Revista Semana Santa de Mérida 2016

Semana Santa • Declarada Fiesta de Interés Turístico Nacional • Mérida 2016
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Fundamentos Mariológicos.
Razones para no romper una tradición.
Su Santidad, el Papa Beato Pio IX, en su bula
Ineffabilis Deus (1854), con la autoridad, poder
y sabiduría propios de su infalible cátedra, define
solemnemente que “ha sido revelada por Dios, y, por
lo tanto, debe ser creída con fe firme y constante por
todos los fieles, la doctrina que sostiene que la
Santísima Virgen María, desde el primer instante de
su Concepción, por singular gracia y privilegio de
Dios todopoderoso, fue preservada inmune de
cualquier mancha del pecado original en vista de los
méritos de Cristo Jesús, Salvador del género
humano”.
A los cuatro años de esta definición del
Pontífice Pío IX, misma Virgen María confirmó
dicho Dogma en sus apariciones de Lourdes
(Francia). Ella se manifestó a Santa Bernardita de
esta manera: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.
Es un privilegio que le ha sido concedido a la
Santísima Virgen, como todos los demás de los que
goza, por ser la Madre de Dios. Pues Dios Padre
preparó una digna morada para encarnar a su Hijo,
Jesucristo, preservándola de todo pecado. Si debía
ser la Madre de Dios, no podría transmitir al Fruto
de su vientre, el pecado original.
En consecuencia, Dios la ha colmado de gracias,
virtudes y santidad, haciendo de su cuerpo y de su
alma un blanco resplandor de pureza que debe ser
imitado por los cristianos. Es por ello que el arcángel
San Gabriel la saluda como “llena de gracia” y “bendita
entre las mujeres” (Lc. 1, 26-38).
Desde el primer momento de ser escogida para
ser Madre de Dios, María, queda asociada al
Redentor y Mediador, su Hijo Jesucristo,
convirtiéndose en auténtica Corredentora y
Mediadora. Ella es la protectora del pueblo de
Dios.
A la Santísima Virgen María, antes ya de la
Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, se le
atribuyen los méritos de Él en la obra de la Salvación
y Redención, siendo la primera en sufrir su Pasión
con auténtica Compasión y Misericordia, sufriendo
en su interior, espiritualmente, la Muerte de su Hijo
y siendo la primera en alegrarse de su Resurrección
de entre los muertos.
La Iglesia manifiesta su fe en este extraordinario
privilegio de la Inmaculada Concepción de la Virgen
María, Madre de Dios, mediante la Liturgia. Así nos
lo recuerda el Papa Pío XII, se celebra anualmente
por las antiguas liturgias, especialmente en Oriente,
e incluso por las comunidades que más tarde se
apartarían de la comunión con la Iglesia Católica.
La Tradición oriental no sólo contribuyó a ensalzar
al misterio de la Maternidad divina de María, sino
de su Inmaculada Concepción.
Entre los teólogos de Occidente, destacan
principalmente algunos franciscanos o de fuerte
inspiración franciscana, como el Beato Duns Escoto.
En España, destacan Ramón Llull, Juan de Segovia
y el jesuita Suárez, quien consideraba que era un
privilegio “difinible dogmáticamente”, al igual que el de
la Asunción.
Anteriormente a la definición del Dogma, el
privilegio era objeto de un sentimiento constante en
la Iglesia, tal como señala el propio Papa Beato Pío
IX. Con especial y singular peso e importancia, el
desarrollo de la doctrina quedó confirmado por los
posteriores Concilios y por los actas de los sucesores
de la Silla de Pedro, como así nos recordará el Papa
Pío XII (Fulfens Corona, 8/IX/1953).
Por lo que respecta a la definición, conviene
destacar que antes de que se llegase a ella, como
máximo deseo, dentro de la propia Iglesia, también
fue un anhelo de monarcas y naciones de profundas
raíces religiosas. Así es motivo de mención destacada
dos casos importantes:
De una parte, Portugal, dónde el Rey, junto a los
representantes del pueblo, reunidos en Cortes,
proclamaron a la Santísima Virgen María por
Patrona y juraron defender el privilegio de su
Inmaculada Concepción, “Para la gloria de Cristo
nuestro Dios y exaltación de nuestra santa fe católica romana,
conversión de los gentiles y retorno de los herejes”.
Y de otra parte, España, donde también se
venera como Patrona desde el siglo XVIII y dónde
sus Soberanos intercedieron ante los Pontífices
para la proclamación dogmática del privilegio que
nos ocupa. El Papa Beato Pío IX reconocería esta
labor a nuestra nación y concedió a la Iglesia
Católica en España, como especial regalo, la
utilización del azul celeste como color litúrgico para
la celebración de esta Fiesta, Solemnidad de la
Iglesia.
En la España del siglo XVII, muchas ciudades y
pueblos de nuestra patria se sumaron a la
proclamación y defensa de la “Pura, limpia e
Inmaculada Concepción de la Virgen María”, siguiendo el
ejemplo de Reyes.
Ese fue el caso del nuestra ciudad, en 1620, el
Cabildo Municipal de Mérida, el Pleno del Consejo,
junto al Cabildo Eclesiástico, aprobó, en sesión
solemne, sumarse al apoyo de dicho “Voto
Inmaculado”, con procesiones incluidas, emblemas,
milicia, pendones y colgaduras.