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No obstante, cuando el Estado hace más —cuandonos saca recursos por encima de los que necesitapara cumplir con esos deberes y cuando hace gala desu fuerza coercitiva para obligar a algunos a vivir deacuerdo con los valores de otros— no logra otorgarnosla dignidad que merecemos como seres humanosracionales y autónomos: reemplaza nuestros juicioscon el suyo, y establece impedimentos en nuestra búsquedade la buena vida.En última instancia, si necesitamos un Estado, lonecesitamos por su utilidad para nuestras búsquedasde felicidad. Lo necesitamos para eso y para nadamás. Tener el grado correcto de humildad implicareconocer que, independientemente de cuán segurosestemos de haber entendido las cosas, no podemosusar el Estado para obligar a los demás a adaptarsea cualquier molde que prefiramos: eso equivaldría asucumbir a la arrogancia e ignorar las lecciones de lahistoria. Lo que hoy parece evidente probablementeparezca ridículo mañana.Si adoptamos la humildad, notaremos que el mundoes un lugar que a menudo es abrumadoramentecomplejo, lleno de personas en la búsqueda personalde la felicidad. Seremos escépticos cuando se pida poderpara que el Estado haga más que proteger nuestroderecho a la vida, a la libertad y a la búsquedade la felicidad. Como dijo otro filósofo humilde, JohnLocke: “Si todos somos iguales e independientes, nadiedebería dañar la vida, la salud, la libertad o lasposesiones de otro”. Usar la violencia para ajustar lasvidas de los demás a nuestras preferencias, y no a las106

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