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(4,1 ;-4<br />
Las miradas de Jesús<br />
-4 r<br />
Y dirigiendo una mirada a los<br />
que estaban sentados alrededor<br />
de él, dijo: «Ved aquí a mi Madre<br />
y a mis hermanos.»<br />
(S. Marc. Cap. III, vers. 34.)<br />
Aquella noche, María no sabía cómo<br />
zafarse del compromiso de asistir con<br />
su madre y hermanas a aquella gran<br />
«Fiesta de Caridad» que daba su vecina<br />
la baronesa de L... En vano su<br />
madre la pintaba con ponderativa palabra<br />
las bellezas del jardín donde<br />
debía verificarse la verbena, los nombres<br />
conocidísimos de las que debían<br />
asistir, los preciosos trajes que había<br />
podido admirar (en secreto), gracias<br />
a la amabilidad de la modista.., y el<br />
gran aliciente de que muchos puestos<br />
estarían servidos por celebridades del<br />
arte...; las había encantadoras, y ahí<br />
podrían verlas de cerca, hablarlas y<br />
hasta copiar algunas de sus toilettes,<br />
que eran estupendas.<br />
A María le repugnaba todo aquello;<br />
precisamente había oído a un célebre<br />
misionero tronar contra estas fiestas<br />
farisáicas, pero desobedecer a su madre<br />
la dolía mucho...<br />
Esta la había preparado un traje<br />
que, según ella, debía llamar la atención,<br />
y dada la delicada belleza de<br />
María, sería tal vez una de las más<br />
bonitas en la fiesta; tal vez esto daría<br />
ocasión para que se declarara aquel<br />
diplomático, algo mala cabeza, jugador<br />
empedernido, pero buen mozo y<br />
rico, que andaba tras ella.<br />
A María le desagradaba la fiesta, el<br />
traje, el diplomático, y pensaba con<br />
espanto en la triste suerte de la mujer<br />
que se viera unida a aquel brillante<br />
vicioso, cuyos escándalos eran la<br />
crónica diaria de los salones.<br />
Terminaba la comida. María, silenciosa,<br />
no se atrevía a levantar la vista<br />
del plato, veía las manecillas de su<br />
lindo reloj de pulsera avanzar con una<br />
rapidez aterradora. ¿Cómo negarse<br />
rotundamente a vestirse para la fiesta?<br />
Ya lo había intentado y la cólera<br />
de su madre la había intimidado.<br />
El criado recogía las migas del<br />
mantel con un corvo cepillo de plata,<br />
cuando otro criado entró con un sobre<br />
cerrado colocado en repujada bandejita<br />
que presentó a María; ésta lo tomó<br />
con secreta esperanza al reconocer la<br />
letra.<br />
—Es de Maria Ventura—dijo elevando<br />
sus azules pupilas hasta su madre,<br />
que respondió desabridamente:<br />
—¡Qué embajada enviará esa santurrona!<br />
Como si no se diera cuenta del<br />
tono poco benévolo de la señora, María<br />
leyó a media voz:<br />
«Maria muy querida: Mañana tempranito<br />
iremos a buscarte en el auto<br />
para ir a nuestro Sagrario. Espero<br />
que obtendrás de tu madre el permiso<br />
deseado, pues va a ser una excursión<br />
muy hermosa y que dará mucha gloria<br />
a Dios.<br />
Hasta mañana. Te abraza cariñosemente,<br />
María Ventura.<br />
P. D.—Estate dispuesta a las seis,<br />
pues ya sabes que el viaje es larguito.»<br />
Los grandes ojos de María se fijaron<br />
interrogativos en su madre que<br />
replicó ásperamente.<br />
—Contesta que es imposible, que<br />
se pasen sin tí, que estás comprometida<br />
para la fiesta de la baronesa.<br />
— ¡Oh, mamá! - replicó con dulce<br />
firmeza la joven —. No han esperado<br />
contestación; y, además, yo por ir a<br />
una fiesta, no falto a mi Sagrario. Tú<br />
misma me acabas de decir que si<br />
tuviera una razón fundada para no<br />
asistir a esa fiesta, me dejarías en<br />
casa... Ahora ya hay un motivo y un<br />
motivo poderoso; permíteme, pues,<br />
que me quede en casa.<br />
1.<br />
La madre de María comprendió que<br />
era inútil discutir; si se empeñaba en<br />
llevar a la joven a la fiesta, terminaría<br />
por llorar y se pondría impresentable,<br />
así es que se levantó violentamente y<br />
dando un empujón a la silla que rodó<br />
hasta el trinchero, dijo encolerizada:<br />
—Haz lo que quieras! Pero bien<br />
podían todos esos frailes y curas enseñarte<br />
a ser más obediente con tu<br />
madre.<br />
María no replicó; respiró como si le<br />
quitaran un gran peso de encima y<br />
subió corriendo a su habitación.<br />
A las seis en punto del día siguiente<br />
y al oir el toque de la bocina del auto,<br />
bajaba María con su librito de devociones<br />
en la mano, cruzándose con su<br />
madre y hermanas que volvían de la<br />
«Fiesta Benéfica», pálidas, ojerosas,<br />
desteñido el carmín de sus labios, en<br />
fin, en un estado deplorable.<br />
Al ver a María que fresca y lozana<br />
¡Hijito de mi alma:<br />
Anoche un sueño terrible<br />
me hizo asistir al horrible<br />
martirio de tu agonía!<br />
Y aunque parezca locura<br />
decir que lo haya mayor,<br />
de otro rnäs grande o peor<br />
sufrí la horrenda tortura.<br />
¡Tremendas cosas soñé"!<br />
Soñé que el hijo querido<br />
diónie sin pena al olvido<br />
y apostató de su fe.<br />
Y presa de horrible espanto<br />
te vi desertar, hijito,<br />
de ese colegio bendito<br />
donde se aprende a ser santo.<br />
Como arista al desierto<br />
los huracanes lanzaron,<br />
tus crímenes te arrojaron<br />
a un mar sin cielo y sin puerto.<br />
-- 471 —<br />
como una rosa se disponía a salir, su<br />
hermana corrió a ella:<br />
—No sabes - dijo confidencialmente<br />
a su oído y con aire de triunfo—, el diplomático<br />
se me ha declarado..., dice<br />
que como nos parecemos tanto, nos<br />
confunde a veces...; pero que yo soy<br />
mucho más a propósito para brillar en<br />
los salones.., que tú eres un poco<br />
«Obscura».<br />
María sonrió, besó a su hermana y<br />
corrió al auto cuya bocina sonaba<br />
repetidamente; y mientras su madre y<br />
hermanas se metían rendidas en el<br />
lecho, ella dejaba volar su espíritu<br />
hasta aquel Sagrario, en cuya busca<br />
iba, y en sus oídos parecían resonar<br />
estas palabras del Santo Evangelio:<br />
«Porque cualquiera que hiciere la<br />
voluntad de Dios, ese es mi hermano y<br />
mi hermana y mi madre.»<br />
UNA CARTA<br />
J. G. a HERREROS<br />
T. M.<br />
En el mundo donde habitan<br />
los que de Dios renegaron,<br />
los que al abismo rodaron,<br />
los que en el fango dormitan...<br />
Y allí te vi yo caer<br />
y allí te vi pronunciar<br />
palabras de lupanar.<br />
blasfemias de Lucifer...<br />
¡Cinismo de alma precíta,<br />
ruines bajezas villanas<br />
que mancillaron las canas<br />
de tu infeliz viejecita!<br />
Y loca, al verte manchado,<br />
bajé a buscarte al abismo,<br />
al fangal, al antro mismo<br />
donde se encueva el pecado.<br />
Sin Dios, sin madre y sin fe<br />
¡qué solo estabas allí!<br />
Muerta de miedo te vi,<br />
loca de amor te llamé.<br />
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