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27<br />
Esta caja ilustra la imagen del afiche internacional, predominantemente se lo ve a Bowie con el sol<br />
naciente de fondo y la katana cruzando el cuello del mismo, debajo suyo el ya citado Sakamoto, Tom<br />
Conti, Takeshi Kitano y Jack Thompson, respectivamente en su orden. Todos debajo del camaleón.<br />
Como suelo hacer con recurrencia, miro un rato el estuche, lo doy vuelta, veo su contratapa, veo en qué<br />
formato se editó el film –si respeto el original– leo la sinopsis, lo abro con la idea de que alguna vez el<br />
disco se aloje en su interior. No es así. Nunca lo es.<br />
La felicidad momentánea se diluye, retomo la alegría por el potencial alquiler del disco visual digital. No<br />
estoy seguro bien por qué razón, no me inclino hacia la caja –tampoco se bien porque los pibes que<br />
atienden en estos lugares se parecen a Napoleón Dynamite o Andy Dick–, sino que atino a realizar un<br />
último paneo. El accidente me conduce al crepúsculo.<br />
La veo leyendo la contraportada de algún estreno, está en otra batea.<br />
Indudablemente, la vista tiene ese peso (alguna vez se deberá que intentar –no sé si a la manera de<br />
William Hurt en Smoke– de calcular, con algún tipo de metodologìa, el peso de la mirada), que no sé<br />
qué. Habrá que relacionarlo con la ley de atracción o alguna otra estupidez incomprobable, pero algo debe<br />
–y tiene que– haber. Es que fue algo instantáneo, mi verla le cayó como el peso del acero, pero…, por<br />
alguna razón, no bajo su mirada, es más, me la sostuvo un rato considerable, una de esas veces que no lo<br />
esperas, y terminas mirando para cualquier lado. Lamentablemente, así fue.<br />
Allí estaba, inmutada pero con la frescura propia de la juventud y una calidez muy tranquilizadora. Podría<br />
estar sonando Napalm Death de fondo, nada generaría un clima abrasivo, tampoco crearía un clima más<br />
sobrecogedor que este, y menos aún, no cambiaría lo que había entre ella y mi persona en ese momento.<br />
El tiempo se funde, para después congelarse, estalla en miles de realidades posibles –no me importa–<br />
como estrellas que explotan y forman galaxias. Podrían juntarse varias de esas cajitas de dvds,<br />
entrelazarse y así formar sub-tramas, pero ninguna tendría sentido, el hilo conductor de esto, el que había<br />
entre esta inolvidable fémina y el que escribe, poseía una sola línea argumental, como un guion de Jose<br />
Campusano: el que no se nota. El resto importa un carajo.<br />
Mis pies, chuecos, como siempre, pero atornillados. Intento moverme. Espero a que lo haga ella. Lo hace.<br />
Doy la vuelta a una de las bandejas de estrenos, y me voy hacia ella, pero a paso lento, como<br />
boicoteándome. Por infortuna, a medida que me inclino hacia su ser, desacelero el paso, como pensando<br />
en que no iba a tener ni idea que decirle, como si eso importara en realidad. Me quedo duro otra vez.<br />
Termina su transacción y deja la instalación, no sin antes regalarme una última mirada (sus ojos, algo<br />
pardos, acentuaron mi dolor), pero no hay tiempo recuperado. Ese era el momento. La puta realidad.<br />
Termino de alquilar el ejemplar de Merry Christmas Mr. Lawrence, el Dynamite o Dick o como se<br />
llame en verdad, realiza una observación formal, como si lograra entender lo que (no) paso. Ahora, salgo a<br />
“la realidad”, algo apurado, como tratando de lograr algo que tendría que haber intentado hacía apenas<br />
unos minutos. Me invade algo similar a la desolación (podría sonar viernes 3 AM de García, pero la cosa<br />
es que son como las siete y pico de la tarde), amago en ir a un par de direcciones, caen un par de<br />
nubarrones –si en verdad estaba nublado, haría de este relato algo anecdótico o ilustraría la canción de<br />
García Moreno, pero no interesa– en mi existencia gris y momentánea. Entonces, me dirijo hacia un pub,<br />
pero no, cruzo Rivadavia para agarrar el primer colectivo que me deje en la estación de la República<br />
separatista; en vez de eso, sigo mi (verdadero) camino, cruzo la vía, agarro avenida Güemes y me mando<br />
por el corazón del homónimo barrio , esa (sub)especie de mini Parque Chas que tiene Haedo, al menos así<br />
suelo verlo yo y mis bemoles crepusculares. Reaparece Charly con su aplanadora y deprimente melodía<br />
porteña, que puede aplicarse a este atardecer en pleno conurbano bonaerense.<br />
Necesito (tengo que) terminar esto, de forma alguna –en realidad, potencialmente el resto ya está escrito,<br />
solo resta la voluntad para hacerlo–, por lo menos.<br />
Regreso a la aventura<br />
El intento de la tolerancia, o eso al menos intentan el soldado Jack Celliers (Bowie), el capitán Yonoi<br />
(Sakamoto), el coronel Lawrence (Conti), y el sargento Hara (Kitano).<br />
Antes señale la anulación de la cultura, pero no es tan sencillo. La tradición es algo que lo “cultural” no<br />
puede congelar con tanta facilidad. Lo tradicional lleva siglos, no es una línea de pensamiento, un tratado<br />
filosófico o una observación social; se trata de algo muchísimo más profundo quizás, en semejanza a lo