Revista Sala de Espera Nro. 152

Casos y rostros
Valentina es terca, muy terca. Se nota en su manera
de hablar. Puede fajarse igual dos horas o veinte
minutos para contar, a su estilo -rapidito y acentuado-
los relatos y las anécdotas de alguna travesía,
dejando bien clara su opinión y el por qué
se empeña en hacer lo que hace.
La primera Guía Valentina Quintero salió al mercado en
1996. Era pequeñita, con espirales y solo dibujos. Siguieron
ocho ediciones más que se convirtieron en todo un éxito y
referencia para los viajeros. Ahora publicó una nueva versión
-después de siete años- para celebrar los veinte de la primera.
Esta guía fue planificada para que tuviese 380 páginas y
terminó siendo de 480, gracias a la colaboración de la casa
Editorial Arte que ha estado desde la segunda edición. Se
ajustó para que fuese compacta, práctica para llevar, con un
diseño más rendidor y económico, pero igualmente con una
completa información periodística.
Es un buen autoregalo, esperanzador, para los viajeros
que deseen conocer más caminos de Venezuela. Una brújula
para la diáspora de venezolanos que actualmente hay en
el mundo, los que se han ido y los que sueñan con volver. Y
también para los que ya han quemado las naves, pero desean
perpetuar un bello recuerdo del país donde nacieron.
-¿De dónde surgió la idea de la portada?
-Desde que yo había ido a Castilletes, Arianna, mi hija,
que es la fotógrafa, siempre quiso ir y yo se lo había prometido
hace mucho tiempo. Decidimos armarlo y le dije a ella
que sería buenísimo que la foto de la portada fuese ahí, en el
hito número 1, donde empieza Venezuela.
-¿Superaron las mil y una para
llegar hasta allá, cierto?
-Ir para allá es una cosa muy complicada, porque primero
tienes que cruzar toda la Alta Guajira y se dice que solo
puedes ir con un wayúu. Jayariyú Farías Montiel fue nuestra
guía, ella es una persona de mucho peso entre los wayúu
(ellos tienen clanes y se respetan).
Apenas empezamos el viaje íbamos en una camioneta que
se echó a perder en la mitad de la nada y Jaya vio un vehículo
similar y dijo: “Vamos a pararnos a ver si ellos nos ayudan”.
Cuando nos acercamos resultó que el dueño era un primo y
estaba un tío al que ella no veía desde hace mucho tiempo,
luego él nos llevó para su casa y ahí tenían el repuesto que era
una cosa rarísima.
Pero no podíamos continuar en esa camioneta, nos la
arreglaron para que tuviéramos cómo devolvernos a Maracaibo.
Entonces me fajé a convencer al tío para que nos prestara
un camión 350, hasta que Jayariyú se lo llevó habló aparte
y le dijo: “tío, ella es Valentina Quintero”. Y ahí todo cambió.
Nos prestó el camión y el hijo se fue con nosotros hasta
Castilletes.
Cuando llegamos allá había que cruzar la laguna y solo
podía hacerse en lancha. Convencimos a un muchacho que
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