NOVIEMBRE
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BALÚN CANÁN (1977)<br />
RAÍCES (1954)<br />
LAS POQUIANCHIS (1976)<br />
la subjetividad del espectador –del de antes y el<br />
de ahora.<br />
A lo anterior, agreguemos la figura de la “estrella”<br />
como legitimación de la institución encarnada<br />
por él (ella). Como apuntó Jorge Ayala Blanco, en<br />
La aventura del cine mexicano, “a diferencia del cine<br />
social estadounidense, el cine mexicano de la época<br />
de oro sobre el tema de la ciudad, no delataba la<br />
injusticia, la opresión y el abuso del poder. Similarmente,<br />
en una disyuntiva que asimila la tradición y<br />
la pobreza con lo bueno, así como lo nuevo y próspero<br />
con lo malo, el conformismo social era una<br />
consecuencia obligada: los pobres estaban ‘contentísimos’<br />
de serlo. Cualquier cambio, mudanza o<br />
evolución –predicó una y otra vez el cine nacional–<br />
implicaba una pérdida moral”. En este sentido, los<br />
personajes en Nosotros los pobres parecen ratificar tal<br />
punto de vista: Pedro Infante, Blanca Estela Pavón<br />
y Chachita sufren la injusticia, el abuso, el despojo,<br />
la extorsión, la discriminación... ¡y encuentran<br />
la felicidad en el microuniverso del barrio! Pepe El<br />
Toro (Pedro Infante) es un personaje que soporta<br />
la adversidad estoicamente pues cuando pierde el<br />
control empeora las cosas. No obstante, su simpatía,<br />
solidaridad y buen corazón cautivan tanto al<br />
público como a la mayoría de los habitantes de la<br />
vecindad y otros del barrio, quienes le sirven de<br />
soporte, pues con él la pobreza es más llevadera.<br />
Resulta tentador especular sobre qué habría sido<br />
de la película sin tales actores-personajes.<br />
En resumen, la fotografía fija o still, empleada<br />
como fuente de adquisición de información ayuda<br />
a entender la cultura de masas no como un ámbito<br />
de ineludible alienación sino como un espacio discursivo<br />
dinámico; espacio en el que cabe, en cierto<br />
grado, la confrontación simbólica. Desde este punto<br />
de vista, el cine sería una de las más poderosas<br />
“tecnologías del ser” (el self) –según el sentido que<br />
Foucault atribuye a este concepto– a través de las<br />
cuales el orden social establece los tipos de subjetividades<br />
necesarias para su perpetuación. El espectador,<br />
lejos de una actitud pasiva ante el espectáculo,<br />
participa activamente en la construcción de tal<br />
subjetividad, deviene espectador empírico; alguien<br />
activo inserto en procesos de comprensión dados<br />
por su situación social (clase, raza, género, etcétera).<br />
Por tanto, el significado de los discursos no se<br />
concibe como algo inmanente al texto, sino como<br />
un proceso negociado de atribución de sentido a<br />
partir de unos códigos dados no solo por la psicología<br />
individual sino por la situación de clase, raza<br />
o género (o cualquier adscripción basada en relaciones<br />
desiguales de poder que configuren nuestra<br />
subjetividad).<br />
FOLIOS | EDICIÓN ESPECIAL | <strong>NOVIEMBRE</strong> DE 2016 | 89