cuya busca<br />

iba, y en sus oídos parecían resonar<br />

estas palabras del Santo Evangelio:<br />

«Porque cualquiera que hiciere la<br />

voluntad de Dios, ese es mi hermano y<br />

mi hermana y mi madre.»<br />

UNA CARTA<br />

J. G. a HERREROS<br />

T. M.<br />

En el mundo donde habitan<br />

los que de Dios renegaron,<br />

los que al abismo rodaron,<br />

los que en el fango dormitan...<br />

Y allí te vi yo caer<br />

y allí te vi pronunciar<br />

palabras de lupanar.<br />

blasfemias de Lucifer...<br />

¡Cinismo de alma precíta,<br />

ruines bajezas villanas<br />

que mancillaron las canas<br />

de tu infeliz viejecita!<br />

Y loca, al verte manchado,<br />

bajé a buscarte al abismo,<br />

al fangal, al antro mismo<br />

donde se encueva el pecado.<br />

Sin Dios, sin madre y sin fe<br />

¡qué solo estabas allí!<br />

Muerta de miedo te vi,<br />

loca de amor te llamé.<br />

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