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numeros paginas - Revista La Central

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49nervios le habían endurecido el rostro y le impedían someterse a laplasticidad del pensamiento. Sabía que había algo de morboso enaquella resolución pero no podía detenerse. Así que anudó con fuerzala bolsa de residuos, la dejó a un costado, y luego se dirigió a labiblioteca para tratar de calmarse.Deslizó el dedo sobre el lomo de los libros hasta detenerlo en elDiario de una escritora, el volumen de Virginia Woolf que más adoraba.Lo abrió en una página de cuyo borde asomaba un señalador,buscó un bolígrafo, corrió la silla del escritorio, y se puso a pensaren una carta para Pedro.-Tengo un párrafo marcado con resaltador fluorescente. Apenas mecompré este libro lo destaqué porque sabía que siempre lo iba ausar. Pero aquella vez fue la primera en que lo usé. Antes de ponermecon la carta que pensaba escribirle a Pedro, lo copié como encabezado.¿Querés que te lo lea? (…) Es el libro que llevo aquíconmigo (…) Una edición de 1952, de la Editorial Sur (…) Me acompañaa todas partes (…) No es largo (…) No te voy a aburrir (…)Mientras sacaba el ejemplar de su bolsillo, me di cuenta de que erael mismo que había estado leyendo en el embarque de Ezeiza.Se acomodó un mechón de pelo por detrás de la oreja y comenzóa leer:-"Yo lo quiero todo: el amor, los hijos, la aventura y el cultivo de miinterior. (¿Puedes comprender algo de estas elucubraciones?) A vecesme siento medio enamorada de ti y te quiero siempre junto amí y que me conozcas a fondo; y en cambio a veces me muestroreticente y salvaje. Me he dicho muchas veces que casándome contigolo conseguiría todo, pero… ¿Acaso es lo sexual lo que nos separa?Como te dije el otro día, no me atraes físicamente. Haymomentos, cuando me besaste el otro día, por ejemplo, en que tengola impresión de ser de piedra."Tras una breve pausa, me limité a enarcar las cejas como juicio deopinión. Ella lo tomó en cuenta y volvió a la historia. Me dijo quedespués de copiar aquel párrafo y de escribir la carta a Pedro explicándolelo que sucedía, decidió marcharse a Barcelona. Fue así,abruptamente. No estaba muy segura, pero era la única salida quele encontraba a su situación laboral y a su enfermedad. Se dirigió alropero y se apropió de los ahorros que había guardado en un sacóndurante todos esos años; los contó una y otra vez y los dejó encimade la mesa de luz.Luego acudió a una oficina de correos y envió la carta a Pedro y tambiénun telegrama donde renunciaba a la agencia de publicidad. Nohabía sido un plan elaborado, una minuciosa combinación entre sustemores y sus convicciones, sino la forma en que alguien se comportabaante un determinado estímulo. Quizás inconscientementelo había estado maquinando, sin embargo, lo recordaba como unimpulso, como si todo hubiese transcurrido en el mismo segundo:renunciar a Pedro y al trabajo, dirigirse a un negocio y comprar el billetepara fines de enero, después presentarse a la policía y hacer

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