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ARTÍCULO DEL INVITADO<br />
DAMIÁN CAZZANI LLORENTE<br />
-Argentina-<br />
SOBRE MERRY CHRISTMAS MR. LAWRENCE Y ESO QUE SUCEDIÓ<br />
Revisar aventura del duque + encuentro con ella = atardecer crepuscular.<br />
“Hoy la vi, fue casualidad, yo estaba en el bar, me miró al pasar, yo le sonreí y le quise hablar, me pidió que no, que otra vez será, que otra vez<br />
será, que otra vez será, tierno amanecer, sé que nunca más”.<br />
Fragmento de Fuiste Mía un Verano; Leonardo Favio.<br />
La aventura<br />
El encuentro con la aventura. Cito aquella pregunta que le ejecuto Jane Magnusson a Francis Ford para<br />
Trespassing Bergman, documental sueco en episodios. Pregunta: señor Coppola, ¿es usted una<br />
persona aventurera? Respuesta: si, lo soy.<br />
Mi intención no es trasladarme hacia lo hiperbólico, es decir, lo aventurero no solo pasa por estar perdido<br />
en el bosque –aunque se trate de su estado más puro– y zafar del ataque de un tigre; es algo más. Desde<br />
ya, hay una correría dentro, muy dentro, a veces tanto que ni nosotros sabemos de qué carajos se trata. La<br />
aventura de una simple desaparición en…, justamente La A´vventura, de Antonioni, el “viaje” ya dicho<br />
al interior en, por supuesto, The Trip (Roger Corman, 1967), el retorno al pasado en, claro, Out of the<br />
Past (Jacques Tourneur, 1947) y su extraordinaria estructura, la ambigüedad de sus posibles abordajes.<br />
En ocasiones, el mero trayecto, pero también la realización del viaje cultural, aquel que se tiene que<br />
realizar mediante un viaje físico. El viaje cultural, ese que se necesita para lograr trasgredir el choque; la<br />
suspensión de las tradiciones –indestructibles, a pesar de todo– para lograr una especie de ida y…, vuelta.<br />
Mi idea es que David Robert Jones era (es) un tipo aventurero.<br />
Me van a tener que disculpar, pero no puedo continuar escribiendo sobre la película que procederé a<br />
analizar sin antes revisarla. No poseo una copia de la misma, así que voy a dirigirme a alquilarla.<br />
El encuentro<br />
El sonido de la llave, y por acción mecánica, la tercera vuelta (inútil) a la cerradura. El pasillo color bordo,<br />
como una alfombra hacia el pavimento plenamente “conurbanesco”, cemento por cemento.<br />
El comienzo de un corto viaje primaveral con destino concreto, la localidad cercana como distancia<br />
inmediata, la meta para adquirir, momentáneamente, el instrumento para finalizar el trabajo.<br />
El viaje en el 136 tarda, más o menos, unos diez minutos. El sol comienza a bajarse, de a poco, pero no hay<br />
problema, tengo tiempo hasta que cierre el dvd club. El bondi me deja en la puerta. No sé por qué, miro a<br />
ambos lado de la vereda, como si “Tuco” –o el malo, ustedes le dicen cómo quieren– me hubiera tendido<br />
una trampa, pero no, afortunadamente me encuentro en el plano cemento-burgués estilo clase media<br />
monocroma. De todas formas, chequeo por las dudas. Mirando desde afuera, lo primero que percibo son<br />
bateas que exhiben, candorosamente los blockbusters que son la novedad del mes. Zigzagueo<br />
rápidamente, lo que me provoca que no retenga, los títulos exhibidos. Ingreso.<br />
Una vez adentro, hago un paneo general, y como es común en estos lugares, a uno le parece notar<br />
consumidores bastante ajenos a la cinefilia. Me da la sensación que estos cuerpos podrían estar en<br />
cualquier lugar –entiéndase, un parque, un supermercado chino, puede ser–, pero están acá, pasando el<br />
rato, digamos.<br />
Para desviarme, voy directamente a lo que vine. Me dirijo a la batea de cine intencional. El orden no es<br />
alfabético. Empiezo a revolver. Diviso la jeta de Ryuichi Sakamoto; la encontré.