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12(1932) - OdeMIH

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--- 448 — — 449 —<br />

Huyendo de un corsario inglés dió<br />

en ¡as costas de Veragua y anduvo<br />

perdido por aquellas sierras varios<br />

meses, hasta que un navío lo recogió<br />

desfallecido y desnudo. Hizo entonces<br />

propósito de entrar en un convento,<br />

eligiendo el de la Merced del<br />

Callao. El Provincial, Maestro Fray<br />

Mateo de Yanguas, le mandó a Lima,<br />

y allí le dió el hábito de lego el viernes<br />

16 de octubre de 1603.<br />

Tuvo por maestro de novicios al<br />

P. Alonso Téllez, sacerdote de grande<br />

espíritu, que le animó a correr por<br />

las sendas de la perfección. La edad<br />

ya madura de Fray Gonzalo no le impidió<br />

aventajarse en actividad y fervor<br />

a muchos jóvenes. Profesó el 18<br />

de octubre de 1604 en manos del<br />

Maestro Fray Hernando de Paredes,<br />

Comendador de Lima.<br />

Ocupáronlo primero en la administración<br />

de una granja, y aunque no<br />

tenía práctica de agricultura, desempeñó<br />

el cargo a maravilla, distinguiéndose<br />

por su caridad con los negros<br />

esclavos. En 1605 hiciéronlo ya<br />

portero del convento grande de Lima,<br />

cargo de mucha confianza, donde<br />

honró a la Comunidad e hizo grandísimo<br />

bien con sus palabras a los pobres,<br />

a los que repartía cuantiosas<br />

limosnas.<br />

Asombrábanse todos cómo sin faltar<br />

a un oficio tan ocupado como la<br />

portería hallaba medio de atender a<br />

todos los pobres que allí acudían y a<br />

los enfermos y vergonzantes que no<br />

podían acudir, a los cuales llevaba<br />

personalmente el socorro. Decíase<br />

que Dios le había concedido el estar<br />

presente en dos lugares al mismo<br />

tiempo (bilocación), y de ello declaran<br />

circunstancias singulares los procesos<br />

de canonización.<br />

A los dos arios le enviaron al Callao,<br />

donde había un convento pobrísimo,<br />

fiando de Fray Gonzalo el sustento<br />

de los religiosos ocupados en<br />

los ministerios sacerdotales. Salía<br />

todos los días a pedir limosna, recogiendo<br />

pan, no sólo para el convento,<br />

sino también para muchos pobres,<br />

hallando repetidas veces llena el arca<br />

milagrosamente. Era además sacristán,<br />

cuidando con extraordinario<br />

esmero de la iglesia. No había reloj<br />

más puntual que su toque de alba, y<br />

cuando en esto había alguna falta,<br />

sabían los vecinos que Fray Gonzalo<br />

no estaba en el convento.<br />

Pasaba gran parte de la noche en<br />

oración, sacudiendo el sueño con terribles<br />

disciplinas. Era muy obediente,<br />

cosa más de estimar en quien<br />

había llegado a la religión en edad<br />

madura. Cuando estaba más entusiasmado<br />

con sus ejercicios de piedad y<br />

caridad, una sola palabra del superior<br />

bastaba para que lo abandonase<br />

todo.<br />

En medio de sus continuas ocupaciones,<br />

hallaba todavía tiempo de visitar<br />

los enfermos, arreglándoles las<br />

camas y barriendo las habitaciones.<br />

Continuaba, además, con permiso de<br />

los superiores, el socorro a muchos<br />

pobres de Lima, recorriendo con maravillosa<br />

presteza las dos leguas que<br />

dista del Callao. Alguna vez salió de<br />

Lima con el Comendador del Callao,<br />

que le encargó no se apurara, pues<br />

iba a pie, lo que no le impidió salir a<br />

abrir la puerta del convento al Comendador<br />

que montaba una buena<br />

mula.<br />

Son muchas las curaciones milagrosas<br />

que Dios obró por su medio<br />

en este tiempo, comprobadas en el<br />

proceso que se hizo a raíz de su<br />

muerte, declarando en él los mismos<br />

favorecidos. Entre éstos figura el general<br />

Ordoño de Aguirre, que dirigía<br />

las fortificaciones del Callao. Encontrándose<br />

lleno de úlceras, ordenóle el<br />

virrey que dejase la obra para curarse.<br />

Fray Gonzalo, a quien vió en la<br />

calle, le descubrió los vendajes, dejándole<br />

sano con tocarle.<br />

Fundó la Cofradía de la Merced en<br />

el Callao, y el día de la fiesta, habiéndose<br />

volcado la lámpara sobre el<br />

hermano mayor, que lucía un magnífico<br />

traje de seda, no apareció en él<br />

mancha alguna. Ardía furiosamente<br />

un almacén de brea y temíase que el<br />

fuego alcanzara a la casa inmediata,<br />

pero Fray Gonzalo hizo volver las<br />

llamas hacia el otro lado. Una mujer<br />

que estaba a la muerte con un dolor<br />

de garganta y un niño a quien pasó<br />

un carro por encima, recobraron la<br />

salud instantáneamente por sus oraciones.<br />

Entró en el mar muchas leguas para<br />

dar alimento y bebida a un navío<br />

donde se habían agotado por una larga<br />

borrasca, regresando casi instantáneamente<br />

al puerto, a donde los so.<br />

corridos no llegaron con buena marcha<br />

hasta erdía siguiente.<br />

Cuando le interrogaban acerca de<br />

estos y otros casos milagrosos, era<br />

tal su confusión, que se cubría la cara<br />

de vergüenza. En cambio, describía<br />

con risa sus defectos y su vida de<br />

marinero. Estimábanle mucho los virreyes<br />

y el arzobispo de Lima, pero<br />

quería más perder sus limosnas que<br />

pasar por la honra que le hacían. No<br />

faltaron quienes le despreciaran como<br />

a otros santos, y lejos de ofenderse,<br />

decía que los que así le trataban eran<br />

los únicos que le conocían.<br />

Más de una vez le hallaron arrobado<br />

en éxtasis y rodeado de resplandores,<br />

siendo grande su confusión<br />

cuando volvía en sí. Sabíase de memoria<br />

las Instituciones del Obispo<br />

Fray Gaspar de Torres, que era su<br />

libro predilecto.<br />

Gozó de excelente salud, a pesar<br />

de su rigorosa penitencia, hasta pasar<br />

los setenta años. Aunque las fuerzas<br />

le faltaban continuó sus oficios penosos;<br />

mas un día, pidiendo limosna,<br />

cayó enfermo en la calle. Recogióle<br />

su grande amigo Luis Medrano, y<br />

aunque él pretendía volverse al convento<br />

no le dejaron, pues decían los<br />

médicos que moriría en el camino.<br />

Asistióle su Prelado, que puso a su<br />

lado dos religiosos. Confesaba todos<br />

los días y recogíase en oración lo<br />

más que podía, hurtando el cuerpo a<br />

las visitas de toda clase de personas<br />

que acudían a verle. A algunas descubrió<br />

graves secretos de sus conciencias<br />

y a todos encomendó sus<br />

pobres.<br />

Vivió así once días, y después de<br />

recibir todos los Santos Sacramentos,<br />

entregó su alma a Dios el sábado 27<br />

de enero de 1618 al anochecer. Sacáronse<br />

muchos retratos de su cadáver,<br />

que fué llevado a nuestra iglesia en<br />

hombros de sacerdotes. Aclamáronle<br />

por santo hasta algunos niños de

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