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PASAJES DE UNA VIDA COMÚN... PERO NO CORRIENTE<br />
LA VISITA DE SOPHIA Y SU PRIMERA "BICYCLE"<br />
Por: German Reynaud Tello<br />
En diciembre pasado disfrutamos la<br />
alegría de ver nuevamente la casa<br />
llena de hijos. Tenerlos otra vez alrededor<br />
de cada comida, de cada taza<br />
de café y de cada copa de vino compartida,<br />
fue una dicha indescriptible.<br />
Mis dos hijas, ya casadas ambas, viven<br />
en diferentes ciudades a la nuestra, de<br />
manera que cuando nos visitan hacen<br />
de la ocasión una verdadera fiesta. La<br />
cereza del pastel fue el tener, nuevamente,<br />
a mi nieta Sophia entre nosotros.<br />
La razón de reunirnos en Guadalajara<br />
fue el festejar la boda de Germán, mi<br />
hijo; evento del que te platicaré ampliamente<br />
en alguna futura charla, si me lo<br />
permites, lector querido.<br />
Sophia ya es una niñita de dos años y<br />
medio, su mamá es mi hija mayor, y su<br />
papá es ciudadano americano, por lo<br />
que viven en el país vecino. La vemos<br />
muy seguido gracias a la maravilla del<br />
Facetime, pero la visitamos, o nos visita,<br />
sólo un par de veces al año.<br />
Como imaginarás, para cada reunión<br />
nos preparamos con mucha anticipación<br />
y desbordante entusiasmo.<br />
Estuvimos mi esposa y yo a recibirlos en<br />
el aeropuerto. Cada vez que se abrían<br />
las puertas de la llegada internacional,<br />
tratábamos de identificarlos entre la<br />
gente, lo que resultaba un ejercicio muy<br />
sufrido. Por fin aparecieron. Contrario a<br />
lo que yo esperaba, porque así había<br />
sido en todas las ocasiones anteriores,<br />
Sophia no venía ya en su carriola,<br />
sino caminando con toda propiedad.<br />
Apenas vernos, empezó a saludar con<br />
su manita izquierda; con la derecha tomaba<br />
la de su mamá. En cuanto me fue<br />
posible la cargué y, con el pretexto de<br />
que el camino al estacionamiento era un<br />
caos (y vaya que lo era), ya no la solté,<br />
percatándome de que no sólo había<br />
crecido en los últimos meses, sino que<br />
también había ganado peso.<br />
De esa manera inició una visita de 5<br />
días, que se me hicieron nada, pero que<br />
disfruté a plenitud.<br />
Consciente de que tiene que llegar a<br />
dominar dos idiomas, Sophia no para<br />
de hablar, lo que me parece fascinante.<br />
Los abuelos le habíamos ofrecido y le<br />
obsequiamos su primer triciclo, y aunque<br />
ella había expresado su deseo de<br />
que fuera “a pink one”, nos decidimos<br />
por “a red one”, por algún nieto varón<br />
que podría llegar más adelante. Muy<br />
inteligente, la abuela lo llenó de calcomanías<br />
de Frozen, su actual personaje<br />
favorito. Ella mostró un mayor interés en<br />
revisar cada uno de los pegostes, antes<br />
que aprender a pedalear.<br />
La visita al parque fue ocasión para que<br />
disfrutara de los columpios, los resbaladeros<br />
y otros arriesgados artefactos.<br />
Con ese carácter fuerte que siempre ha<br />
mostrado, cuando la queríamos ayudar<br />
se negaba, diciendo: “I can do it”, y dejaba<br />
mi sistema nervioso en calidad de<br />
trapo. Aún resuena en mis oídos su risa,<br />
que estallaba cada vez que sentía que<br />
me atropellaba con su “bicycle”.<br />
Los hijos planearon una salida a cenar<br />
con sus parejas. Sophia estuvo de<br />
acuerdo en quedarse a dormir, esa noche,<br />
en la recámara de los abuelos. En<br />
la madrugada despertó y preguntó, con<br />
los ojos llorosos y una mueca de tristeza,<br />
por su mamá. Le aclaré que estaba<br />
dormida en su habitación. A su insistencia<br />
le expliqué que podía llevarla<br />
con sus papás, pero que nosotros, los<br />
abuelos, nos quedaríamos tristes. Se<br />
me quedó viendo y movió su cabecita<br />
asintiendo… y se acurrucó de nuevo<br />
entre nosotros, haciéndome el ser más<br />
feliz sobre la tierra.<br />
En una ocasión en que salimos de paseo,<br />
le compré una paleta de nieve.<br />
Cuando se la entregué se puso feliz y<br />
me preguntó: “It's my birthday?”<br />
Se llegó el día de la boda y el momento<br />
del arreglo, la tomé de la mano y subimos<br />
la escalera. Le expliqué que su<br />
mamá le pondría un vestido de fiesta…<br />
a lo que contestó señalando con su dedito<br />
el que traía, de Frozen, por supuesto,<br />
queriendo dejar en claro que ella ya<br />
estaba lista. Lo siguiente fue escucharla<br />
soltar el llanto cuando su mamá le quitó<br />
ese vestido. Al final acabó aceptando el<br />
cambio, pero no estuvo dispuesta a negociar<br />
más, y salió del cuarto ataviada<br />
con sus calcetitas de Frozen, azul potente…<br />
y se vio sensacional.<br />
Fueron unos días maravillosos que tratamos<br />
de alargar al máximo, pero como<br />
bien dice el poema de Machado, musicalizado<br />
magistralmente por Serrat:<br />
“todo pasa y todo queda”. Una vez<br />
más las maletas se cerraron y las hijas,<br />
y Sophia, emprendieron el regreso<br />
a casa. La nuestra, la de los abuelos,<br />
quedó llena de recuerdos. Cada que<br />
subo la escalera imagino a Sophia delante<br />
de mí, diciendo “I can do it”, “I can<br />
do it”. La “bicycle” se quedó en el cuarto<br />
de las visitas, esperando su regreso.<br />
Como siempre ocurre, en el momento<br />
de la despedida no nos queda más<br />
que agradecer… y recordar que nunca<br />
es suficiente.<br />
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