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La vieja blanca

La vieja blanca, Luis Martín Hinojosa Flores

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Marcos aceptó la invitación de don Chuy, ya que hacía mucho<br />

tiempo que no sentía tanta bondad y confianza en una persona.<br />

Don Chuy tenía ese don que Dios les da a pocas personas, y además<br />

lo sabía trasmitir.<br />

—Gracias —le contestó Marcos muy agradecido,<br />

preparándose su café negro en un vaso de barro. Se sentó en una de<br />

las sillas de plástico más cercanas al buen hombre, y confiando en el<br />

encargado del local, entablaron conversación.<br />

Marcos le comentó lo sucedido y después de escucharlo, el<br />

encargado de la pensión le dio la razón prometiéndole que no diría<br />

una sola palabra a nadie. Inclusive, sonriendo, dijo entre dientes que<br />

ya era hora que alguien pusiera en su lugar a las dizque autoridades,<br />

que se aprovechaban de los fuereños y más cuando se trataba de<br />

carros con placas de Estados Unidos.<br />

—Hiciste bien, muchacho —terminó diciéndole don Chuy.<br />

Lo de muchacho hizo sentir muy bien a Marcos, que<br />

sonriendo le respondió: Gracias, don Jesús, es usted muy bueno.<br />

Ahora, por favor, pídame un taxi porque quiero irme a descansar.<br />

Un poco serio, el señor le preguntó que a dónde iba a ir, que<br />

era muy peligroso que se fuera, porque lo más probable es que a esas<br />

horas de la noche los taxistas ya supieran que andaban siguiendo a<br />

una persona y lo podían delatar. Mejor le recomendó un hotel que<br />

estaba cerca de la pensión para que pasara esa noche, diciéndole: Ya<br />

mañana Dios dirá.<br />

Justo en ese momento se escuchó el rundido de un carro que<br />

pasaba muy despacio frente a la pensión y por la bocina, las voces<br />

de los oficiales que estaban hablando a la base.<br />

—Shhh —dijo don Chuy, ordenando silencio y hablando en<br />

voz baja—. Son ellos y de seguro, como en otras ocasiones, vendrán<br />

a preguntar si he visto algo. No temas, que no pasará nada.<br />

Don Jesús encendió una vela y apagó la luz de su supuesta oficina,<br />

pero apenas habían pasado unos segundos cuando se escucharon los<br />

fuertes e insistentes toquidos en el portón. Sabiendo de la gravedad del<br />

problema que estaba encubriendo, se hizo el fuerte y dejó que siguieran<br />

tocando, aparentando que estaba dormido y que todo transcurría<br />

en absoluta normalidad. Los toquidos se hicieron más frecuentes y<br />

calculando el tiempo normal de espera, don Jesús respondió:<br />

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