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4 Domingo, 4 DE Marzo DE 2012
el mundo
¿Quién controla los sentimientos en las redes?
“La verdad es que no me gustan
mis amigos”, se queja Veronica
Sawyer (Winona Ryder) en la película
Heathers, de 1989, un clásico
de culto sobre grupitos, suicidio y
LENTE
deportistas en
la secundaria.
Jason Dean
(Christian Slater)
contesta:
“La verdad
es que a mí
tampoco me
gustan tus
amigos”.
Esas líneas resonaron mucho
antes de que existieran Facebook
o Foursquare. Imaginen cómo nos
sentimos ahora cuando recibimos
un bombardeo de pensamientos,
sentimientos, deseos y destinos
de nuestros amigos a través de un
constante flujo de actualizaciones
de estado, links, tweets y fotos.
Con toda facilidad pueden surgir
celos, enojos y resentimiento.
“Dejé de seguir a algunos amigos
porque los veía tweetear sobre
todas las fiestas a las que yo no
estaba invitada”, declaró al New
York Times Laurie David, escritora
y productora de Hollywood.
Un estudio de enero que publicó
Cyperpsychology, Behavior and
Social Networking determinó que
cuanto más tiempo pasa la gente
en Facebook, más felices considera
que son sus amigos y más triste
se siente en consecuencia.
¿Qué pasa cuando alguien está
en su casa y los alertas de redes
sociales le informan que sus
amigos se encuentran en un bar?
Surgen sentimientos de ansiedad,
pena e incomodidad, una combinación
que Jenna Wortham, del New
York Times, llama FOMO, sigla
en inglés de “temor de quedar
afuera”.
Las millones de actualizaciones
brindan pantallazos divertidos,
o a menudo irritantes, sobre las
actividades de amigos, enemigos,
colegas y exparejas. Videos de
Benjamin Norman para The New York Times
Cuando alguien está en casa, puede incomodarse si sus amigos mandan alertas desde una fiesta.
bebés, fotos de vacaciones y declaraciones
políticas con las que no
se coincide pueden resultar abrumadores.
Es entonces cuando los
amigos se separan. Lo hacemos en
la vida real. Los psicólogos lo consideran
una etapa inevitable de la
vida en que la gente alcanza suficiente
madurez y conciencia de sí
para saber quién es y qué quiere,
así como qué amigos merecen su
atención y cuáles no, informó el
New York Times. El proceso hasta
tiene un nombre clínico: teoría de
la selectividad socioemocional.
Online, sin embargo, a muchos
les resulta difícil resistirse a
examinar la vida de otros. “Solía
mirar las fotos de viajes de otras
personas y después preguntarme:
‘¿Por qué no he caminado por la
Gran Muralla China?’ También
sentía culpa: ‘Debería llevar a mi
hijo a España.’ ¡Y ni siquiera me
gusta viajar!” declaró al New York
Times la novelista Laura Zigman.
Pero los usuarios no se limitan
Cuanto más visita
Facebook la gente,
menos feliz es.
a enojarse entre ellos. Los sentimientos
negativos se extienden
a los creadores del software.
Algunos se sintieron desairados
cuando Facebook presentó la documentación
para una de las más
lucrativas ofertas públicas iniciales
de la historia y preguntaron
dónde estaba su parte. “Sin mí y
las otras 844.999.999 personas que
llaman la atención, indican que
algo les gusta y comparten información
en el sitio, Facebook sería
árido, desolado y triste”, escribió
Nick Bilton en el Times.
En la página de Mark Zuckerberg,
alguien escribió luego de la
OPI: “¿Por qué abrir las acciones
de Facebook solo para la elite? ¡Dé
la oportunidad a todos los que lo
ayudaron a hacer de Facebook lo
que es hoy!”
Jaron Lanier, un “innovador residente”
de la Universidad del Sur
de California, teme que compañías
como Facebook y Twitter no les
paguen a sus usuarios mientras
sus empleados se enriquecen con
el contenido gratuito que generan
los usuarios.
Declaró al New York Times que
ese proceso dividirá y distorsionará
la sociedad.
Si es que no lo está ya. ¿Estamos
cerca de la saturación de
actualizaciones de estado? Kevin
Systrom, CEO de Instagram, una
aplicación para compartir fotos,
señaló al New York Times: “Somos
seres humanos, y nuestra capacidad
de procesar información
tiene un límite”.
Lo mismo sucede con nuestra
cantidad de amigos.
ANITA PATIL
Doctrina de prudencia para Siria e Irán
Viene de la página 1
días es que si el gobierno de Assad
se quiebra, la capacidad de Irán
de canalizar armas a Hezbollah
y Hamas se verá lesionada –y su
influencia disminuirá –. Asimismo,
si el esfuerzo de Irán por tener
un sistema de armas nucleares
puede frenarse con unas pocas
bombas de gran alcance GBU-31
bien colocadas, las esperanzas del
país de desafiar a Israel y Arabia
Saudita con el fin de ser la potencia
más grande de la región se verían
postergadas. O al menos eso es lo
que dice la teoría.
En Libia, Obama no aceptó armar
a los combatientes rebeldes,
optando en cambio por unirse a
una campaña aérea de la OTAN.
(Al final, los Emiratos Árabes
Unidos aportaron una gran cantidad
de armas pequeñas para
contribuir a destituir a Muammar
al Gadafi.)
En Siria, donde el número de
Envíe sus comentarios a nytweekly@nytimes.com
muertes ya supera los 6 mil según
la mayoría de las estimaciones, no
existe un equivalente de una operación
de la OTAN; hasta ahora,
se sigue discutiendo todavía una
intervención limitada para provocar
un golpe o crear una “zona
protegida” para los civiles sirios
cerca de la frontera turca. O sea
que proveer armas parece ser la
mejor alternativa.
Sin embargo, la preocupación
es que lo que comenzó como un
movimiento de protesta se ha
transformado en lo que Steven Heydemann,
experto en Siria del Instituto
de la Paz de Estados Unidos,
describió como “un conjunto peligroso
y sin coordinación de combatientes
opositores armados”.
Si bien existe una entidad llamada
el Ejército Sirio Libre, es menos
un ejército que bandas de milicias
informales. No hay una verdadera
estructura de mando.
La lección de conflictos anteriores
es que si bien aportar armamentos
puede ayudar a derrocar
un gobierno odioso, las armas suelen
ser utilizadas posteriormente
El año electoral
complica las opciones
sobre Oriente Medio.
para ajustes de cuentas. Las armas
provistas a los mujahidines
en Afganistán ayudaron a sacar
a los soviéticos y sirvieron para el
gran cine en “La guerra de Charlie
Wilson”.
Algunas de esas armas, sin embargo,
fueron apuntadas contra
los soldados estadounidenses después
de la invasión de 2011 encabezada
por Estados Unidos.
Los temores que genera proveer
armas de alta tecnología a los
israelíes son totalmente distintos.
No existe un aliado más próximo a
los Estados Unidos, y sus fuerzas
armadas son consideradas entre
las más disciplinadas del planeta.
No obstante, el presidente Obama
enfrenta ahora la misma decisión
que enfrentó George W. Bush en
2008, cuando los israelíes solicitaron
las bombas destructivas y
el sistema de reabastecimiento
de combustible que necesitarían
para un ataque amplio y sostenido
contra las plantas nucleares de
Irán.
El vicepresidente Dick Cheney,
que defendió el ataque estadounidense
contra un reactor nuclear
en Siria (los israelíes actuaron
cuando Bush se echó atrás), exhortó
a dar a los israelíes todo lo
que necesitaban. El equipo de
seguridad nacional de Bush llegó
sin embargo a la conclusión de que
si se daba a Israel esa tecnología,
se aumentaban las probabilidades
de que las usaran –y el riesgo de
una guerra en Oriente Medio. El
equipo de Obama llegó a la misma
conclusión.
“La cuestión es guiar a los israelíes
a una opción que tenga más
probabilidades de postergar el
proyecto iraní sin provocar el efecto
contraproducente de un ataque
aéreo”, dijo un miembro del equipo
de Obama.
La administración sostiene que
una mezcla de sanciones y acción
encubierta será más efectiva.
Lo cual nos lleva a la doctrina
Obama. Cuando se trata de usar
la fuerza, parecería reducirse a lo
siguiente: Obama está dispuesto
a utilizar la fuerza unilateral
cuando los intereses nacionales
directos de Estados Unidos se ven
amenazados –la redada contra bin
Laden es el ejemplo más vívido.
Por el contrario, cuando la amenaza
es más difusa, más una cuestión
de preservar el orden global, su
historial muestra que insiste en las
resoluciones de Naciones Unidas
y la participación de numerosos
aliados.
Esto explica por qué los israelíes
se esfuerzan tanto por argumentar
que en unos años Irán podría
tener un sistema de misiles capaz
de llegar hasta los Estados Unidos
–quieren que Irán encaje en esa
primera categoría. Y explica la
vacilación de Obama ante la perspectiva
de entrar en una guerra
civil en Siria, donde los intereses
estadounidenses son, en el mejor
de los casos, indirectos.