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La vieja blanca

La vieja blanca, Luis Martín Hinojosa Flores

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a su costumbre, antes de ir a la cama echó un vistazo por una de<br />

las ventanas que tenía como vista la mayor parte de la ciudad de<br />

Durango. En ese lugar pasó un largo rato mirando cada una de las<br />

calles, observando que algunas estaban más iluminadas que otras;<br />

también se fijaba en los movimientos de la gente a pie y en coche,<br />

miraba el ir y venir de los chiquillos pateando la pelota. Todo aquello<br />

formaba parte importante en la rutina de este hombre solitario.<br />

Caminó muy lentamente hacia su dormitorio, sin prisas,<br />

como haciendo tiempo para mantener vivo su pensamiento. Al fin<br />

llegó a su cama, hizo las cobijas a un lado, acomodó su almohada<br />

dejándose caer suavemente en medio de su lecho. Dio rienda suelta<br />

a sus pensamientos sin percatarse que el tiempo pasaba y pasaba. Ya<br />

era tarde y se daba vueltas y más vueltas tratando de dormir; el sueño<br />

se le había ido y continuaba intentando dormir sin conseguirlo. Se<br />

levantó varias veces para caminar dentro de su habitación; minutos<br />

después se volvió a meter en su cama y no lograba conciliar el<br />

sueño. Un raro presentimiento le taladraba el cerebro, se le había<br />

metido a la cabeza, posiblemente el mismo que tuvo en el negocio.<br />

Se levantó nuevamente y esta vez se dirigió a la cocina a tomar un<br />

vaso de leche caliente. Al sentirse relajado regresó a su habitación,<br />

pensando que eso era lo que le hacía falta para quedarse dormido.<br />

Después de unos minutos de intentar nuevamente dormir, no pudo.<br />

Decidió darse una ducha y vestirse para salir. No sabía por qué ni a<br />

dónde; quizá a un lugar nocturno o simplemente a caminar, a pesar<br />

de saber que a esas horas de la noche era peligroso. Se detuvo unos<br />

minutos antes de tomar las llaves de su camioneta, preguntándose<br />

por tercera vez y en voz alta:<br />

—¿A dónde voy? Esa chiquilla, esa chiquilla... Paquita. Dios<br />

mío, ¿por qué la tengo metida en la cabeza? ¿Le habrá ocurrido<br />

algo? No, Dios mío, cuídala; es tan buena.<br />

Paquita era la niña que vendía los duros de cuero de puerco<br />

en el parque. <strong>La</strong> realidad era que esa niña le había robado el corazón.<br />

Desde el primer día en que la conoció, su vida interior cambió por<br />

completo. Esa era la razón de sus intranquilidades y desvelos, y<br />

Marcos lo sabía.<br />

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