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quetas, “no elegirían ninguna”.) Quizá no estemos altanto de que, en 2001, una estación de radio recibióuna multa de US$7.000 de la Comisión Federal de Comunicacionesde EE.UU. (FCC) por reproducir “YourRevolution Will Not Happen Between These Thighs”(“Tu revolución no será entre estos muslos”), de SarahJones. Podemos reírnos ante la ironía de que un rapescrito para denunciar cómo el hip hop trata a la mujercomo objeto se censure porque “contiene referenciassexuales inequívocas claramente ofensivas”, que“parecen diseñadas para consentir los peores gustosdel público y generar escándalo”.Solemos pasar por alto estos ejemplos de represiónaparentemente menores. En la cultura occidentaldel siglo XXI, la censura artística es para la gentede mente cerrada, los que se escandalizan fácilmente.Es para los tontos que denuncian que Harry Potterpromueve el satanismo, para los que crean la listadel Centro de Recursos Musicales de Padres de las 15canciones de rock que no son adecuadas para los niños(“Filthy Fifteen”). Como dijo el dramaturgo EugeneO’Neill: “La censura de cualquier cosa, en cualquiermomento, en cualquier lugar, con cualquier excusa,siempre ha sido y siempre será el último recurso delbobo y del fanático”.Y como lo sabemos, nos reímos. Aunque tal vezno deberíamos. Es fácil aprender a vivir con multaspequeñas y etiquetas con advertencias, pero puedenhacer que los artistas limiten los temas que tratan ycuestionen la máxima expresión de su creatividad: unprimer paso sencillo hacia un mal camino.87

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